Cai Becher

Capítulo 60

Dora

Alice Becher

Pasamos el día de tienda en tienda, aunque no me compré nada, y comimos en un local de sushi que hay cerca del centro de nuestra ciudad. No sé de dónde es el hombre que prepara el sushi, pero es digno de la realeza.

Ignoro a Helena, quien habla al volante del coche mientras conduce a mi casa. Mi mente está en otra cosa, en un nombramiento que hizo Helena antes, sin maldad, pero destapando una herida que jamás sanará.

—Awww, mira, sois Dora y tú cuando la adoptasteis— la escuché decir. Mi cuerpo se heló por completo, los palillos dejaron caer la gyoza que estaba por meterme en la boca.

Dudo, pero miro su teléfono y veo esa foto, la foto en la que adopté a una mastina vieja que estaba abandonada en una carretera de servicio, había parido media docena de cachorritos y estaba junto a ellos cuando la encontré, pero habían muerto todos desnutridos, la perra no tenía leche porque estaba deshidratada. Confió en mí cuando me acerqué y, también cuando recogí a sus inertes cachorritos para llevarlos con nosotros. Los llevé con mi madre al veterinario y la mastina recibió cuidados esenciales, los cachorros fueron mandados a una fosa común de mascotas.

Desde ese día, ella y yo nos volvimos inseparables, era consciente de que le quedaban, como mucho, dos años de vida, porque los mastines viven una media de nueve años y esa perra ya debía de estar en los siete.

Pretendía darle todo el amor que me diera tiempo a darle. Íbamos a pasear juntas, ladraba a los hombres que me miraban mal por la calle, ignoraba a los perros que le ladraban... era súper inteligente, en la vida le puse un bozal o una correa, ella nunca se separaba de mí cuando salíamos, incluso dormía a los pies de mi cama. Pero no habían pasado ni cuatro meses cuando, por mi despiste, una moto estuvo a punto de atropellarme.

Dora ladró, pero no me dio tiempo a salir corriendo cuando saltó sobre la moto lista para morder al que iba a matarme.

El chico que conducía sufrió una contusión cerebral debido a la caída y Dora falleció.

Se le cayó la moto en el cuello cuando cayeron y se lo partió. Murió salvándome y, por eso, me he sentido culpable desde entonces, iba distraída y por eso ella murió esa tarde.

—Vaya, hay un accidente— el comentario de Helena me saca de mis recuerdos y me centro en la carretera.

Hay un coche detenido, echando humo negro del capó, y un hombre con expresión de fastidio junto a él, hablando por teléfono.

—Deberíamos parar— dice poniendo los intermitentes para girar hacia la derecha y parar en la cuneta.

No creo que sea una buena idea, pero me callo y sonrío con educación.

El hombre que se encuentra en apuros es pelinegro. Su complexión me resulta familiar, pero no recuerdo por qué.

Bajo su camisa blanca puedo discernir algo de tinta y forma en los brazos y abdomen.

Me recuerda a...

No lo sé.

—Buenas tardes, señor, ¿necesita ayuda?— Helena le habla con educación y sensualidad al mismo tiempo.

Buen gusto, amiga.

El guapo hombre se acerca y compruebo que tiene los ojos tan negros que no difiere del iris y la mandíbula bien marcada adornando una perfecta dentadura blanca.

Y está bronceado en noviembre.

En noviembre, con el frío que hace.

—Buenas noches, señoritas— tiene un leve acento extranjero y sonríe con un aire de superioridad como si se creyera que todo es suyo, como si fuera mejor que todos y él lo supiera.

Pero el que se ha quedado tirado es él, no yo.

—He sobrecalentado el coche y aquí me quedo— se encoje de hombros—. He llamado a una grúa, solo espero que llegue pronto, por lo demás todo perfecto.

—¿Tiene prisa acaso?—Helena ladea la cabeza y pestañea como solo a ella le he visto hacer.

—Tengo una reunión en el centro, pero estamos a media hora en coche, bastante más si voy andando— explica sin dejar de sonreír.

Helena me mira preguntándomelo con la mirada, y yo le doy mi negativa con los ojos. Me ignora y se gira hacia él.

—¿Le acercamos?

Él finge sorpresa por su proposición.

—¿Harían eso?— Helena asiente y yo me encojo de hombros— Pues si no es mucha molesta, me vendría bastante bien.

El desconocido se mete en el coche sin haberse presentado si quiera. Ni Helena ni él le dan importancia a ese dato y nos ponemos en marcha.

—Bueno, desconocido— sonríe mi amiga por el retrovisor—. Yo soy Helena, pero con H, ¿y usted?

—Por favor, tutéame, Helena, aún soy muy joven. Soy Nikolay— se presenta.

Nikolay...



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En el texto hay: secuestro, sufrimiento, mafia

Editado: 14.11.2022

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