La luz dorada de las velas parpadeaba suavemente, y el sonido de la música se deslizaba por el aire como un susurro, envolviendo la sala en una atmósfera cargada de elegancia. Los murmullos de los invitados y las risas se mezclaban en un ambiente de opulencia y tensión. Sin embargo, para Eleanor, cada paso en el salón parecía más pesado que el anterior.
Beatrice, siempre atenta como un halcón al acecho, se acercó a su hija, observándola con ojos llenos de una mezcla de preocupación y expectativas.
—Eleanor, querida —comenzó su madre en un tono que no dejaba espacio para la duda—. ¿Por qué no te acercas a Lord Everleigh? Está justo allí, con sus amigos. Estoy segura de que te vendría bien conversar un poco.
Eleanor, al escuchar su nombre, parpadeó con sorpresa y, sin poder evitarlo, su expresión mostró cierto escepticismo.
—¿Charles? ¿Por qué?
La pregunta salió de sus labios antes de que pudiera detenerla, su tono apenas más que un susurro, entre curioso y reacio. No podía evitar preguntarse por qué su madre insistía tanto con él, especialmente cuando sus interacciones nunca habían sido más que cordiales —hace ya unos años—, pero frías y superficiales.
Beatrice sonrió suavemente, como si hubiera anticipado la reacción de su hija, pero no insistió más. Simplemente se alejó, dejando a Eleanor con el peso de la decisión en sus manos.
Mientras las parejas danzaban al ritmo suave de la música, Demian permanecía en la penumbra, observando con una calma inquietante. La luz de las velas bañaba los rostros de los invitados, pero su atención fue irremediablemente atraída hacia una figura que atravesaba el salón. Algo en la presencia de aquella joven, le despertó una curiosidad inusitada.
Sus ojos recorrieron su figura, cautivados por la suavidad de su cabello negro, que caía en ondas delicadas sobre su espalda, y la luz tenue que jugaba en su piel clara, casi etérea. Su complexión era pequeña —casi frágil—, pero su porte mostraba una delicadeza que desbordaba gracia. Sus rasgos, finos y cuidadosamente delineados, parecían una obra de arte. Y esos ojos... de un azul tan profundo que, por un momento, pensó que podrían tragárselo entero. Todo en ella lo desconcertaba, pero al mismo tiempo, lo atraía con una fuerza inusitada.
«¿Quién era ella?».
Se detuvo en el momento exacto en que ella desvió sus ojos, evitando el contacto visual, como si hubiera percibido su mirada. Era tanta la curiosidad acumulándose en su pecho que resultaba casi insoportable. No pudo evitar volver a mirarla.
«¿Cómo una criatura tan exquisita estaba sola?».
A los ojos de cualquier hombre —y según la experiencia de Demian—, aquella joven estaba destinada a ser el centro de todas las miradas. Su mente divagaba en pensamientos profundos, casi ofendido por no haber descubierto antes aquella joya preciosa.
Eleanor sintió un nudo en el estómago. La sensación era extraña, incómoda, pero había algo fascinante en esa mirada, algo que le hacía preguntarse: por qué la observaba con tanta intensidad. Rápidamente apartó la mirada, como si esos ojos enigmáticos le quemaran de repente, y se acomodó en un rincón que le brindaba una falsa sensación de seguridad.
Se sentó con delicadeza en un diván a pesar de la extraña opresión en el pecho, como si la vigilancia de unos ojos avellana permaneciera en el aire.
Pasaron algunos minutos en silencio, observando a las parejas bailar, hasta que una figura se acercó con paso lento y relajado.
«Charles».
Se sentó a su lado sin ser invitado, una sonrisa amable se dibujó en sus labios mientras sus ojos verdes se encontraban con los de ella.
—¿La música no es de su agrado, Lady Whitemore? —preguntó con elegancia y porte, sentado con postura impecable.
Eleanor le dedicó una sonrisa educada, aunque su mente estaba muy lejos de allí. Por un instante, sus ojos se desviaron hacia el otro extremo del salón, y su corazón dio un vuelco al encontrarse con esa atenta mirada, que, a los segundos de hacer contacto visual, enseguida la desvió.
—¿Lady Whitemore? —la voz de Charles la hizo volver en sí.
Eleanor lo miró con intriga. La luz de las velas resaltaba sus encantadores rasgos, dándole un aspecto aún más magnético y cálido. Estaba a punto de preguntarle sobre su sutil abordaje cuando vio a sus madres cuchicheando con amplias sonrisas. Un poco avergonzada, habló con cautela.
—¿Fue su madre quien le pidió que se acercara? —preguntó, buscando alguna explicación para la situación.
Sus familias estaban vinculadas por negocios hace muchísimo tiempo, lo que dio paso a una amistad entre los adultos y sabía que su madre solía forzar interacciones entre ellos.
Charles sonrió de nuevo, de manera casi traviesa.
—Mi madre habló con la suya, en realidad. Creo que ambas piensan que le vendría bien un poco de conversación.
Eleanor se sintió atrapada en una situación que no había solicitado.
Charles se levantó y, adoptando una postura llena de gracia y elegancia digna de un príncipe, inclinó la cabeza con educación.
—¿Me concedería este baile? —dijo con voz aterciopelada.