Caldos de Ofenón

Donde se hace una confesión

Skyvy y Leynad se encontraban a salvo de nuevo en la cabina de la nave.

Dalara, siguiendo las órdenes de Leynad, se había desplazado hasta la vertical que unía la plazoleta de entrada del hotel Zoregak con el planeta, y se había quedado suspendida allí en el cielo, justo donde la atmósfera artificial del anillo comenzaba a desaparecer. Había seguido a Leynad, modificando su posición con pequeños toques de propulsión, para estar justo encima de él cuando efectuara el salto. Y cuando lo vio saltar, había desplegado su malla recogedora. Aquella malla era un elemento que ya rara vez se utilizaba. Había sido más popular en los primeros años de existencia de Dalara y el resto de naves que eran como ella, ya que en esa época era común tener que salir al exterior de la nave en pleno espacio profundo para hacer alguna reparación o cosas similares. La malla tenía varias posiciones, la que se había utilizado más comúnmente era una que circunvalaba la nave, de forma que si la persona que había salido de ella para hacer cualquier arreglo perdía su conexión por cable con la misma por algún accidente y salía disparado hacia el espacio, era recogido inmediatamente por esta malla que formaba un círculo alrededor de la nave.

Pero también podía desplegarse de manera completamente horizontal, formando un plano de unos 50x50 metros. Y así es como Dalara la había desplegado para recoger a Leynad y Skyvy a mitad de camino de su "vuelo".

Ahora, Leynad en la silla del piloto, y Sky en la del copiloto, estaban repantigados, exhaustos y respirando una mezcla especial de aire oxigenado para recuperarse mejor de la aventura que acababan de vivir.

Ley estaba completamente estirado, con los pies desnudos puestos sobre la cabina de mando y las manos agarradas por detrás de la cabeza, abriendo el pecho, tratando de respirar lo más profundo posible. No es que realmente le hiciera falta, no había perdido la consciencia en ningún momento y había conseguido respirar bastante bien durante todo el trayecto, pero la sensación que le proporcionaba el aire extra-puro al entrar en sus pulmones le relajaba.

Skyvy, por su parte, estaba hecha un ovillo. Tumbada de lado, con las manos puestas debajo de la cara a modo de almohada, miraba inquisitivamente a Leynad. Concretamente a su pulsera, que adornaba su muñeca derecha, y de la que colgaban algunos hilachos con cuentas de colores.

- Todavía no lo entiendo... ¿Cómo... hemos... volado? - Preguntó después de tratar de dilucidarlo por sí misma durante un rato. Ley apenas había dicho nada desde que habían vuelto a la nave y se había mostrado algo misterioso. Ella pensaba que estaba enfadado por haber tenido que deshacerse de cinco mil créditos por su culpa, y lo veía normal, pero trataba de volver a conectar con él.

- No hemos volado. - contestó Leynad - Hemos caído. Lo que ha pasado es que he anulado el campo de gravedad artificial del anillo, y entonces, sólo nos hemos visto influenciados por la fuerza gravitatoria generada por el planeta. Aunque no hubiera saltado, poco a poco habríamos empezado a "volar". Y si la nave no nos hubiera recogido cuando lo hizo, habríamos terminado cayendo al planeta. A trocitos, lo más seguro, pero sí, habríamos caído.

Tras responderle Leynad se la quedó mirando un momento, sin decir nada. Skyvy notaba como que él quería decirle algo, pero no se atrevía. Decidió no pincharle. Ahora mismo, ella era la que se encontraba en peor situación anímica. Había sido rescatada, sí, y era feliz por ser libre, pero ¿a qué precio?. Le daba mucha vergüenza hablar con Ley. Finalmente él habló, pero estaba claro que eso no era lo que estaba pensando en decirle:

- ¿Te has hecho daño? ¿Alguna quemadura con las cuerdas de la malla? - le preguntó el, que volvió a girarse para quedarse mirando al techo.

- No... solo un pequeño roce en el tobillo. La verdad es que ha sido impresionante. El pobre Durango ha debido de fliparlo muchísimo.

- Que se joda el jodido secuestrador de los cojones - dijo Ley, con desprecio - Se ha quedado sin pasta. Espero que a la próxima se lo piensen dos veces antes de secuestrar a nadie. No creo que les haya valido la pena tanto esfuerzo para quedarse sin nada.

- ¿Entonces no les dejaste los cinco mil créditos?

- No. - Dijo Ley, sin más. Y volvió a mirar hacia el techo. - Hemos tenido suerte de haber podido estabilizar bien el salto. Si hubiéramos empezado a dar vueltas de cabeza muy probablemente nos hubiéramos desmayado. ¿Puedes respirar bien ya?

- Sí... - contestó ella - hubo un rato que me costó bastante, pero creo que era más el miedo de no saber qué estaba pasando que el viento en sí.

- Hemos llegado a ir a más de 300 kilómetros por hora. - dijo Ley, sin dejar de mirar al techo. - Es una suerte tener esta nave. No habríamos podido hacerlo de otra manera.

- Pensaba que sí habías tenido que pagar... me alegro entonces de que no hayas perdido esos cinco mil. Me da mucha vergüenza...

- Sky - Ley la volvió a mirar - sí he perdido esos cinco mil. Pero me la pelan esos cinco mil. Me la habrían pelado cincuenta mil o quinientos mil. Lo importante es que tú estás bien. Y repítete a ti misma que tú no has tenido la culpa de nada. Nadie tiene la culpa de que lo secuestren.

- Pero has dicho que no le dejaste el dinero...

- Es una larga historia, y si no te importa, prefiero resevármela para mi. De verdad, no te preocupes por los créditos...




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