Leynad estaba lamiendo los restos de salsa que habían quedado pegados a sus dedos después de devorar la enorme langosta rebozada de Ingunna que le había preparado la nave. Repantigado en la ergonómica silla de plástico acolchado de la cocina, apenas tenía ganas de hacer el esfuerzo de respirar.
- Buah, Dalara... que buena estaba, joder. No quiero ni postre. Era enorme.
- Me habías dicho que tenías hambre. - respondió la nave, como siempre, desde sus altavoces ocultos en las paredes.
- Sí, sí. Si no me estoy quejando. Más bien al contrario, has acertado de pleno. Pero ahora necesitaré un par de días para hacer la digestión como un cocodrilo. Uf! Creo que me voy a echar una pequeña siesta. ¿Cuál es la hora local en el anillo? ¿Has descargado ya el pod?
- En el anillo es primera hora de la tarde. Aún quedan más de 6 horas para la puesta del sol. En cuanto al pod, ya viaja de vuelta al planeta. Toda la carga ha sido colocada por las unidades de almacenamiento en la bahía de carga.
- Perfecto, Dalara. Pues me voy a ir a la cama un rato. Estoy que reviento. Pon algo de música relajante, ¿vale?. A volumen 3. Y no me despiertes hasta dentro de un par de horas si no hay una novedad urgente, por favor.
- Así será, Ley.
- Gracias. - agradeció mientras enfilaba por el pasillo de la nave hacia la zona del dormitorio. Cuando la puerta metálica se abrió y accedió, se encontró en el lugar donde más cómodo se encontraba en el universo. Había recorrido toda la Galaxia explorable, había visitado decenas de planetas antes que nadie, había estado en otros tantos ya colonizados, había visto maravillas, paisajes increíbles, apartamentos con vistas a cataratas de cientos de metros, cobertizos volantes en las densas nubes de Grigán, mansiones horadadas en las montañas de Burfill... daba igual. Aquella habitación era lo que él consideraba su hogar, y no podía pensar en ningún lugar del universo donde pudiera encontrarse más a gusto.
Su colchón era su reducto de paz y tranquilidad. Ya podía tener la nave posada en un planeta de atmósfera hirviente con temperaturas de 150 ºC en el exterior y vientos de 400 Km/h, que allí dentro él estaba a gustito a la temperatura perfecta, en el ambiente perfecto, y con las sábanas perfectas. Todo era exacto, controlado, acogedor y fabricado para su propia comodidad. Había moldeado aquel espacio durante casi dos décadas.
Se tumbó en el colchón tirado en el suelo, y se tapó con la fina sábana. El tacto de esta era insuperablemente suave y acogedor, pues Dalara la planchaba y lavaba a diario, utilizando las proporciones exactas de componentes para obtener la suavidad y el olor deseados. En cuanto su cabeza tocó la almohada, la encontró, como no podía ser de otra forma, perfectamente mullida, en el punto exacto entre la firmeza para mantener la salud del cuello y la elasticidad que proporciona la comodidad. Cerró los ojos y comenzó a escuchar la música que había pedido. Oh, chill-out electrónico de última generación, perpetrado por los magos sónicos del planeta Zand...
En seguida cayó en manos de morfeo, y empezó a soñar. Él era otra vez un chiquillo y sus padres aún estaban vivos. Estaba dentro de Dalara con ellos, una Dalara "joven", tal como él la recordaba en su niñez, sin las mejoras que se le habían ido añadiendo con el paso de los años. En el sueño él era un niño pero al mismo tiempo, y de la forma absurda en que a veces se desarrollan los sueños, tenía una novia que era Skyvy, y que en el sueño aparecía con la misma edad que tenía actualmente, no como Leynad y sus padres. Esto no resultaba para nada algo sorprendente o chocante para ellos, que lo veían como lo más normal, porque así son los sueños. Aparcaban en un planeta de nuevo descubrimiento muy extraño. El agua era roja, y las rocas de colores plomizos y chamuscados. Todo daba la sensación de estar al rojo vivo, en llamas, o directamente quemado. El viento soplaba fuerte. Y pese a todo, no hacía calor.
El niño Leynad correteaba hacia uno de esos lagos burbujeantes de aguas rojas, con su novia Skyvy y sus padres persiguiéndole de cerca y advirtiéndole de que tuviera cuidado. Él llegaba al lago y metía sus manos en él. Pese a su aspecto, el agua estaba fresca y su tacto era agradable. Se quitó las zapatillas y entró corriendo al lago, pues ahora ya no iba vestido de calle sino que llevaba un bañador y Skyvy ya no le advertía, sino que estaba en el agua chapoteando con él.
De repente, una criatura gigantesca emergía del fondo del lago y se colocaba delante de ellos. La criatura, con cientos de tentáculos babosos y unos ojos como dos balones, abría su enorme bocaza, donde habrían cabido 20 Leynads, y hablaba. Leynad no entendía lo que decía, pero estaba claro que la criatura no rugía, ni cantaba, ni gritaba. Trataba de mantener una conversación. Él contestó con palabras amistosas.
Entonces, la criatura comenzaba a moverse hacia ellos, y conforme se acercaba, más grande se hacía. Leynad y Skyvy trataban de salir corriendo del agua, pero de repente el lago era más largo y profundo y, aunque hacían pie en el suelo, les costaba horrores conseguir moverse con suficiente velocidad. Sus padres veían la situación dese la orilla, pero en lugar de acercarse e intentar ayudarles, salían corriendo hacia las montañas, y Leynad los perdía de vista. Al alcanzarlos la criatura no había perdido el tiempo y ya atacaba con sus fauces a Skyvy. Veía como la criatura la atrapaba y devoraba, masticando con ansia y salpicando sangre y vísceras sobre Leynad, que ya ni siquiera huía...