Caldos de Ofenón

Donde se baja a un planeta

Leynad se despertó bastante antes de la hora a la que había puesto el despertador. Había descansado suficiente y, una vez más, tuvo que elogiar la calidad de las instalaciones de aquel hotel. La cama era la hostia.

Apretó el botón para abrir la claraboya y cuando esta se abrió, la negridad más absoluta entró por la misma. Leynad, medio adormilado, cayó en la cuenta. Si de día, el cielo del anillo era el planeta, de noche por supuesto que también. Un planeta oscuro como la propia noche en su práctica totalidad, salvo las pequeñas islitas de luz que había en las zonas habitadas.

Se levantó, fue a la nevera de la habitación, vació un brick de medio litro de leche de dos tragos y se fue al baño. Tras hacer su trabajo allí, volvió a la cama. Al poco, notó que Skyvy se despertaba. También se levantó y saqueó la nevera. Después fue al baño, de allí volvió a la cama, y se sentó encima de Ley.

25 minutos más tarde, Skyvy bajaba, recién duchada, feliz y contenta, llena de energía, al salón para el desayuno, mientras Ley, que decía que ya había desayunado bastante, se encaminaba recién duchado, contento y fresco, lleno de energía, hacia la zona de pods del ascensor orbital.

La frescura se le fue un poco cuando cruzó una de las puertas y penetró en la zona más “popular” del hotel. Si bien la zona donde ellos se alojaban estaba prácticamente vacía y todo era paz, sosiego y atención, en este lugar la cosa era todo lo contrario. El gentío parecía desbordar al propio personal del hotel y entraba y salía en grandes grupos del gran salón que albergaba el buffet, en la parte izquierda. A la derecha, bajando unas escaleras, parecían estar los “pods” del ascensor espacial, o eso le pareció a Ley cuando vio una zona delimitada con un cordón de terciopelo con un hombre bigotudo vestido de mecánico “elegante” en su interior.

Bajó por la escalera y se acercó al cinturón de terciopelo. Había una zona con una pequeña obertura y se metió por allí, penetrando en aquella zona delimitada. En la pared, había unos asientos pegados con el respaldo al muro, y una familia con un niño de aspecto bastante repelente ocupaba varios de ellos. Algo más allá, estaba el bigotudo y otra línea de asientos pegada a la pared, esta completamente libre.

Leynad se acercó al tipo que estaba vestido de mecánico, que le habló antes de que le diera tiempo a saludarle.

- Hola! Usted debe ser Pasquale Nekkens. ¿es así?

- Así es. – contestó Leynad, que conocía aquel nombre como uno de los pseudónimos que utilizaba a menudo. Dalara lo conocía y debía haber hecho la reserva del hotel con ese nombre.

- Bien, usted va en este de la derecha – le dijo, señaládole la línea de asientos libres – Ellos irán en el otro.

- Muy bien, ¿me siento?

- Claro, adelante.

Leynad se acercó a los asientos y se sentó en el que había en el centro de aquella línea. Mientras se acomodaba, el operario comenzó a hablar en voz alta:

- La máquina hace todo el trayecto en una hora y tres cuartos. En el mismo, alcanzarán altas velocidades aunque no se lo parecerá, debido a la altura. En primer lugar ascenderán lentamente hasta el límite gravitatorio del anillo, y después, el pod dará la vuelta sobre sí mismo, poco a poco, para adaptarse a la gravedad del planeta. Todo el proceso se realiza de forma automática, repito. De forma automática. Si necesitan cualquier cosa, pueden contactar conmigo desde el botón que tienen en la parte izquierda, y el botón más grande, que tienen a la derecha de sus asientos, sirve para abrir y cerrar la capa externa del pod. Si se marean, les recomiendo que lo pulsen y hagan el resto del trayecto sin visión del exterior. Junto a este botón tienen una ruedecilla donde pueden seleccionar entre 18 canales de música y el volumen. Por favor, disfruten del viaje y recuerden que todo es completamente automático y que en los 9 años que este sistema lleva en funcionamiento no ha sufrido ni un solo accidente.

Dicho esto, accionó una palanca. Leynad notó una leve sacudida y un cristal bajó por delante de su cara, aproximadamente a un metro de distancia. De repente, vió como esa pequeña parte del hotel se separaba del mismo, se alejaba, y comenzaba a desaparecer por la parte inferior. Su pod se había desprendido de la pared del hotel y ya estaba ascendiendo por el cable del ascensor orbital.

El pod no tenía gravedad interna propia, así que adentro del mismo, por el momento, uno sentía la gravedad artificial del anillo. Esta gravedad, como pasaba con la de su nave, solo actuaba hasta cierta distancia, es decir, que cuando se alcanzara esa distancia, el pod pasaría de verse atraído por la gravedad artificial del anillo, a verse atraído por la gravedad normal del planeta. Al contrario que en un entorno completamente natural, donde la gravedad de ambos objetos se habrían combinado (es decir, que la gravedad del anillo habría sido prácticamente descartable), en este entorno donde los dos tipos de gravedad no interactúan, el cambio de una a otra podía resultar desagradable para el cuerpo humano. La gravedad del anillo no terminaría de forma “inmediata” y pasaría del 100% al 0 en pocos segundos, sino que había cierta “zona gris” donde la gravedad artificial iba bajando poco a poco su intensidad, aunque esta zona no cubría una gran distancia. Aquí, el pod aprovecharía para dar la vuelta sobre sí mismo y colocarse mirando con el suelo hacia el planeta, mientras la gravedad del anilo dejaba de hacer efecto y comenzaba a notarse la gravedad habitual del planeta.

Leynad estaba cerca de llegar a esa zona cuando se le ocurrió asomarse por el ventanal. El pod estaba justo empezando a girar, de una forma muy lenta y pausada, sobre una rótula que al mismo tiempo estaba enganchada al enorme cable del ascensor orbital. Comenzó a sentirse medio-ingrávido, como sin peso, y después le pareció que las cosas le pesaban para el otro lado.

Había sentido aquello más de una vez, por ejemplo, en alguno de los locales de fiesta que, de vez en cuando, activaban un sistema de antigravedad para hacer las cosas más divertidas (y vaciar los vasos de la gente) en los planetas del sistema Oannesis. También cuando visitó una vez la mina de Gruxis, donde se utilizaba la antigravedad para realizar los trabajos con más comodidad. Pero nunca lo había sentido estando suspendido en el aire metido en una cajita sujetada de un cable que, por mucho que pareciera gigantesco no era más que un hilillo en comparación con los tamaños del planeta y del anillo, y a más de 100 Km de distancia de cualquier suelo. El estómago de uno tenía ciertos límites. Compadecía a los padres de aquel nene del otro pod, que seguramente echaría toda la pota. Conforme ascendía, y mientras alucinaba con las vistas que dejaba ver la completa superficie acristalada frontal del pod, Ley poco a poco, cada vez más, sopesaba la posilidad de cerrar el cristal para no ver nada, relajarse, y dejarse llevar durante hora y media hasta estar en suelo planetario.




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