Caldos de Ofenón

Donde se descargan unas semillas y unas emociones

- No lo entiendo, Sky. - Leynad estaba sentado con un tazón, esta vez de leche, en la mesa delante de él, en el comedor de la base. Sentada enfrente, Skyvy le miraba con ojos tristes. Sólo hacía veinte minutos que se había despertado, pero desde que había abierto los ojos, sabía que algo no estaba bien.

- Es simplemente que es demasiado para mí. Hasta hace diez días lo más emocionante que me había pasado en la vida era cuando una vez me dejaron subir al escenario de un concierto de mi grupo de música favorito. - Expuso - Son demasiadas emociones. Tengo ganas de descansar. De estar en casa. Lo siento de verdad. Pero ya que los de Rotterdam van justo para allá, lo mejor es que me vaya con ellos.

- No lo entiendo. - repitió Ley - Siento lo del secuestro, Sky, pero salimos bien de aquello. Y lo de anoche fue totalmente inesperado. Y me has dicho que te lo pasaste igual de bien que yo.

- Me lo pasé genial, Ley. - reconoció ella - Estar contigo es maravilloso. Increíble. Me encantas. Pero eres Leynad Otinev.

- Vamos, Sky - presionó - no te estoy pidiendo que te cases conmigo. Sólo que vengas conmigo a la Tierra como habíamos quedado. A pasar un buen rato de vacaciones. Nada más. Luego, pues ya se verá...

- Me dijiste que me podría volver cuando quisiera, Ley. No seas así... - su voz sonaba entrecortada - no es justo. Yo tampoco te estoy diciendo que no quiero volver a verte en mi vida. Es solo que tantas emociones me han agotado, y necesito descansar.

- Mi vida no es así siempre, Sky. No lo es casi nunca. - Ley siguió intentando convencerla - Para mi estos días también han sido agotadores. Desde que me llamó Tote. En qué mala hora le hice caso. Lo normal es que mi vida sea como los primeros días en la nave. Que no pase nada casi nunca. Sólo soy un descubridor de planetas, y normalmente es lo que hago.

- Ley, da igual. Si no hubiera sido Tote, pues lo mismo no habría sido en Ofenón o aquí en Nankella, pero habría sido en la Tierra. Eres Leynad Otinev. Te gusta jugar a no ser nadie, pero eres alguien. Lo siento, Ley, perdona que te lo diga así. Ser tú lleva implicadas ciertas cosas, la mayoría de ellas muy buenas, pero también hay otras cosas que tienes que asimilar, y yo también.

- ¿Y no las podemos asimilar dentro de veinte días? - protestó.

- Ley... por favor... - una lágrima recorrió su morena mejilla. Agachó la cabeza.

- Perdona, Skyvy. Tienes razón. Perdóname. No tengo ningún derecho a presionarte. - reconoció - Solo es que... me gustas mucho.

"Y que me siento terriblemente solo", quiso decir, pero no le salió por la boca. Aunque quizá lo dijo con los ojos. Ella no dijo nada, pero levantó la cabeza y lo miró con mirada vidriosa. Después, le besó en la boca.

Cuando tres cuartos de hora más tarde la nave de carga Rotterdam-26 partía de la base N1 de Nankella rumbo a Xu an, Leynad y Skyvy habían podido llegar a comprenderse mejor el uno al otro y a entender las razones por las que cada uno había actuado de la manera que lo había hecho, pero ambos tenían el corazón roto.

En la tercera fila de asientos de la zona de viajeros de la nave de carga holandesa, Skyvy miraba por la ventanilla como el planeta se iba haciendo pequeño y se camuflaba cada vez más entre las estrellas. Sabía que había hecho bien, que había actuado de forma responsable consigo misma y con su salud mental. Había sentido tantas cosas en tan poco tiempo que necesitaba un descanso sensorial. Un descanso de sensaciones nuevas. Necesitaba volver a su planeta, a su ciudad, a su casa, a su habitación. A sus cosas conocidas. Necesitaba ver aquello que había visto siempre durante sus veinticinco años de vida, necesitaba afecto familiar. Reflexionar. Sin embargo, le asustaba la idea de entender qué era realmente lo que sentía y haber perdido la oportunidad de experimentarlo por más tiempo. Él le gustaba. Él era buena persona. Divertido, atento, comprensivo. Pero no era consciente de quién era. Trataba de negarse a sí mismo. O quizá, pensaba que no merecía ser quien era. Si se hubiera ido con el a la Tierra, estaba segura de que habría terminado no queriendo separarse nunca de él, y no podía permitírselo. En caso de que él también hubiera querido, ella habría tenido que aceptar todas las cosas que iban asociadas a ser la pareja de la persona con más dinero del universo. Y en caso de que él dejara de querer, todo habría sido una pérdida de tiempo para acabar con el corazón roto igualmente, pero peor.

Leynad, por su parte, había visto partir a la enorme nave roja de Rotterdam entre lágrimas mal escondidas. Jamás le había ocurrido algo así. No era la primera vez, desde luego, que una mujer le dejaba o no quería saber más de él. Normalmente, siempre que usaba su verdadero nombre cuando conocía a alguien, acababa pasando una o dos noches con esa persona y luego cada uno seguía su camino. Pero él solía tenerlo tan claro desde el primer momento como la otra persona. Alguna otra vez también había usado algún pseudónimo o, como en esta ocasión, usando su propio nombre había ocultado el hecho de ser uno de los dueños de la gigantesca empresa OSSI. Pero esas otras veces nunca había llegado a sentir realmente nada parecido a lo que había sentido por Skyvy y las cosas habían acabado de forma menos sentimental, ya fuera por decisión suya o de la otra persona.

Ahora, estaba siendo realmente duro. Por suerte se encontraba solo en la pequeña cúpula de cristal que había en la parte superior del pabellón de vestuarios, desde la que se podía ver el cielo. La nave ya no era más que un puntito de luz parpadeante entre las estrellas, y se preguntó como era posible que en diez días se hubiera quedado tan pillado de una persona. Ella le había gustado mucho, ¿pero era tan especial?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.