Skyvy había visto marcharse a Ley hacia los ascensores, y había entrado en el comedor “popular”. Podía haber ido al restaurante, pero le apetecían enormemente unos croissants rellenos de chocolate, cuanto más guarros y pegajosos, mejor. Sabía que en el restaurante le darían cualquier pijería, y lo que necesitaba eran guarradas y en cantidad.
No quedó defraudada, en el buffett para el desayuno habia nada menos que tres recipientes a rebosar de croissants. El relleno podría haber sido más generoso, pero le bastó para sentirse satisfecha tras comerse media docena y engullir medio litro de leche de vaca.
Solucionado el asunto de la energía, subió de nuevo a la habitación, y se cambió de ropa. Había bajado con ropa de invierno, y estaba claro que era completamente innecesaria: hacía bastante calor. Desconocía como funcionaba el clima en aquel sitio tan peculiar, pero podía fiarse de su propio termostato, había sudado mientras se comía los croissants.
Se puso un vestido ligero de tirantes, estampado de múltiples colores, y, aunque tenía unas luces led en las hombreras, las dejó apagadas. No quería llamar demasiado la atención.
Salió a la calle y se dio cuenta de que se le habia hecho un poco tarde. El gentío que había visto en el buffett ya no estaba allí, y aunque había gente, no veía ninguna “reunión” de más de 3 o 4 personas. Ella había pensado seguir a algún grupo y ver si había algún tipo de transporte hacia el extremo del anillo. Lo tenia decidido: iba a ver las vistas desde las azoteas.
Al no ver a ningún grupo, simplemente empezó a andar calle abajo. No tardó en dar con una de las casetas azules universales de información turística. Entró, y en menos de 5 minutos salió con un mapa del anillo, una tarjeta con los horarios y líneas de autobuses, y con su ruta clara en la cabeza.
Solo tuvo que andar un par de calles, girar una esquina, y allí estaba, la parada del autobús que le llevaría al “Mercadillo del anillo” que estaba situado justo en el extremo “turístico” del anillo. Más allá, había una valla, y la zona residencial. En la caseta de información le habían vuelto a decir que no cruzara aquella valla. No es que todos los trabajadores fueran delincuentes, ni mucho menos, pero la seguridad más allá de la valla era mucho más precaria, y no todas las personas que vivían más allá eran trabajadores… había gente que no tenía de qué vivir, ni cómo marcharse de allí. Aquellas personas solían dedicarse al raterismo y al contrabando, y en “sus dominios” podían resultar peligrosos. Sobre todo si se entraba allí con dinero e inocencia, algo de lo que Skyvy andaba sobrada.
Skyvy vió llegar el autobús y le sorprendió su aspecto. Aquel bicho debía tener lo menos 50 años. Curioso cuanto al menos, ya que ella sabía que el anillo no tenía más de 30. El trasto la llevó despacio, pero cómodamente, junto a otros 10 o 15 pasajeros que no llenaban ni la mitad de los asientos disponibles al “Mercadillo del anillo”.
El Mercadillo era una zona gigantesca. La habían sobrevolado con la nave al llegar y le había sorprendido. Ocupaba al menos un kilómetro de largo, por los tres de ancho que tenía el anillo al completo. El mercadillo iba de una “pared” a la otra, y a base de pequeñas tiendecitas montadas, la mayoría de ellas, en contenedores y carpas desmontables que se ponían y quitaban a diario, llenaba todo aquel espacio con una especie de marabunta de personas y vendedores de todo tipo.
Skyvy era inocente, pero no tanto, y lo primero que pensó al entrar era que debía tener cuidado con vendedores más listos de lo aceptable, y timadores en general. Sabía que allí se vendían cosas de todo el universo conocido. Lo había oído ya en su planeta, el “anillo” de Ofenón era conocido entre otras cosas por eso. Pero también sabía que había quien se aprovechaba de esa fama para hacer pasar un tenedor oxidado de la cubertería de su casa por un tridente de una civilización extinguida desconocida del planeta Scaprussi.
El “Mercadillo” era algo del todo heterogéneo y sus límites no tenían una frontera fija. Sí había una zona “legal” delimitada, enorme, pero esta no era suficiente, y algunos vendedores pululaban por la zona cercana exterior, que estaba compuesta en su mayoria por parques y explanadas.
En aquella zona es donde se encontraban normalmente los vendedores sin licencia, aquellos que eran a la vez, más baratos y menos fiables. Hechó un vistazo en un par de puestecillos. Uno era simplemente de relojes de muñeca. No había nada más. Aquello era toda una extravagancia en los tiempos que corrían, desde luego, pero había quien seguía gustando de llevar alguna de aquellas piezas de tecnología antigua como adorno ligeramente “práctico”. La tecnología era antigua, no así los ejemplares, cuyo vendedor aseguraba que habían sido fabricados en el planeta Smarne por ingenieros emigrados directamente desde Lausana, en la Tierra. Skyvy dudó que si aquello era cierto aquellos pudieran costar solo los 3 créditos que el vendedor pedía por ellos, pero tampoco es que estuviera interesada, sólo estaba mirando. Pasando el rato.
Se adentró poco a poco en el recinto “oficial” mientras miraba algunos otros puestecillos. Solo gastó unos céntimos en una muñeca de trapo de un barracón colorido de una viejecilla muy graciosa y mientras miraba otro puestecito de gorros y bolsos iluminados, comenzó a pensar como podía acceder a la zona residencial. Había andado ya bastante hacia adentro de lo que ella creía que era el recinto del mercado, pero seguía sin ver el final. ¿Estaba allí toda la población del anillo? Lo parecía, desde luego, mas bien sabía que no era así.