Calixta y el Espejo Azul

El valle de Löar

Calixta abrió los ojos lentamente, se removió bajo la manta de hilos gruesos que le dejó Uria y estiró sus extremidades. Ya no tenía sueño, y estaba fresca y relajada. Aún no podía asimilar todo, ¿estaba realmente en otra dimensión? Miró a su alrededor: todo estaba en silencio. La chimenea apagada, ninguna luz, excepto la que entraba por las ventanas. Justo en ese instante comenzó a escuchar el canto de las aves, un silbido tan fino y delicado que parecía ser la melodía de una voz infantil en perfecta sincronía.

«Ha de estar amaneciendo».

Bajó de la cama, se puso las pantuflas y se dirigió a la puerta. Al salir se encontró con el cielo turquesa, intensamente claro y repleto de nubes azules. Sí, azules. Tapó sus ojos con la mano sobre la frente a modo de visera. Y sí, todo era real.

—Desde la cima podrás ver mejor. —Görhil apareció a su espalda.

—Oh, buenos días. ¿A dónde debo subir?

—Ven.

Gracias a que la casa de los dragones era al estilo hobbit, podían caminar hacia un lado y subir por el césped, con mucho cuidado de no tumbar las esferas sostenidas por los hilos. Mientras subían ella aprovechó para observarlas. Ahora parecían estar apagadas, aunque por dentro se movía una mezcla de colores opacos. Podía admirar los copos de los árboles y los altos pinos. Entonces, al llegar a la cima, contempló la hermosura más perfecta que jamás hubiera visto antes.

—Bienvenida al Valle de Löar —anunció el dragón con júbilo.

Un enorme valle se mostraba vivo y despierto. Todo cubierto de césped fresco y millones de florecillas. Había chozas de madera, otras de piedra, tan grandes o un poco más pequeñas que la casa bajo sus pies. El sol estaba saliendo, pero éste no era de un naranja amarillento, sino blanco. Múltiples aves iban de un lado al otro, algunas eran de colores vivos; otras, blancas como la nieve, o de colores completos como verde, azul o rosa. También vio a las mariposas bañadas de colores translúcidos, ardillas que subían a los árboles, y a lo lejos vio pequeñas hadas que viajaban con entusiasmo, regando un polvo fino y rojo. Podía oler la frescura del amanecer, del rocío que dejó la noche, de los musgos y la madera talada. Cerró los ojos un instante para capturar el momento.

—Ahora viene la mejor parte.

A las últimas palabras de Görhil, Calixta abrió su boca sin creer lo que veía. Desde el cielo caían franjas de colores, directas al suelo. Era una especie de arcoiris vertical que caía desde lo alto y se fundía con los charcos de agua limpia en distintos puntos del valle. Observó también un río, nacía desde lo alto de una colina y bajaba hasta perderse entre los peldaños al oeste. Era mágico.

—Todo esto es... —comenzó a decir Calixta emocionada.

—¡Increíble! —exclamó Rulpa a sus espaldas—. ¿Quieres subirte a mi lomo? Puedo darte un paseo.

—Eh, sabes que aún no estás lista —protestó Görhil.

—Pero papá dijo que...

— Papá solo ha dicho que vas mejorando.

Un ave planeó cerca de la cabeza de Calixta, y ella se inclinó por instinto, viendo cómo se alejaba.

—¡Buenos días, Cali! —Uria salía de la casa—. Te hemos preparado algo de comer. Tenemos una reserva especial para humanos.

—¿En serio? Vaya, ustedes están listos para todo —dijo ella con emoción. Comenzó a bajar con precaución, Görhil y su hermana la seguían.

—En la cesta tienes pan, queso, frutas y agua. Mi esposo estará preparando la gallina para más tarde.

—¿La... gallina?

—Sí. ¿No es eso lo que comen al otro lado? Puedo decirle que no la mate.

—Eh, no, está bien. Es que allá le decimos pollo. Gallina es cuando aún está viva. —Calixta intentó relajar los músculos de su cara, pero la situación le resultaba de lo más graciosa.

—Listo. Entonces tendremos pollo asado para la tarde, porque pasarán varias horas con lo que te mostraré.

Rulpa entró a la casa y salió deprisa, sosteniendo la cesta. Se la entregó a Calixta y ella la aceptó esbozando una sonrisa.

—Sabemos que andas en ropas de dormir. Aquí no tenemos algo adecuado, pero seguro encontraré lo que necesitas en el Palacio de Homos.

—En ese lugar está todo lo relacionado con los humanos que han cruzado aquí, en especial las Calixtas —le dijo Görhil.

—Sí. Te gustará. Es como una enooorme casa de libros.

—Biblioteca, Rulpa. Los humanos le llaman biblioteca.

—Hay otras cosas interesantes —intervino la madre—. Pero vamos, no perderemos tiempo.

—¿Está lejos?

—Cali, tendrás un paseo especial en mi lomo —le dijo Uria, inclinando todo su enorme cuerpo de dragona.

—Yo... eh... ¿segura?

—¡Claro!

Calixta se acercó a Uria. ¿Realmente iba a subir a un dragón? El destino le estaba regalando demasiado, y recordó lo que su madre le decía tantas veces: lo que fácil viene, fácil se va. Pero este no podía ser el caso, porque todos ellos estaban felices con su presencia, como si ese tiempo lo estuvieran esperando desde hacía mucho. Sacando los pensamientos de un manotazo, subió al lomo de Uria. Se sentía extraña, sentada sobre el final de su largo cuello y rodeándolo con sus brazos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.