La profesora Méndez pasaba lista al tiempo que entregaba a cada uno, los trabajos de la clase anterior. Era en ese tipo de ocasiones en las que lamentaba que mi apellido comenzara con la letra R, pues tenía que esperar más de la cuenta. Aun con eso, fui paciente y me centré en hojear mi cuaderno de apuntes.
—Caín Roldán Chimal.
—Yo —dije apenas escuché mi nombre y me levanté de mi asiento para tomar el trabajo. Volví a mi lugar con una sonrisa. La profesora me había puesto el noventa por ciento de la nota y un comentario de retroalimentación de su parte.
Cuando terminó de entregar todos los trabajos, nos pidió dejar lo que estábamos haciendo para ponerle atención. Así, nos habló de la dichosa feria del arte y de las actividades que ya se tenían previstas y de las cuales, ya sabía algo gracias a Abel. La escuela buscaba que como alumnado fuéramos partícipes del evento, por lo que el comité organizador estaría a cargo de la recepción de proyectos de quienes desearan exponer su trabajo. Era sin duda, una excelente oportunidad para darse a conocer.
Abel y yo regresábamos de la escuela y, con dos semanas de anticipación, hablábamos sobre lo que podíamos hacer para el evento. Teníamos muchas cosas en mente, que sería todo un reto decidirnos por una sola. Por más que nos llevábamos bien, nos resultaba complicado ponernos de acuerdo cuando de trabajar en conjunto se trataba. Nuestros hermanos, quienes iban unos pasos por delante que nosotros, parecían tener una conversación más animada.
Llegamos a mi casa.
—A ver, entonces ¿qué hacemos?
—Pues ya te dije —me contestó Abel, sentándose al otro lado de la mesa del comedor—. Pero no quieres, ¿por qué no?
Me mostré poco interesado.
—Vamos, Caín. Es una buena idea. ¿Verdad que sí, Susana? —le preguntó, alzando la voz para que ella le hiciera caso, pues estaba muy entretenida viendo la televisión con Set—. ¿Susana?
—Déjala, a mí menos me peló cuando le dije que quitara sus cosas de aquí. ¿O no, Susana? —la llamé, sin éxito.
—¿Qué quieren? ¡No me dejan ver la tele a gusto! —dijo al cabo de un rato.
Miré al techo, hastiado, no me iba a poner a repetir lo que ya le había dicho.
—¿Pero qué me decías tú, Abel? No estoy de acuerdo con lo que dice Caín, pero contigo sí. A ti sí te hago caso en todo.
Abel se río y yo hice un gesto con la cara que le hizo reír más. Volvimos a lo nuestro, donde Abel insistió en que era buena idea que él pintara una serie de cuadros inspirados en el cuento que me había devuelto la profesora. Pero su idea seguía sin convencerme, ni yo mismo sabía por qué. Me dio el resto del día y el fin de semana para pensarlo mejor.
Para sorpresa nuestra, mis padres llegaron del trabajo más temprano que otras veces y se alegraron al ver a nuestros vecinos después de mucho tiempo, tanto que les hicieron una invitación para quedarse a cenar. Sin embargo, Abel se excusó diciendo que era tarde y debían volver a su casa, incluso cuando Set le pidió quedarse un rato más, pero no accedió.
—Está bien, no se preocupen. Otro día será —mi madre los despidió en la puerta y al ver que entraron a su casa, volvió con nosotros.
Fue la primera vez en mucho tiempo que nos sentamos todos juntos a cenar. El cansancio en mis padres era notable y aun con eso, estaban frente a nosotros con su mejor cara, preguntándonos sobre nuestro día. Me limité a decir que todo había ido bien conmigo, pero Susana no perdió la oportunidad de contarles con lujo de detalle todo lo que había pasado con ella. Además, hubo de aprovechar que ambos estaban de buenas y les pidió permiso para ir a casa de su amiga Gina a una pijamada en un par de semanas. No tuvo problema en obtener un «sí» luego de un corto interrogatorio por parte de nuestra madre.
Al final de la cena, Susana fue la primera en dirigirse a su cuarto y yo le seguí. Mis padres se quedaron abajo, hablando. Y aunque otras veces me quedaba a escuchar sus conversaciones, esa noche el cansancio fue más grande.
*
Lunes por la tarde. Abel me miraba atento, a la espera de mi respuesta. Un día antes había hablado de esto con mi padre, quien me dijo que no había nada de malo en colaborar para la feria si es que en verdad los dos queríamos, que no tuviéramos miedo a intentarlo, pues iba a ser peor no haberlo hecho y perder una posible gran oportunidad.
—Está bien, acepto. Pero con una condición —dije, cortando por un instante la expresión alegre de mi amigo—. Déjame escribir otra cosa, algo con lo que me sienta más cómodo.
—Sí, claro, de eso no te preocupes. Tómate todo el tiempo que necesites. ¡Gracias, Caín! Verás que nos saldrá bien. Confía en mí.
Me resultó gracioso que ahora fuera él quien dijera eso «confía en mí», a menudo era yo quien se lo decía a él.
Los días pasaron y cuando ya sabíamos qué hacer, salimos al jardín trasero de mi casa. Hacía buen tiempo para estar al aire libre. Le ayudé a acomodar el lienzo sobre el caballete mientras él dejaba sobre una mesita otras herramientas. Me senté a su lado. Me gustaba ver cómo preparaba la paleta de pintura, cómo hacía para elegir los pinceles adecuados y cómo es que probaba las combinaciones antes de dejarlas caer en el lienzo. Acostumbraba a trazar unas vagas líneas que le servían de guía y cuando estas no terminaban de convencerle, ponía un pincel entre su nariz y la parte superior de sus labios para ayudarse a pensar en una mejor opción.
Después de casi una media hora, en la que hablamos de muchas cosas, el primero de los tres cuadros que tenía pensado hacer quedó listo. Se giró a mí, a la espera de una opinión.
—No me cansaré de decirte que eres demasiado genial, lo sabes, ¿no?
Abel río en respuesta y desvió la mirada hacia el cuadro. Una casa vieja y grande, con árboles sin hojas y un cielo sombrío, había sido el resultado después de un minucioso trabajo. Los detalles eran tan increíbles que era imposible no detenerse a mirarlos al menos por un rato. Lo que más me llamó la atención, fue la particularidad con la que había pintado a un hombre mirando hacia la entrada de la casa, con el pelo tan oscuro como su ropa.
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Editado: 10.11.2024