Caldos de Ofenón

Donde se aterriza en un planeta paralizado

Ley volvía a encontrarse en la cabina. Había dejado a Skyvy tomando su propia ducha y miraba por el panel de visualización exterior con confianza renovada. En el fondo, sabía que la cosa con Skyvy no era demasiado distinta a como era un par de horas atrás. Habían llegado a un acuerdo de no-culpabilidad, pero era notorio que las cosas que habían originado el conflicto seguían estando ahí, sin resolverse. El polvo en la ducha desde luego había ayudado mucho a su estado de ánimo, la química liberada y el contacto corporal ejercen en ocasiones una sanación mental casi mágica. Pero sabía que cuando se le pasara el subidón postcoital el asunto no sería mucho mejor que antes.

Aún así, decidió que lo más inteligente era aprovechar el momento para tratar de sacar aquello de su cabeza durante un rato, y pensar en como terminar de una vez el encarguito que le había endosado su socio. Tenía un buen montón de semillas esterilizadas en la bahía de carga, junto con un par de sacos de semillas válidas, y delante de sus ojos, un lugar a donde ir a descargarlas.

El planeta ya no era un punto de luz. Ahora, aunque todavía lejano, podían distinguirse perfectamente sus contronos rocosos iluminados parcialmente por el sol de tipo K que ordenaba aquel sistema. Leynad lo miraba preocupado.

- ¿Qué tal? ¿Ya estamos cerca? - Skyvy había aparecido en la puerta de la cabina tras terminar con su ducha, y preguntaba con curiosidad sincera.

- Sí, en media hora o así estaremos como para aparcar. Pero... hay algo raro. - dijo Leynad.

- ¿Qué ocurre?

- No sé, parece que no hay actividad en las minas. Dalara ha hecho un chequeo y aunque desde aquí todavía no se puede estar seguro, parece que no hay nadie trabajando en las minas. Dalara no detecta ninguno de los rastros comunes que suelen verse cuando se está trabajando.

- A lo mejor hoy es fiesta - dijo Skyvy.

- No creo... es un planeta extractor. No es un planeta como Ofenón o Xu An, aquí no vive nadie. Bueno, claro, los trabajadores viven ahí el tiempo que están trabajando pero no es algo fijo. Solo hay unos cuantos que están ahí siempre, el resto, va cambiando. Vamos, que no hay días de fiesta, cada trabajador tiene sus turnos y descansa por su cuenta, pero el trabajo en la mina no suele parar.

- Ya te pillo - dijo Skyvy - pues no se. A lo mejor ha pasado algo.

- Eso es lo que me preocupa. Quiero dejar las semillas y largarme. No quiero que pase algo. Ya han pasado suficientes cosas.

- Pues no te preocupes. Preocupado o no, si ha pasado algo, habrá pasado y no puedes hacer nada. Y si no ha pasado, tampoco. Así que es tontería.

Leynad estaba fastidiado. Pensó seriamente en seguir su camino y soltar los sacos de semillas al espacio en cuanto tuviera la oportunidad. A tomar por culo todo. Pero Tote apareció en su cabeza. Siempre que hablaba de él a los demás lo hacía aludiendo a él como su socio. Pero en realidad para Leynad, Tote era como un segundo padre. No quería decepcionarlo. No, dejaría las semillas, por muy esterilizadas que estuvieran, allí donde él le había pedido. Y después seguiría su camino. Había que hacer las cosas bien.

Pero quería hacerlas ya. Bien, pero ya. Y aquel planeta, cuya esfera seguía creciendo en el centro de la pantalla de visualización, seguía sin dar señales de vida o al menos, de trabajo, aunque ya se encontraban prácticamente encima. Una vez estuvieron allí al lado, Ley ordenó a Dalara darle la vuelta completa. Los signos de trabajo no solo no aparecían en los datos, ahora que podían comprobarlo visualmente, tampoco se veía lo que sería la normal actividad de la mina en ninguno de los puestos operativos del planeta.

Nankella era un planeta sin atmósfera. Sí tenía una fina capa de aire compuesto por algunos millones de átomos de siete u ocho tipos por centímetro, pero esa escasez podía considerarse una completa falta de gas respirable a efectos prácticos, y todos los planetas de este tipo eran considerados oficialmente como planetas "sin aire". Nankella también era pequeño, apenas unos 1800 Km de diámetro y estaba colocado bastante cerca de su propio sol, aunque aún había otro planeta rocoso más cercano. Aunque su densidad era bastante elevada con respecto a lo normal, su gravedad era solo una porción de aquella a la que están acostumbrados los seres humanos, lo que hacía la extracción de diamante de su subsuelo una tarea algo más sencilla, aunque esta falta de gravedad a veces acompañaba sus beneficios con otros inconvenientes asociados.

Por ejemplo, las 9 bases humanas contiguas a las 9 minas de extracción debían tener sus propios generadores de gravedad artificial y de aire respirable y hacer uso de ellos continuamente, y los turnos de trabajo debían adaptarse a horarios estables y periódicos para que los cuerpos (y las mentes) de los trabajadores no sufrieran excesivas consecuencias por moverse durante demasiado tiempo en un ambiente de baja gravedad.

Ley no había estado nunca en Nankella, pero había estado en otros planetas similares y sabía que habitualmente los trabajadores hacían largos y esforzados turnos de muchas horas, descansando de vez en cuando incluso dentro de esos turnos sin salir de la propia mina, durmiendo en galerías contiguas unas horas para continuar el trabajo justo después, ya que los viajes entre las bases y las zonas de trabajo de las minas muchas veces duraban horas, y hacerlos a diario suponía una enorme pérdida de tiempo. Después de uno de esos turnos, solían tener varios días libres para descansar y dedicarse al ocio, pero eran sustituidos por otro grupo que efectuaba la misma rutina. De esta forma, las bases de este tipo de planetas siempre solían mostrar actividad en la superficie pues el trabajo nunca paraba. Sin embargo, aquí, ahora, no se veía nada.




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