Amor en cuarentena
“Estamos lejos, pero nunca solos”.
Por un momento me engañé para luego caer en la realidad; la realidad que me cuenta que es más satisfactorio poder besarte.
El auto placer me funciona, pero no me trastorna como lo haces tú.
Ni aunque me
lo digas un millón de veces, podré acostumbrarme a ser tu señorita y tu… mi gato.
Seguiré sintiéndome mejor, como si la enfermedad y la mala economía desapareciese, cada vez que tus mensajes despierten mis mañanas.
Siempre eres aquello que más deseo escuchar, incluso hoy, un día más que se ha vuelto incontable con la monotonía del encierro. Los meses antes pasaban rápido para mí, como si el año fuese una aventura de una noche. Pero después de conocerte, la cuarentena se ha convertido en un conteo exacto de los días, horas, segundos, milisegundos, microsegundos.
La verdad es que… te extraño. Lo sé, porque nunca me hubiese detenido a ver si era marzo o abril. Siendo sincera, jamás entendí el tiempo, pues no tenía noción de el. Supongo que es lo más lindo y difícil de enamorarse, el sentir la nostalgia. Cuando éramos afortunados y no lo sabíamos. Cuando salir solo se trataba de escoger
la tarde más soleada para terminar besándonos en alguna esquina perdida de la calle.
Cuando una llamada bastaba para vernos el
próximo fin de semana. Cuando la economía era mala, pero resolvíamos las citas con un vaso de jugo y una empanada. Porque para nosotros era mucho más importante el tenernos, que fijarnos en cosas caras y perfectas.
A pesar de todo, ¿quién iba a pensar que tú serías el que guardaría la calma, me consolaría cada vez que te digo: «Te extraño», que te lo guardas para que yo no lo recuerde, que das unas buenas noches o un
simple: «¿ya almorzaste?», para seguirte sintiendo cerca. Y te lo agradezco, por quererme, aun siendo consciente de que el mundo cae, pero haces todo lo posible para mantenerlo en pie.