«Creí que era más fuerte»
Alice Becher
La puerta se abre y atraigo la colcha hasta mis pechos para cubrirme pero descubro que es Cicatriz con dos bolsas colgadas de una mano y una tercera en la otra junto a un cartón con dos cafés para llevar.
—Buenos días, Princesa— no sonríe pero eso no quiere decir que esté molesto, con Cicatriz nunca se sabe.
—Buenos… días— no sé ni qué decir. Después de lo que pasó anoche…
Lleva una camiseta nueva y recuerdo que es por mi culpa, la suya la rompí anoche.
—¿Cómo estás?
Me pienso la respuesta mientras me aprieto más la colcha sobre mis pechos pero no soy capaz de responder a lo que me ha preguntado, por lo que busco respuesta a otra pregunta.
—No me arrepiento.
—Me alegra oírlo— se acaba de acercar a mí y deja el café en la mesilla de noche junto a una de las bolsas y las otras dos me las da a mí.
—Voy a bajar a por algo más de desayunar, ahí tienes ropa— se gira y se encamina hacia la puerta.
—Gracias, Cicatriz…— le agradezco por la ropa y por salvarme ayer.
Se gira hacia mí levemente.
—Me llamo… bueno, mejor llámame Cicatriz— y se marcha de la habitación.
Busco entonces en las bolsas y encuentro una muda completa que me coloco rápidamente. Ya cómoda vestida con mayas, sudadera y deportivas me hago un moño desordenado justo en el momento en el que Cicatriz vuelve con un plato en la mano.
—¿Desayunamos?
—Por favor— sonrío y cojo la bolsa y los cafés de la mesilla de noche y me siento con él en la mesilla de comedor que hay en la habitación.
Desayunamos en silencio y nos vamos del hotel.
El camino en coche es silencioso y algo incómodo. No sé cómo actuar ni nada después de haber hecho lo que hicimos.
Ha sido mi mejor error pero un error al fin y al cabo. Me ha ayudado de una forma que no sabría explicar con palabras pero quizá no debería haberme dejado llevar de esa forma.
Juego con mi anillo de compromiso que no llegué a quitarme en ningún momento y me siento mal por hacerle lo que le he hecho. Lo de los árabes no lo controlaba yo pero lo de Cicatriz sí.
—Nada es culpa tuya. Él es bueno en su trabajo, se le da bien trasportar mercancía y tal pero a la hora de protegerte no da ni una. No te merece pero dejaré que te des cuenta tú sola, yo siempre estaré para cubrirte las espaldas, Princesa.
El resto del camino es puro silencio por lo que agradezco cuando llegamos y aparca frente a la verja.
—Voy a entrar contigo— informa.
—Vale— me encojo de hombros y salgo del coche para caminar hasta mi hogar.
Una vez pasamos la zona de eventos me doy cuenta de que algo pasa: la casa está desordenada, no hay absolutamente nadie y el ambiente se siente pesado.
Me adentro en el lugar y miro a mi alrededor hasta que escucho un llanto en el piso superior.
Clara.
Corro escaleras arriba con Cicatriz pisándome los talones y encuentro a todo el servicio parado en la puerta de Cai. Todos están alterados y la puerta cerrada.
—¿Qué ocurre?— varios se giran en mi dirección y en cuanto Clara me ve su sorpresa cambia a desesperación en un milisegundo.
—¡Alice! ¡Tienes que sacarlo!
—¿Qué ocurre? ¿Cai está bien?
—Se va a matar, Alice. Se va a matar…— solloza.
—Creí que era más fuerte— murmura Cicatriz a mi lado pero lo ignoro.
Confundida y preocupada me acerco con rapidez a la puerta y trato de abrirla pero está cerrada con pestillo.
Me giro hacia Cicatriz y le hago una señal de que se acerque.
—¿Cai? Cai soy yo— trato de que mi voz atraviese la puerta—. Cicatriz ayúdame.
Él obedece y contamos hasta tres antes de embestir la puerta con todas nuestras fuerzas pero no es solo el pestillo lo que bloquea la puerta, Cai se ha encargado de que nadie lo entretenga.
A estas que escucho la playlist de música que le encargué y se me cae el alma a los pies. Se va a matar porque cree que estoy muerta.
—¡NO! ¡CAI, BASTA!
Vuelvo a embestir la puerta junto a Cicatriz y mi hombro manda a Cai a la mierda pero yo no puedo dejarlo morir así.
—¡Ya estoy!
Samu aparece con un hacha y se la arrebato de las manos para tratar de cargarme la puerta pero Cicatriz me detiene al segundo golpe.
—Te vas a lastimar— me riñe antes de ocupar mi lugar y golpear la puerta con el hacha. En dos intentos deja un espacio abierto en el que puedo meter la cabeza pero no se detiene y da otro que me permitirá entrar.
No me demoro a la hora de colarme por la abertura de madera rota, me hago daño en las manos pero no me importa, no puedo dejar que haga esto.
Lo encuentro de forma devastadora en el suelo ante su portátil y una carta. La pantalla deja vez el video de mi tortura. Una pistola en su sien me hace dejar de respirar, está cargada y tiene el dedo en el gatillo, cualquier sobresalto podría matarlo.
—Cai…— me arrodillo despacio a su lado— Cai…, estoy aquí…