Din din din
Alice Wood
Miro a la Clara y ella me sonríe.
—Corre ve, yo iré por tus cosas y las llevaré a tu habitación.
Le sonrío porque ella solo ha sido amable conmigo y voy a paso relajado tras Becher.
Bajamos las escaleras y caminamos por el salón hasta llegar a una puerta de cristal que da a un jardín lleno de verde. Caminamos por el porche hasta llegar a una especie de caseta pero que en vez de caseta parece ser otra casa debido a su tamaño. Agarra el poco y la abre para apartarse y dejarme espacio para entrar.
—Parece que te interesa el boxeo— habla con una sonrisa.
—Lo practico— asiento y entro por la puerta quedándome asombrada: un gimnasio se hace presente; tres sacos y varias peras de boxeo, una estantería con guantes de varios colores y supongo que de varias onzas, un ring en el centro... como el gimnasio al que iba, prácticamente.
—¿Cuántas onzas usas?— pregunta a mi espalda.
—Doce.
Lo veo acercarse al estante y coge un casco de protección, dos pares de vendas y guantes antes de acercarse a mí. Me tiende un par de cada y deja caer los otros al suelo antes de quitarme las gafas y ponerme el casco.
—Pelea contra mí— pide en un susurro.
Lo miro a los ojos seriamente antes de que se me escape una sonrisa. Sostengo los guantes bajo mis axilas y comienzo a ponerme las vendas para después colocarme los guantes. Él se quita la camiseta y la coloca en el estante junto a mis gafas antes de hacer lo mismo que yo y nos quitamos los zapatos sin manos. Caminamos hacia el ring y separa las cuerdas para mí pero yo lo ignoro al entrar.
El usual cosquilleo en el vientre me recuerda lo mucho que me gusta pelear y cuando nos ponemos en guardia el uno frente al otro, sonrío ampliamente.
—Din din din— dice sin borrar su sonrisa.
Comenzamos a girar mirándonos a los ojos. Veo su diversión y no puedo negar que en este momento no me importa toda la mierda que está pasando fuera de este ring.
—No te vayas a cortar conmigo, podré soportar tus golpes— le suelto antes de lanzarme contra él y golpear su estómago. Emite un quejido de dolor—. Ahí tienes mi gancho.
—Sí que estás fuerte, ganchita.
—No me llames así— gruño.
—Como si no te gustara, ganchita.
—Sí, claro— bufo—. Venga, golpéame.
Suelta una carcajada y se lanza contra mí para asestar un golpe al aire porque lo consigo esquivar sin problemas.
—Eres escurridiza, ganchita. Muy bien.
—No voy a dejar que me alcances hasta que no tenga un protector, lo que me faltaba ahora es que me rompieras un diente— ríe.
—Te traeré uno la próxima vez, por ahora concéntrate en cumplir tu palabra.
Se lanza otra vez contra mí y lo vuelvo a esquivar.
—Mi entrenador solía decir que era mejor ser el alto en una pelea. Yo no estoy de acuerdo, como podrás observar— ríe abiertamente antes de volver a atacarme pero yo me agacho y golpeo su costado con la izquierda. Gruñe.
—Sí que se te da bien esto, ganchita ¿Por qué no lo dejamos por hoy?
—¿Asustado, Becher?
Suelta una risa ronca mientras se coloca en guardia.
—Eso jamás.
Esta vez soy yo la que ataca con un crochet de derecha en toda la mandíbula. Da un traspié y se agarra a las cuerdas antes de mirarme con una sonrisa manchada de rojo.
—Din din din— digo quitándome los guantes antes de sacarme el casco y dejarlo todo en el suelo.
Salgo del ring y cojo mis gafas para colocármelas mientras me pongo los zapatos. Lo miro de reojo, su vista clavada en mí mientras me quito las vendas y las dejo en el estante antes de caminar hacia la puerta.
—Ganchita— me llama y yo me detengo pero no lo miro—. Espero la revancha.
Sonrío sin mirarlo.
—Algún día te la daré.
Y sin echar la vista atrás, salgo del gimnasio en busca de Clara.
—¿Eres nueva?— la voz de un chico a mi izquierda me hace girarme.
Parece tener veintipocos y lleva un cinturón con herramientas de jardín. Me sonríe y sus ojos color café se achinan. Una leve brisa hace volar su cabello negro.
—Supongo que sí— respondo devolviéndole la sonrisa.
—¿Y por qué llevas parte de un uniforme escolar?— mi sonrisa se desvanece y él me mira extrañado— Lo siento, no es cosa mía. Y... ¿A qué te dedicas aquí?
—Bueno... yo... so-soy...
—No tienes que estar nerviosa, sé que soy guapo pero soy de fiar— me guiña un ojo. Está bromeando para tranquilizarme y no puedo evitar soltar una risa.
—No es eso. Es que... bueno, al parecer soy la... prometida de Becher— bajo la vista sintiéndome avergonzada pero una rosa roja aparece en mi campo de visión y vuelvo a mirarlo. Efectivamente, está sosteniendo una rosa frente a mí. En sus ojos leo empatía.
—No estés triste. El señor Becher puede ser muy serio pero tiene un gran corazón. Toma la rosa, es una hermosa que cogí antes y, aunque no te alcanza en belleza, me gustaría que la tuvieras. Me llamo Samu, un placer.
—Alice— le sonrío tomando la rosa con una sonrisa.
—Espero que nos llevemos bien.
—Sospecho que así será.
—Ganchita— la voz de Becher me hace girarme y lo veo acercándose a nosotros. Serio.
—Buenas tardes, señor Becher. Acabo de conocer a su prometida, mi enhorabuena a ambos.
—Gracias— responde él antes de girarse hacia mí. Veo de reojo cómo Samu se aleja y la rosa desaparece de mi mano.
—Oye ¿Qué crees que haces?— trato de recuperar la flor pero él la eleva sobre su cabeza, es decir, fuera de mi alcance.
—No puedo permitir que ningún otro hombre le de flores a mi prometida— ¿Me está jodiendo?
—No seas crío, se supone que eres mayor que yo y solo me la dio porque me vio deprimida ¡Devuélvemela!— doy un salto pero sigo sin alcanzar.