—¿Venimos a una cafetería en San Valentín y me decís que esto no es una cita, Flor? —Fabián levanta una ceja, enfatizando que se trata de una broma. Yo, algo avergonzada, río.
—Me dijiste que eras un experto catador de café, así que te traje a la mejor cafetería que te podés encontrar en el mundo.
—¿A la de tu ex? —Quedo estupefacta—. Me hablaste una vez de que se llamaba Flor de Primavera y encima tengo alto cartel que lo dice.
Touché.
—Es verdad que tenés buena memoria... Bueno, ¿estás listo?
—¿No debería preguntarte eso a vos?
—Nos levantamos bravitos hoy, ¿eh? —replico con tono bromista—. Mejor pedimos flan o algún postre, que andás más seco que el arroyo.¹
Sin darle tiempo a contestar, lo tomo de la muñeca y empujo la puerta para acceder al sitio, donde la campanilla nos da la bienvenida. El intensificado olor a café proveniente de la cocina envuelve en un cálido abrazo a mis fosas nasales.
—¡Señorita Florencia, qué placer es verla de nuevo! —Don Ernesto saluda desde la barra, por lo que me acerco a él sin soltar al chico de cabello enrulado—. ¿Él es el hombre del que tanto me ha hablado usted?
Noto la mirada curiosa de Fabián sobre mí. Me siento como una adolescente siendo avergonzada por sus padres...
—Al parecer tengo fama por estos lados. —Ambos carcajean—. Es un gusto conocerlo, Don Ernesto. Flor quiere que pruebe el mejor café del mundo, aunque creo que está en mí decidir si lo es o no.
La sonrisa amable del anciano no tarda en aparecer, mientras que mi rostro se torna aún más carmesí. Estaría agradeciendo profundamente que se le ocurriera a la tierra tragarme y escupirme en China o algún lugar lo suficientemente lejos de estos dos.
—Dos tazas de café, por favor. Y para acompañar... —Fijo mi vista en el pizarrón colgado. Me encantaría pedir todo, pero ¿qué podría darle un toque romántico a la cita? Sí, la cita que dije que no es cita, ya sé, mejor no me hagan caso—. Dos porciones de flan, con extra de caramelo, y un Valentinazo. —Disimulo un guiño al dueño de la cafetería, quien, ni tonto ni perezoso, asiente.
Decidimos sentarnos en una mesa cercana a la entrada. Reviso rápidamente un mensaje que acaba de llegarme al teléfono, y, cuando lo dejo encima de la madera, descubro a un Fabián distraído, mirando por el ventanal a su derecha.
—¿Estás bien, Fabi?
—¿Eh? —reacciona. Noto que sus ojos azules están algo opacos, por lo que coloco mi mano encima de la suya y le muestro una sonrisa sincera, la cual es correspondida—. Estaba pensando... Esto sí es una cita. Y me acuerdo de la primera vez que nos vimos, vos con tu carita triste por debajo de los lentes y el barbijo, y yo tocando la guitarra en la parada del bondi. —Su mirada se desvía hacia nuestras manos—. Te escuché cantar Adiós, de Gustavo Cerati, y supe que si estabas ahí era por algo. No sé si cosa del universo, el destino o qué, pero no fue coincidencia. —Poco a poco sus dedos se entrelazan con los míos. Aquellas orbes de tonos marinos brillan al fijar su atención en mis esferas de barro—: Flor, quiero acompañarte en todas las aventuras que tengas, quiero ser la guitarra que necesites escuchar cada vez que hayas tenido un pésimo día. Me gustaría despertarme todos los días y encontrar ese rostro bellísimo a mi lado, con los pelos hechos una bola peluda y con grandes ojeras por haber estado hasta horas insanas trabajando. Quiero que viajemos juntos a cualquier parte del mundo, probemos nuevas experiencias, y no sé, vivamos al máximo. Quiero que estés a mi lado en todos los fogones familiares y cantes a todo pulmón tus canciones favoritas. Quiero verte con diferentes atuendos pero también sin ellos, ¡que te rías y que llores! ¡Que vivas, que sientas, que ames! Yo... ¿Flor?
La burbuja que nos rodeaba acaba de ser pinchada por la campanita de la puerta. Se detiene mi respiración. Mi cuerpo, además de tornarse pálido, queda inmovilizado. Dos personas están charlando animadamente, y, de pronto, se percatan de nuestra presencia. Fabián es consciente de la situación, por lo que es el primero en levantarse cuando ellos se detienen en nuestra mesa. Me despego del asiento cual resorte.
—Florencia... —El muchacho no me quita los ojos de encima.
—Joaquín...
¿Por qué me sorprende verlo en este lugar? Es el nieto del dueño de esta cafetería, ¡hasta me habría llamado más la atención no haberlo encontrado hoy! Pero ¿por qué mi cuerpo no responde bien? Solo estoy ahí, perpleja, sin poder formar una oración.
El de cabello enrulado carraspea.
—¡Lamento interrumpir! Creo que no nos han presentado. —La chica, probablemente unos años menor que yo, se asoma por detrás de mi ex—. Mi nombre es Estrella, soy amiga de Joaquín. Tú debes ser Florencia, ¿verdad?
—Sí, ella es Florencia —contesta Fabián por mí—. Y yo soy Fabián, su..., emmm..., mejor amigo. Es un gusto conocerte, Estrella. ¿Puedo preguntar de dónde sos? Por el acento, digo.
Mis oídos se cierran al resto de la conversación. Lo único que hago es pensar, pensar mucho. Me bombardeo con recuerdos de mi relación con Joaquín y no puedo cuadrar al hombre que conocí con el que está ahora presente; el nuevo Joaco ya no lleva una barba desgreñada ni aquellas tres rastas que le nacían en la nuca, aunque se me impregna en la nariz, por encima del aroma a café, la misma colonia varonil que dejaba en mi ropa. Reconozco que continúa igual de atractivo que antes, sin embargo, al hacerle un análisis veloz, existe un vacío sentimental hacia él que me reafirma el hecho de que ya no siento nada romántico por Joaquín. Aun así, todavía nos queda una charla pendiente.
—¿No han pedido nada todavía? —pregunto en dirección a la joven. Ella se sobresalta.
—No, aún no; los vimos apenas entramos.
—Entonces... ¿Te parece si vas con Fabi y pedís para vos y Joaco?
—¡Excelente idea! —Joaquín sale de su trance—. Se nota que ustedes dos se están llevando muy bien.
Mi compañero asiente con la cabeza, y, por la expresión en su rostro, parece haber comprendido el plan. Él se retira hacia el mostrador junto a Estrella.
En tanto, Joaquín y yo nos sentamos en silencio. Ambos dirigimos nuestras miradas hacia el ventanal. La atmósfera tensa puede ser cortada con un pedazo de papel.
—Entonces...
—Bueno...
Nos callamos. Respiro profundo y doy el primer paso:
—Joaquín, tenemos que aclarar las cosas.
—Lo sé... Es extraño... ¿Sabés? No creí que te encontraría de nuevo en la cafetería. —Nuestros ojos por fin vuelven a tener contacto—. Acá vivimos una parte importante de nuestra relación y...
—Relación que vos tiraste por la borda. —Humedezco los labios, para luego suspirar—. Quiero saber qué pasó, ¿por qué le seguiste la corriente a esa gente? Ambos sabíamos que eran mala influencia.
—¡Ya sé, carajo, ya sé! —Se levanta con brusquedad y se agarra la cabeza, más furioso con él que conmigo—. Perdoname, Florencia, es que... ¡Agh! Sé que cagué todo, ¿okey? Seguro que te herí con eso, fui un real pelotudo. Pero ¿sabés qué? Me di cuenta que no quiero volver a mandarme ese tipo de errores. No voy a cagarla de nuevo. Solo... Solo quiero dejar de carcomerme por haberte dejado así, tan de la nada, por culpa de unos pibes que fingieron ser mis amigos. —Deja caer el peso de su cuerpo sobre el asiento—. Quiero saber tu versión de la historia, no sé, cómo estuviste y eso.
—Como la mierda, claramente. El mismo día que me terminaste, también me despidieron del trabajo...
—¿El viejo choto ese te despidió en plena pandemia? —No da crédito a lo que acaba de escuchar—. No pudo haber sido tan lacra...
—Lo fue, sí. Pero más allá de eso, me torturé mucho pensando cuáles podrían haber sido tus motivos para dejarme así, de la nada, como si nuestra relación te hubiese importado poco. Creí que era mi culpa por haber estado tan centrada en otras cosas y no en nosotros, no sé. En aquellos últimos meses no quería saber nada de sexo y se notaba que en el fondo a vos eso te molestaba, aunque siempre respetaste mi decisión.
—Pues, a pesar de que no lo hacíamos, hubo un consejo que nunca seguí de aquella gente... Y es que nunca, pero NUNCA, te fui infiel. Ellos querían que me acostara con alguna otra chica, o sea, ¿quién te aconseja eso sabiendo que tenés pareja? En fin, no importa, seguí contándome.
—No hay mucho más que agregar —respondo sincera—. El mismo día que terminaste conmigo, conocí de casualidad a Fabián y él fue un gran apoyo durante el tiempo de superación. Después, poco a poco, nos convertimos en amigos muy cercanos. Él es... —Me muerdo el labio inferior por un momento—. Él es alguien muy especial para mí, lo quiero mucho.
—Me alegro mucho que así sea, entonces. —Sus palabras suenan verdaderas—. Cambiando un poco de tema, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Podés hacerme la que quieras, si a cambio puedo hacerte una.
—Trato hecho. —Eleva la comisura derecha y yo correspondo—. ¿Qué hiciste con las flores?
Desde lo más profundo de mi garganta nacen carcajadas, que, sin poder detenerlas, estallan sobre mis labios. No esperaba que quisiera saber algo como eso, es decir, ¿por qué sería importante aclarar qué hice con las flores que me regaló durante nuestro noviazgo?
—Perdón, perdón, de verdad no pensé en que te daría curiosidad algo como eso. —Él acepta las disculpas, y, luego de aclarar mi voz, le doy mi respuesta—: Fabián me convenció de guardar la última que me diste como un recordatorio de que exististe en mi vida. Él dice que nunca vamos a olvidar las personas que marcaron una huella en nosotros, por lo que deshacerse de los regalos es una falta de respeto al principio de aceptar lo que nos dan...
—¿Pero eso no se convertiría en un recuerdo constante de lo que sentís? —Su confusión es fácilmente palpable.
—Yo pensé lo mismo, pero ¿sabés qué? Es el alma quien tiene la capacidad de darle ese sentimiento, no las cosas materiales.
—Woow... Me encantaría que Estrella escuchara esto, ella es...
—¿Yo soy qué, Joaco? —El chico se sobresalta y nosotros tres reímos—. Tranquilo, no olvides quién fue el que rompió el hielo la primera vez. —Estrella y Joaquín, con sus miradas cómplices, parecen haberse entendido a la perfección.
Nuestros acompañantes colocan encima de la mesa dos tazas de café, un plato con galletas de chispas de chocolate, una porción de flan con extra de caramelo y una gran copa de helado para compartir, conocido como el Valentinazo de Flor de Primavera.
—Es peculiar que el universo los haya reencontrado en un sitio con tantos fantasmas. —Carlos, por detrás, trae el resto de las bebidas y postres—. Las estrellas se han alineado para que los viejos amores sean barridos como se debe, si no, ¿cómo se podría traer un nuevo inquilino a un lugar impregnado del pasado?
—¿Realmente es usted, Carlos? Está mucho más filosófico que antes.
Él esboza una sonrisa.
—En la cafetería también han habido cambios, señorita Florencia. Es un placer encontrarla de nuevo. —Y sin decir nada más, se retira.
—Bueno, tiene razón en eso... Desde la última visita de Margarita, ahora no para de decir cosas sin sentido —comenta un Joaquín mucho más aliviado—. Creo que le afectó la despedida de esa vieja.
—Joaco... —Las cejas de la joven se arquean, y, por cómo lo expresa, puedo deducir que le está dando una advertencia.
—Bueeeeno, perdón, esa anciaaaanaaaa...
Fabián estalla en carcajadas sin poder soportarlo más. En tanto, yo busco calmarlo con un suave golpe en el brazo, acción que es totalmente en vano porque acabo contagiada; incluso después de un año y unos cuantos meses, él continúa provocando magia dentro de este cuerpo escéptico y lo convierte en una fuente inagotable de fantasía.
Luego de que ambos recomponemos la postura, decidimos comenzar a devorar lo que hay sobre la mesa, mientras conversamos trivialidades con mi ex y su amiga.