Ver el mundo arder = diversión
Ojo demente
Sonrío consciente de que estoy a punto de romper el pobre corazón del capullo que tengo ante mí.
—Me lo pidió ella.
Silencio.
Se ha quedado tan petrificado que de pronto pienso que está por comenzar a convulsionar.
—¿Ella te lo...?
—Sí, ella dijo «Fóllame, por favor», justo con esas palabras— especifico para que le duela más.
Seguramente ella se meta en problemas después de esto, pero si ya lo sabía, ¿por qué no puede saber la verdad completa? No es mi culpa que ella esté casada. Es Cai el que molesta, no yo.
—Eso no es cierto— susurra tan bajo que me cuesta oírlo.
La comisura izquierda de mi labio se inclina hacia arriba en un amago de sonrisa.
Tú lo has querido...
—Es cierto— él me mira ante mi afirmación—, primero me besó estando en toalla y la dejó caer, la puse en la cama y, tras mostrarse jubilosamente sin nada que la cubra...
—Para— pide Cai en tono débil.
Ladeo la cabeza estudiando su expresión: mirada perdida en el dolor, ojos hundidos, ojeras oscuras, voz apática...
Sí, sin duda se le ha roto el corazón.
Pobrecito...
—Y cuando le pregunté que qué hacía dijo «Fóllame, por favor»— miro sus manos, está agarrando con tanta fuerza la taza que si se rompe no me sorprende.
Rómpela, rómpela...
—Le recordé que somos hermanos y me dijo que en ese momento no le importaba— continúo.
Sus dedos comienzan a temblar alrededor de la taza.
Decido acabar con su tortura.
—Yo acepté porque estaba deseando hacerlo desde que la vi por primera vez en esa casa de traidores que tienes, pero ella lo hizo para huir— eleva la mirada ante el cambio de rumbo en la conversación y yo me pongo serio.
—¿Huir?
—¿Ha ido al ginecólogo?— se le crispa la mirada.
—¿No usasteis...?
—Yo sí, los árabes no— Cai traga y yo me echo atrás en mi silla— ¿Vas a decirme que no lo sabías? No voy a creerte.
Bebe de su taza como si estuviese a punto de darle un ataque de nervios.
—¿Y bien?— inquiero.
—Sabía que había pasado algo— confiesa—, pero la vi bien y no quise hacerla recordar. He estado estudiando su comportamiento estos últimos días y estaba estable, no había motivos para perturbar su paz.
Paso por alto la mierda de excusa que creo que me está poniendo.
—Yo solo fui un instrumento para saciar su dolor— digo—. Conmigo se ha derrumbado ya tantas veces que he aprendido a leerla.
No es complicado, yo no tengo más remedio que hacerlo objetivamente, él debe hacerla de forma subjetiva, por eso no alcanza sus pensamientos tan bien como yo.
—Tiene miedo, se siente como un objeto y, si la situación hubiera sido un poco peor, ella misma hubiese acabado con todo— él abre los ojos como si no se esperara que insinuara que ella podría haberse suicidado.
—No, eso no es posible...
—Me dijo que su mayor miedo se había hecho realidad, e insinuó que todo iba a empeorar, pérdida de esperanzas, ¿no es eso lo que os gusta tanto a las personas?, ¿la esperanza? Tendrías que haberla visto cuando huimos de Abdel, ella estaba irreconocible.
Estaba tan dolida que su cara no parecía su cara, su pelo era solo pelo y no su pelo y sus ojos... ojos de muñeco: saltones y sin vida, no era ella y sospecho que sigue sin serlo.
—Para sanar su mente te necesita a ti y necesita a sus amigos, quizá un profesional, pero es esencial por ahora que la lleves al ginecólogo— le aconsejo.
—Ya tiene cita, para dentro de dos días.
Me bebo el mini café de un sorbo y me levanto.
—Lo último que necesita ahora es que le reclames nada.
Digo por último y me marcho del local.
La princesita sufre, y es un sufrimiento con el que no puedo ayudar.