Cai Becher

Capítulo 54

Hablando de drogas… 

Ojo demente 

Vuelvo a mi madriguera apretando el volante con fiereza. Anoche fue… impresionante, nunca creía que podría pasarlo tan bien follando. Lo disfruté en serio y fue mucho más que contacto carnal. 

La princesita gimiendo bajo mí con su cuello entre mi mano, sus mejillas sonrojadas, la facilidad con la que se me ofreció, con esa confianza… y esta mañana…tras el desayuno esperaba… 

Da igual. 

Ella no me elegirá a mí, eso está claro. 

Un atasco me hace disminuir poco a poco hasta que me detengo en mitad de la autovía. Será un accidente o un control de la policía, nada que no pueda solucionar. 

Subo el volumen de la radio, tengo puesto uno de mis discos de Extremoduro, puta. La canción me llega al cerebro y trato de distraerme pero no puedo, ella no sale de mi puta cabeza. No sé qué coño me pasa con ella pero no es natural. 

No es normal sentir esto que siento… 

Quiero verla sufrir, llorar y desesperarse pero al mismo tiempo no creo poder soportar verla mal. Quiero que esté bien, que esté feliz, que ría… no entiendo a mis propias emociones, son demasiado contradictorias. 

Llego al inicio del atasco que resulta ser un control de la Policía Nacional, me hacen detenerme y bajo la ventanilla antes de apagar la radio. 

—Buenas noches— saluda con la típica voz irritante de policía. 

—¿Ocurre algo?— inquiero sin inmutarme. 

—No se preocupe, es solo rutina ¿Puede bajarse de vehículo, por favor? 

Elevo una ceja ante de suspirar y quitarme el cinturón. Abro la puerta con mucha paz y me bajo del coche. 

—De espaldas, manos sobre el techo y separe las piernas— obedezco con total tranquilidad y el policía comienza a cachearme. 

Imagino que es la princesita la que pone sus manos sobre mí y trato de controlar el golpe de calor que me envuelve. 

Abrumador. 

Puta niña… 

Es desesperante. 

El policía deja de tocarme y suspira cansado. Yo me giro despacio y lo observo. 

—Enséñeme los papeles del coche y su permiso de conducir, por favor. 

Obedezco una vez más y saco mi carnet y los papeles de mi coche. No tengo un coche extravagante, paso desapercibido por entre la gente, no llamo la atención de la policía y cada que me ocurre algo de esto me descartan como posible narcotraficante. 

Y todo gracias a la incompetencia de los narcotraficantes actuales y sus ganas de llamar la atención. Los viejos eran reyes, eran los dueños del país porque sabían lo que hacían, cómo lo hacían y con quién trataban. No se gastaban millonadas en un coche y una casa, eso llama demasiado la atención. Los actuales no valen nada, han sido colocados en ese puesto de líder y se lo han dado todo mascado, si hubieran tenido que montar un imperio como los viejos lo hicieron, no encarcelarían a tantos y el narcotráfico sería algo más secreto. Además, la droga actual es de mala calidad, yo busco lo natural. 

Yo fui enseñado por uno de los reyes del Imperio del narcotráfico, me educó mi abuelo tras comprobar que mi padre era un incompetente. 

Y es por eso que el agente me dice: 

—Todo en orden, disculpe las molestias— recojo mis papeles y me monto en el coche. 

—Gracias y buenas noches— me despido antes de seguir mi camino. 

La imagen de mi abuelo en el momento de su muerte me llega a la mente y sin poder evitarlo acabo sonriendo. Enciendo la radio para quitarme su imagen de mi cabeza, pero no puedo, es imposible que lo olvide ahora… 

Una risa tonta sale de mi garganta y en un momento me encuentro riéndome a carcajadas. 

Ese viejo loco… 

Lo recuerdo como si fuera ayer, y, en realidad, fue hace relativamente poco. Dos años atrás, él tuvo la suerte de parar una bala con su cuerpo. No era mía, sin embargo. No cayó hasta llegar al coche y yo mismo nos saqué del improvisado campo de tiro. Aguantó como un hombre y murió como un hombre, fue un hombre honorable desde que tengo memoria y no dejó de serlo hasta después de muerto. 

Sus palabras están tatuadas en mi cabeza, nunca se irán: “Te he criado y enseñado a gobernar, no destruyas mi Imperio o te destruirá mi recuerdo”. 

Jamás olvidaré sus palabras, fueron ese ultimátum, ese aviso, esa señal de que en ese momento ascendería en la jerarquía de la vida. 

Y así ha sido. 

Ahora soy como Luis XIV y su gran lema: “El Estado soy yo”. 

Llego a mi madriguera y decido que tengo que descansar para procesar lo sucedido con la princesita. Pero me temo que no es tan sencillo. 

Yo vendo drogas, no las consumo. A ver si recuerdo eso la próxima vez que la vea. 



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En el texto hay: secuestro, sufrimiento, mafia

Editado: 14.11.2022

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