Quiero ayudar
Alice Becher
—Me he acostado con él— suelto de pronto pero me percato de que estoy en casa de mi marido en medio del salón y miro en todas direcciones para ver si nadie nos escuchó.
Estamos solas y me relajo fijando mi vista en Helena, quien me está mirando como si tuviera dos cabezas de pronto.
—¿Que qué?— pregunta calmada. Falsa calma, obviamente.
—Lo que has oído— respondo seria—, y me siento muy mal— flipo por el flujo de la conversación.
Sé que estoy hablando de esto ahora porque quiero olvidarme de la carta pero es cierto que me siento muy mal.
—Y me siento peor por admitir que me gustó— susurro.
—Vale... vale— asiente para sí misma—. ¿Por qué?
—Cuando me sacó de allí yo estaba mal y necesitaba...— me quedo a mitad y ella me sonríe con comprensión.
—Sentirte alguien— asiento con las cejas juntas.
—Sentía que no valía nada, que era un trapo usado, y como él siempre me ha tratado bien, necesitaba...
—Que te hiciese sentir tú de nuevo.
—Sí, necesitaba cariño y no que me gritaran lo impura, guarra y puta que soy. Que me tratasen con delicadeza, no que me destrozaran. Saber que le importo a alguien, Helena. En ese momento no me sentía nada.
Una lágrima cae por mi mejilla pero sonrío. Ella abre la boca pero la cierra, está tratando de averiguar si yo quiero o no un cambio de tema. Solemos hacer esto, ronda de revelaciones: ambas desnudamos nuestras almas y contamos todo tal y como lo pensamos y sentimos pero la otra no puede comentar de más, además no hay tiempos entre revelaciones.
—Me he pillado de Samu— suelta.
Hace mucho que no se pilla de alguien.
Es la típica a la que los adolescentes calificarían fuckgirl en las redes sociales. No se enamora nunca. Folla y deshecha a los hombres de una manera que incluso cualquiera preguntaría si tiene alguna ETS, pero no, ella se cuida muchísimo, tiene cabeza y sabe lo que hace.
—Es muy mono— asiento.
—No se comenta— reprocha nerviosa y yo elevo las manos.
—Disculpa, no se comenta.
Nos quedamos mirándonos la una a la otra y hacemos lo que solemos hacer al acabar con la ronda de confesiones: olvidarlas.
—Estoy preocupada por Yan— comenta Helena tras unos segundos de silencio.
—¿La hermana de Samu?— pregunto.
Recuerdo lo que los chicos dijeron de ella.
—Sí. Últimamente hemos estado hablando más, quedando y eso...— baja la voz y se acerca a mí para susurrarme lo siguiente— el otro día apareció en mi casa con una mano marcada en el cuello, trataba de ocultarlo con un pañuelo pero... no lo consiguió. Y otro día tenía un ojo morado, el sudor de educación física le medio borró el maquillaje que usó para taparlo.
—¿Crees que la estén obligando a algo?
—Creo que está atrapada en algo, quizá en una pequeña mafia...
—Pequeña y mafia no son compatibles, Helena...
—Ya, lo sé, pero la palabra pequeña hace que no se vea tan terrorífica— se excusa.
—¿Crees que tenga un cliente habitual violento?— pregunto.
—Pues... no lo sé, puede. Su jefe no la dañaría visiblemente, tiene pinta de que le haga ganar mucho dinero con su cara bonita. Y además ella es de fiar, porque si no, no la dejaría salir y estaría encerrada como las otras.
—¿Y si son drogas?— planteo y Helena me mira con interés.
—¿Drogas?
—Si Yan consume, es una adicta, quizá ha robado lo que no debía o le ha comprado a quien no debía. Quizá debe dinero y esas marcas son un aviso antes de matarla.
Una idea se me pasa por la cabeza pero trato de eliminarla.
En vano.
—¿Y si la ayudamos?
—¿Qué?— Helena se pone en alerta, y no la culpo teniendo en cuenta mis usuales ideas de mierda.
—Parece que necesita ayuda, ¿y si la ayudamos?
—No.
—¿Por-?
—No.
—¡Helena! Una niña necesita ayuda, debemos ayudarla.
—El deber no siempre tiene que hacerse...
—Tenemos... tengo que ayudarla.
Y creo que es la peor idea que he tenido en mucho tiempo.
Pero muy necesaria.
—Voy a ayudarla...
—¿A quién?— la voz de Cai me hace girarme.
—A Yan— murmura Helena sin una pizca de gracia.
—¿La hermana de Samuel?— asiento y él se interesa por el tema por lo que se sienta con nosotras— ¿Está en problemas?
—Alguien la está agrediendo— digo.
—Creemos que puede ser o un aviso antes de matarla, o un cliente agresivo, o un camello agresivo, o un jefe agresivo. De ninguna de las maneras estará a salvo si la ayuda— dice mi amiga en dirección a mi marido refiriéndose a mí.
—Eso es cierto, ganchita...
—¿Es que ninguno de los dos me entiende? Necesito hacer algo por alguien y ella necesita que alguien haga algo por ella. Nos necesitamos la una a la otra-
—Pero puede acabar con ambas muertas, Alice— se queja mi amiga.
Hay veces que es irritante, en serio.
—Sé defenderme, ya lo he demostrado, creo yo ¿Eh?— replico de forma borde.
—Como siempre, es tu vida y puedes hacer lo que quieras pero no creo que sea una buena idea y viviré preocupado si lo haces. Son sus enemigos más tus enemigos, ganchita. Tenlo en cuenta.
Ruedo los ojos y asiento seria.
—Está bien, dejaré que maten a golpes a esa pobre chica...
Me levanto y me largo sin decir nada, tampoco intentan detenerme.
Subo a mi habitación y me acerco a mi espacio de libros, cojo uno y me tiro en la cama para ponerme las gafas y comenzar a leer.
Pasan las horas y las páginas y yo me relajo cada vez más. La tensión entre los personajes me despeja y vivo cada mirada furtiva como si fuera yo la protagonista. Entonces viene una bomba de revelaciones que deja a la protagonista aturdida y acaba besándose con su enemigo...