Caldos de Ofenón

Epílogo: Alegría en las alturas

Jeremías asomaba su larguirucho cuerpo por encima de la baranda en la azotea del edificio S7 del barrio residencial del Anillo de Ofenón. Fumaba un pitillo de tabaco del planeta, todo un lujo que ahora se podía permitir. Su-Kon, que estaba a su lado observando cómo las volutas de humo se entremezclaban con la atmósfera artificial cuando su amigo las expelía, seguía sin dar crédito.

- Todavía estoy flipando, tío - decía - ¿pero te lo dijo así, sin más?

- Sin más, ya te lo he dicho. Me llamó para que le llevara a la habitación un terminal y una mochila igual que la que llevaba. Y cuando se la llevé, me dice "¿quieres ganarte cinco mil pavos?"

- Y tú, ¿qué?

- Exacto, yo alucinando. Le dije, "pues claro". Y me dice, "para que se lo quede el gilipollas ese, te lo quedas tú que pareces buen tío". Y ya me explicó todo el plan.

- Y no se equivocó - le dijo Su-Kon - mi padre está super-agradecido. Te lo devolveremos en cuanto podamos, de verdad.

- Tranquilo - le dijo el "largo" - me ha quedado de sobra para mí. Ya te lo he dicho, he dejado el hotel, evidentemente. Usé las llaves de emergencia, totalmente prohibido sin justificación.

- ¿Y que vas a hacer ahora?

- ¿Ahora?, de momento, vivir un par de meses bien. O tres. - dijo sonriendo de oreja a oreja - A fin de cuentas uno no se encuentra cinco mil pavos todos los días. Y después, tú y yo vamos a usar ese dinero para hacer ruido en el planeta y que a los trabajadores del anillo nos devuelvan lo que nos pertenece. Ya veremos cómo...




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