Encadenadas a los hombres
Alice Becher
Me sobresalto al escuchar una voz femenina y me encuentro con una mujer joven tapada casi por completo. Únicamente puedo verle los ojos y las manos.
—¿Estas bien?— coloca una bandeja con comida en la mesilla de noche y se acerca a mí para tomar mis manos y guiarme a la cama. Me ayuda a sentarme y me da un vaso de agua de la bandeja.
Lo acepto agradecida y bebo un par de buches.
—Gracias— murmuro.
Se baja el pañuelo que le tapa la cara y me deja verla. Una sonrisa de dientes blancos me calman y una piel más blanca que el papel me deslumbra.
—Me llamo Amira.
Su voz es celestial. Demasiado buena para el lugar en el que estamos.
—Alice…— murmuro.
—¿Qué te ocurre?— se sienta a mi lado y me coge las manos.
—Quiero volver a casa— se me quiebra la voz y las lágrimas salen de nuevo—. Quiero abrazar a mi madre y adoptar un gatito.
Sonríe y sus ojos muestran empatía.
—Solo debes ser fuerte— me aconseja—. Todo tiene un final y el tuyo está por ver.
Me seco las lágrimas y sorbo mi nariz.
—¿Quién eres tú?— pregunto con un hilillo de voz.
—Otra víctima de la avaricia del hombre. Otra mujer encadenada a ideales sin voz ni voto.
—¿Eres musulmana?
—Debo serlo— es su respuesta.
Con ojos negros como el carbón me hace saber que ella no quiere estar allí. Que es como yo, o lo fue en su momento.
—No creas en la palabra de Abdel— susurra—. Quiere engañarlos a todos, él es el que debe morir, al que Nikolay quiere ver muerto.
—¿Qué…?
—Mi verdadero nombre es Irina— susurra comenzando a sacarse una lentilla. Sus ojos son de un celeste tan claro que parece blanco.
Se vuelve a colocar la lentilla mientras la miro con los ojos bien abiertos.
Saca entonces un mechón de cabello rubio de su pañuelo el tiempo perfecto como para darme cuenta de que ella sí que ha estado en mi condición y de que si no me aligero, acabaré como una muñeca de la mafia para siempre.
—Irina Sokolov— susurro y ella asiente colocándose el pañuelo como lo tenía al principio. Dejando visibles únicamente sus ojos.
—Te lo digo porque pareces fuerte y decidida a salir de aquí. El tiempo corre, tic tac— es lo último que dice antes de salir de la habitación y cerrar con llave.
Las siguientes horas son de reflexión.
Debo salir de este lugar ya. No puedo entretenerme más. No puedo esperar a que se calmen las aguas. Ya.
O moriré en este lugar.
La puerta se abre y entra un sonriente Abdel. Finjo que no pasa nada.
—Hola, muñeca ¿Todo bien?
Asiento tratando de mostrarme mansa. Sin mostrar lo que estoy a punto de hacer.
Tú puedes, Alice.
Cuando se acerca a mí con sus intenciones bien claras me decido y me agarro de su cuello para atraerlo con sutileza. Cuando pone cara de puto guarro me agarro de sus caderas con mis piernas y lo sostengo en el sitio para girar con su cabeza con fuerza, violencia y rapidez.
Escucho un «Crack» que me deja los pelos de punta y se cae sobre mí.
Siempre tuve la duda de si eso ocurría como en las películas pero es tal cual.
Temblando me quité el cadáver de encima, consciente de que he asesinado al líder de la mafia árabe. Sé que va a causar una guerra que acabará con la vida de muchos hombres.
Con mis manos temblorosas consigo las llaves de la habitación que Abdel escondía en uno de sus bolsillos y me encamino a la salida pero me detengo, no sé si seré capaz de salir. He luchado sola, en equipo. Mi entrenador solía ponernos a luchar espalda con espalda con una soga amarrándonos los unos a los otros, era complicado luchar así, coordinando los movimientos entre todos pero lo conseguíamos.
Eso era un reto para mí.
Esto es un suicidio.
Ahora estoy sola contra no sé cuántos hombres que me querrán ver muerta. Posiblemente armados y yo con la única protección de mis puños.
Pero tengo que hacerlo. Ahora no hay vuelta atrás.
O muero en esta habitación o lucho hasta el final.
Qué lástima el que tenga ganas de vivir.