No estás sola
Alice Wood
—Tengo orden de llevarte sana y salva a casa— sé que está tan confundido como yo así que tomo el casco y me lo pongo para montarme en la moto tras él.
El camino es refrescante, me hace falta sentir el aire en la cara en este momento, sinceramente.
Rápidamente vemos al malo cambiando una rueda. Se gira para vernos con una expresión de desconcierto en la cara. Al pasarlo de largo vemos los coches destrozados que también pasamos.
Me comienza a dar una especie de ataque, o eso creo y me quito el casco con impulsividad, dejando que salga volando hacia atrás.
Me engancho bien a las piernas del malo con mis muslos y elevo los brazos al viento. Es agradable que el viento me dé en la cara con esta agresividad tranquilizadora.
El camino se me hace corto y cuando llegamos a la puerta de mi hogar me bajo de la moto. El malo no duda en irse antes de que los guardias de la puerta intenten atraparlo. Al verme, me abren la puerta y entro decidida, un poco más aliviada y convencida de que en el momento en el que entre en mi habitación, me derrumbaré.
Paso la fría sala de baile y llego a la verdadera puerta de mi hogar, al pasarla me adelanto y no soy capaz de llegar a mi habitación cuando me dejo caer en el suelo contra la puerta.
Mis ojos se inundan en agua salada que cae por mis mejillas con desespero. Mi cara debe estar deformada por mis sollozos, no soy de esas que llora guapa pero me da exactamente igual. Una chica del servicio se arrodilla a mi lado, alarmada.
—¡Señorita Alice! Por dios santo ¿Qué le ocurre?
—Busca... busca a Cai...
La chica sale corriendo y yo no encuentro mi fuerza para ponerme en pie. Solo puedo enterrar mi cara entre mis manos y llorar. Llorar todo el dolor y el miedo que tengo dentro.
Escucho algo caer al suelo y luego un cuerpo a mi lado. Sé que es Cai cuando me coge como una princesa contra su pecho y siento el chaleco anti balas. Pensaba venir a por mí a las malas.
Princesa... cicatriz... cabeza.
Me sorprendió mucho que ese al que Cai llama «Ojo demente» se ofreciera a vengar a mi madre. Sé que dijo algo sobre que yo era su presa pero... sinceramente, ahora no tengo miedo de nada referente a mi seguridad.
Cai me carga hasta la habitación y me deja en la cama. Todos mis músculos tiemblan de forma casi exagerada y escucho cómo se quita el chaleco y se tumba a mi lado para estrecharme contra él.
—Mi madre...— no logro acabar y él no dice nada, tan solo me acaricia la espalda con sumo cuidado.
Lloro, sin exagerar, horas, y horas es el tiempo que Cai se queda a mi lado, sin hablar, solo dándome mi tiempo, acariciando mi espalda con cariño.
Cuando la mañana llega, ninguno de los dos ha dormido ni un poco. Me remuevo levemente y quedo frente a Cai, quien me mira con ojeras bajo los ojos, su expresión de dolor, de comprensión.
—¿Nos damos un baño?— pregunto con voz débil.
Él asiente y se incorpora conmigo. Caminamos despacio hacia el baño y nos desvestimos sin decir una sola palabra para entrar en la tina. Observo, sentada contra el pecho de Cai, cómo el agua va llenando la tina, cómo va alcanzando mis pies, mis pantorrillas y llega al límite de mis rodillas antes de que Cai cierre el grifo.
—¿Nunca has pensado el motivo por el que estamos vivos?— pregunto en un murmullo bajo pero él me oye bien.
—Nunca quise pensarlo mucho ya que yo no encuentro mi motivo pero... creo que todos tienen un deber en este mundo, al fin y al cabo ¿Por qué Dios nos crearía sin motivo alguno?
—¿Crees en Dios?
—Creo en que alguien nos mira desde lo que los cristianos llaman "El paraíso", creo en que sea lo que sea que haya allá arriba nos ha creado como peones en su juego de mesa propio y creo que cada uno tenemos un poder y no me refiero a los poderes sobrenaturales, sino a...
—Una misión que solo nosotros podemos lograr— finalizo.
—Sí, algo así iba a decir.
Suspiro hondo y cojo el gel para comenzar a enjabonarme. Dejo que Cai me enjabone la espalda y nos acabamos de bañar antes de envolvernos en una toalla cada uno.
—¿Crees que mi madre cumplió su misión en esta vida?— pregunto cuando está cogiendo el cepillo para comenzar a cepillarme el cabello mojado con delicadeza.
—Pienso que su deber era traerte a este mundo y protegerte de esa persona que trata de lastimarte, que ha cumplido su parte de la misión y que ahora es mi turno— me mira a través del espejo—. No dejaré que el esfuerzo de tu madre haya sido en vano.
Nos quedamos en silencio mientras me desenreda el pelo y no vuelve a hablar hasta que acaba y suelta el cepillo.
—Yo no quería alejarte de mí... pero tampoco quería que te lastimaran por mi culpa, por eso-
—Lo sé— lo corto y me giro hacia él para mirarlo directamente a los ojos—. Lo sé.
Ese día me dedico a pasear por el jardín, aprovechando que Samu se ha tomado el día libre para estar con Helena, para estar sola entre los rosales.
La hora de comer llega y, para no preocupar a nadie, me reúno con todos, solo falta Helena y sospecho que ha aprovechado que Samu come a otra hora para evitarme. Ella nunca ha sabido enfrentarme cuando estoy rota y, además, sabe que voy a interrogarla. Mi amiga no ha estado metida en rollos chungos— que yo sepa— así que no sé cómo conoce a alguien así.
—Señor— una mujer adulta que ya estará en sus cuarenta se presenta ante nosotros con expresión horrorizada.
—¿Qué ocurre?— Cai se da cuenta de su expresión y deja de comer para prestarle atención— ¿Se encuentra bien?
—Sí, es que...— su respiración tiembla— hay alguien que quiere ver a la señorita Alice...
—Eso... deberías decírselo a ella-
—No. Es que...— la señora me mira de reojo, con lástima— es...