Caida de los reinos

Capitulo 1 - Parte 2

El vinatero asintió, agradecido, y Theon se apartó de ellos para quedarse plantado 
junto al puesto. Aunque estaba en posición de descanso, se notaba que seguía alerta. 
Y ella que creía que su padre era demasiado protector… 
Aron vació una segunda copa. 
—Qué maravilla. Es absolutamente increíble, justo como me dijeron. 
Mira dio un elegante sorbito y enarcó las cejas, sorprendida. 
—¡Excelente! 
Bien, era su turno. Cleo se llevó la copa a los labios y, en el instante en que el 
líquido le rozó la lengua, una expresión de pesar inundó su rostro. Y no porque 
estuviera rancio, sino porque era delicioso, dulce y suave; no tenía ni punto de 
comparación con nada que hubiera probado jamás. Sintió el deseo de beber más y el 
corazón se le aceleró. Vació la copa de un par de sorbos y contempló a sus amigos: de 
pronto el mundo parecía dorado, como si todos estuvieran rodeados de una aureola 
que los hacía mucho más hermosos de lo que eran. Para empezar, Aron le resultaba 
un poco menos repulsivo, y también encontraba atractivo a Theon a pesar de su 
actitud arrogante. Aquel vino era peligroso, no había duda. Valía todo lo que el 
vinatero quisiera cobrarles, y Cleo supo que debía mantenerse alejada de él tanto 
ahora como en el futuro. 
—El vino es extraordinario —comentó, esforzándose por no delatar su inquietud. 
Le hubiera gustado pedir otra copa, pero se tragó las palabras. 
Silas parecía radiante. 
—Me alegra oír eso. 
—Siempre lo digo —asintió Felicia—: mi padre es un genio. 
—Sí, creo que merece la pena comprar este vino —dijo Aron con voz pastosa; 
teniendo en cuenta lo mucho que había bebido en la última hora, era sorprendente que 
pudiera mantenerse en pie sin ayuda—. Me llevaré ahora cuatro cajas, y quiero que 
me envíen una docena más a casa. 
A Silas se le iluminaron los ojos. 
—Podemos arreglarlo. 
—Te daré quince florines auranios por caja. 
—Pero… —la piel bronceada del vinatero perdió el color—. Valen al menos 
cuarenta cada una. Me han pagado incluso cincuenta. 
—¿Cuándo? —los labios de Aron se afinaron hasta convertirse en una línea—. 
¿Hace cinco años? Me temo que la clientela ya no es la misma que entonces. No es 
que Limeros compre demasiado, ¿verdad? Teniendo en cuenta las penurias por las 
que atraviesa el reino, dudo que la importación de vino esté en su lista de prioridades. 
Así que no queda más que Auranos, porque todo el mundo sabe que la gente de este 
país dejado de la mano de la diosa no tiene ni para comer. Quince por caja es mi 
última oferta; puesto que quiero dieciséis cajas, y quizá más en el futuro, diría que has hecho un negocio redondo. ¿No es una buena cantidad de dinero para la boda de 
tu hija? Se llama Felicia, ¿verdad? Felicia, ¿no crees que mi oferta es mejor que 
cerrar sin vender nada? 
Felicia se mordió el labio inferior y frunció el entrecejo. 
—Sí, tal vez sea mejor que nada… Sé que la boda va a costar mucho dinero, 
pero… No lo sé. ¿Padre? 
Silas abrió la boca para decir algo, pero se contuvo. Cleo no estaba prestando 
demasiada atención; intentaba resistir la tentación de beberse la copa que Silas había 
vuelto a llenarle. 
A Aron le encantaba regatear, le servía de pasatiempo. Siempre intentaba 
conseguirlo todo al precio más bajo, fuera lo que fuera. 
—No quisiera enemistarme con vos —dijo al fin Silas retorciéndose las manos—, 
pero ¿estaríais dispuesto a pagar veinticinco florines la caja? 
—No —Aron se revisó las uñas—. Por bueno que sea el vino, hay otros 
vendedores en el mercado y en el camino hacia el puerto que estarían encantados de 
aceptar mi oferta. 
Siempre puedo acudir a ellos, si prefieres perder la venta. ¿Es eso lo que quieres? 
—No, yo… —Silas tragó saliva. Su frente estaba surcada de arrugas—. Quiero 
vender mi vino; por eso estoy aquí. Sin embargo, a quince florines… 
—Tengo una idea mejor. ¿Qué tal catorce florines la caja? —un destello de 
maldad brilló en los ojos verdes de Aron—. Si no aceptas mi oferta a la cuenta de 
diez, bajaré un florín más. 
Mira apartó la vista, avergonzada. Cleo abrió la boca para protestar, pero recordó 
de pronto que Aron conocía su secreto y podía utilizarlo contra ella, así que volvió a 
cerrarla. 
Estaba decidido a conseguir el precio más bajo posible, y no porque le faltara el 
dinero; era lo bastante rico para comprar todas las cajas que le apetecieran al precio 
más alto. 
—De acuerdo —gruñó Silas finalmente apretando los dientes, como si aquello le 
doliera en lo más hondo. Cruzó una mirada con su hija antes de volver la vista hacia 
Aron—. Catorce florines la caja, dieciséis cajas. Mi hija disfrutará de la boda que se 
merece. 
—Excelente. Como decimos los auranios, siempre habrá uvas en Paelsia para 
alimentar a los paelsianos. 
Con una sonrisita de satisfacción, Aron se metió la mano en el bolsillo, sacó un 
fajo de billetes y se puso a contarlos tranquilamente. Era evidente que tenía dinero de 
sobra para pagar diez veces más por el vino, y los ojos de Silas se encendieron con 
una mirada de indignación. 
Dos personas se acercaron por la izquierda.
 


 

—Felicia —preguntó una voz profunda—, ¿qué haces aún aquí? ¿No deberías 
estar vistiéndote con tus amigas? 
—Ahora mismo, Tomas —murmuró ella—. Estamos a punto de acabar. 
Cleo se volvió para mirar a los dos muchachos que se acercaban. Tenían el pelo 
casi negro, cejas oscuras y ojos de un castaño intenso. Eran altos, de hombros anchos 
y piel cetrina. 
Tomas, el mayor, aparentaba poco más de veinte años. 
—¿Pasa algo? —les preguntó a su padre y a su hermana. 
—Nada, nada —masculló Silas—. Estoy cerrando una venta, nada más. 
—No es cierto. Juraría que estás molesto. 
—En absoluto, hijo. 
El otro chico clavó sus ojos oscuros en Aron antes de girarse para contemplar a 
Cleo y a Mira. 
—Padre, ¿esta gente está intentando timarte? 
—Jonas —le apaciguó Silas con voz fatigada—, no es asunto tuyo. 
—Sí es asunto mío, padre. ¿Cuánto te ha ofrecido este hombre? —Jonas examinó 
a Aron sin disimular su desagrado. 
—Catorce florines por caja —contestó Aron con satisfacción—. Un precio justo 
que tu padre está muy contento de aceptar. 
—¿Catorce? —escupió Jonas—. ¡Es un insulto! 
Tomas agarró a su hermano de la camisa y le empujó hacia atrás. 
—Tranquilízate. 
—¿Que me tranquilice? ¡Este bastardo cubierto de seda y adornos intenta estafar 
a nuestro padre! 
—¿Bastardo? —la voz de Aron era ahora gélida—. ¿A quién llamas bastardo, 
sucio campesino? 
Tomas se volvió lentamente, con los ojos llameantes de cólera. 
—A ti. Mi hermano te ha llamado bastardo a ti, bastardo. 
Aquello era lo peor que le podían llamar, pensó Cleo con un suspiro. Aunque casi 
nadie lo sabía a ciencia cierta, Aron era hijo ilegítimo de una hermosa criada rubia a 
la que su padre había tomado aprecio. Puesto que la esposa de Sebastien Lagaris era 
estéril, había acogido al bebé para criarlo como si fuera suyo; la auténtica madre de 
Aron había muerto poco después en circunstancias misteriosas sobre las que nadie se 
atrevió a indagar. 
Sin embargo, la gente murmuraba, y los rumores habían llegado a oídos de Aron 
en cuanto fue lo bastante mayor para entenderlos. 
—Princesa… —murmuró Theon esperando una orden para intervenir. 
Cleo le posó la mano en el brazo para evitarlo: no quería montar una escena 
todavía más escandalosa.
—Vámonos, Aron —dijo echando un vistazo a Mira, que había dejado en el 
puesto su segunda copa de vino y parecía nerviosa. 
Pero Aron seguía con los ojos clavados en Tomas. 
—¿Cómo te atreves a insultarme? 
—Más vale que le hagas caso a tu amiguita y te largues de aquí —le advirtió 
Tomas—. Cuanto antes, mejor. 
—En cuanto tu padre me entregue las cajas de vino, me iré encantado. 
—Olvídate del vino; lárgate y considérate afortunado de que no tenga en cuenta la 
grosería con la que has tratado a mi padre. Es un hombre confiado, y siempre está 
dispuesto a malvender su mercancía. Yo no. 
Aron se encrespó. La calma de la que había hecho gala anteriormente se había 
desvanecido por culpa de la borrachera, y se sentía lo bastante fuerte como para 
enfrentarse a dos mocetones. 
—¿Sabes quién soy yo? 
Jonas y su hermano cruzaron una mirada. 
—¿Te crees que nos importa? 
—Soy lord Aron Lagaris, hijo de Sebastien Lagaris, señor de Pasoviejo. He 
venido a este mercado acompañado de Cleiona Bellos, princesa de Auranos. 
Muéstranos la consideración que nos merecemos, paelsiano. 
—Esto es ridículo, Aron —masculló Cleo; no le hacía ninguna gracia que se diera 
aquellos aires. 
Mira le agarró la mano y se la apretó. «Vámonos», parecía decir. 
—Ah, alteza —dijo Jonas con sarcasmo mientras se inclinaba en una reverencia 
burlona—. Mis tres altezas, es un honor encontrarme ante vuestra deslumbrante 
presencia. 
—Podría hacer que te decapitaran por esa falta de respeto —gruñó Aron—. A 
vosotros dos, a vuestro padre y a vuestra hermana también. 
—¡No mezcles a mi hermana en esto! —rugió Tomas. 
—Déjame adivinar… Si se casa hoy, supongo que ya estará embarazada, ¿me 
equivoco? He oído que las mujeres paelsianas no esperan al matrimonio para 
disfrutar de los placeres de la vida, si tienes con qué pagarlas —Aron miró de arriba 
abajo a Felicia, que lo observaba con una mezcla de vergüenza e indignación—. 
Tengo dinero, así que tal vez me puedas conceder media hora de tu tiempo antes de 
que atardezca… 
—¡Aron! —gritó horrorizada Cleo. 
Él la ignoró; Jonas, en cambio, la miró con tanta furia que Cleo sintió como si sus 
ojos la quemaran. Tomas, que parecía algo menos impetuoso que su hermano, le 
lanzó a Aron la mirada más oscura y venenosa que Cleo había visto en su vida. 
—Podría matarte por decir eso de mi hermana.
 



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Editado: 02.05.2020

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