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Abel me contaba sobre su invitación para asistir al cumpleaños de Julieta. Cuando se dio cuenta de lo que pensaba, hizo por aclararme que él tampoco lo podía creer, que incluso, le parecía que podía tratarse de una broma. Y conociendo cómo era esa niña, tal suposición no sonaba tan descabellada. Estábamos jugando en los juegos del parque, mi madre se encontraba sentada a unos metros de nosotros, vigilando que ningún percance ocurriera. Se había convertido en un hábito el venir aquí después de terminar las tareas de la escuela. Mientras Susana y Jina jugaban en el pasamanos, Caín y yo en los columpios.
—Abel si ya me lo contaste a mí, ¿por qué no se lo dices a tus papás? No es normal que Julieta te moleste de esa manera. ¿Dices que una vez te quitó tu comida y otra amenazó con romper tu libro de colorear?
Mi amigo se balanceaba en absoluto silencio, con la mirada perdida en algún punto. Luego, se detuvo y suspiró.
—Es que no quiero ocasionarles problemas. ¿Sabes? Como que últimamente mis papás se enojan y dicen cosas… raras. Antes no pasaba.
—Bueno, mis padres también se enojan. Creo que eso es bastante común en los papás.
—¿Pero los tuyos gritan mucho? ¿Tu papá también hace llorar a tu mamá?
—No. Solo se enojan pero rápido se les pasa.
Abel volvió a centrarse en sí mismo. Después volvió a hablar:
—Oye Caín, ¿y por qué no vienes conmigo a la fiesta de Julieta? Así ya no me siento solo. También puede venir Susi.
Bajé del columpio y me puse delante de él, me crucé de brazos.
—¿Y qué sentido tendría? Ni conozco a esa niña y no me interesa. Ella tampoco sabe de Susana ni de mí, así que ¿cómo por qué aceptaría a extraños en su fiesta?
—Tú ya no eres tan extraño, ya te conoce desde la vez que me defendiste.
—De todas formas, no tiene chiste —dije sin más. Me giré dispuesto a ir a otro juego, pero entonces, el silencio y la expresión decaída de Abel me detuvieron. Suspiré—. ¿Y por qué mejor no le dices a tu mamá que no quieres ir y ya? No creo que sea tan difícil. Además, no te puede obligar. Mi madre dice que no se nos puede obligar a hacer algo que no queremos.
—No es tan fácil, Caín —dijo Abel, ahora también, bajo el columpio. Empezó a caminar y yo con él—. ¿Si notas que me cuesta hacer amigos, no? Por lo mismo, nunca he ido a una fiesta de cumpleaños de otros niños de mi edad y como esta es la primera vez que me invitan, mi mamá está muy emocionada por ir también porque cree que Julieta es mi amiga.
—Pero eso no es así, además, si tanto quiere ir tu mamá, que vaya ella pero que a ti no te obligue.
—¡Caín! Eres muy rebelde. ¿Tus papás no te regañan?
—Casi no. De todas formas, no creo que haya dicho algo malo.
Abel negó con la cabeza, como si con ello buscase reprenderme. En aquel entonces, Abel y yo éramos muy distintos. A él siempre lo veía siguiendo al pie de la letra lo que decían sus papás. Por mi parte, hacía lo que quería con la guía y autorización de mis papás. Me sorprendió que de la nada, Abel se empezara a reír.
—Ay, Caín. A veces me gustaría ser como tú. No te preocupas de nada y todo te sale bien. Dime, ¿cómo le haces para hacer amigos? Yo también quiero tenerlos.
Entonces, fue mi turno para reír. Era increíble que tuviera esa percepción de mí. Se sorprendería si le dijera que era igual de asocial.
—¿Te digo la verdad? —Lo miré. Abel era unos centímetros más bajo que yo—. Tampoco soy de tener muchos amigos como te lo imaginas, me cuesta mucho.
—¿Qué? ¿En serio? No me engañes.
—¿Qué me gano con decirte mentiras? Te lo juro. Pregúntale a Susana. La de los muchos amigos es ella.
—Bueno, te creeré. Ay, si es cierto, casi se me olvidaba. —Abel empezó a buscar algo en la diminuta mochila que tenía en la espalda y la cual siempre sacaba cada que nos reuníamos en el parque—. Ten, los hice para ti. Pero no burles, ¿está bien? —dijo a la vez que me tendía un grupo de hojas y se tapaba los ojos con la mano libre, con la mera intención de no ver mi reacción. Tomé los dibujos que me ofrecía para ver de qué se trataban. De inmediato sonreí. Abel me había contado que le gustaba pintar y dibujar, pero jamás me dijo que tan bien. Sus dibujos, llenos de detalles increíbles, retrataban nada más ni nada menos que personajes de mis historias. Era como si hubiese sido capaz de leerme la mente para pasar al papel a mis personajes tal cual yo los imaginaba.
—Abel, ¡esto es increíble! —dije anonadado—. ¿Cuándo los hiciste y por qué no me dijiste antes?
—Desde la otra vez iba a dártelos, pero entonces Julieta y sus amigas…
—¿Era esto lo que te querían quitar? Otra razón para detestarlas. —Volví a centrarme en los dibujos, que eran cinco de los personajes más importantes de la novela corta que estaba escribiendo. Sabía que se trataba de una novela y no un cuento, porque el profesor de escritura creativa no se había cansado de repetir sobre las partes y estructura que conforman una novela. Amaba más que todo esa clase.
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Editado: 10.11.2024