Cáliz de Sangre

Capítulo IV

El sol brillaba con fuerza esa tarde, una rareza en Londres, y el aire parecía vibrar de energía mientras el hipódromo se llenaba con el bullicio de la aristocracia. Los nobles se congregaban en el palco reservado, vestidos con sus mejores trajes y sombreros, disfrutando de una de las pocas ocasiones en que podían escapar de las formalidades del día a día. Mientras los hombres se agrupaban para hacer sus apuestas en las carreras, las mujeres se deslizaban por los jardines cercanos, donde se servía té y se compartían confidencias a la sombra de los árboles.

Henry Whitemore, siempre tan seguro de sí mismo y con una mirada firme, observaba la carrera que estaba por comenzar, aunque su mente estaba más centrada en su hija que en los caballos. A su lado, Charles Everleigh, impecable en su atuendo, observaba el campo de competición con atención, pero su mente parecía irse en otras direcciones. A lo lejos, el suave murmullo de las apuestas comenzaba a llenar el aire, y Nicholas Everleigh, con una actitud relajada, seguía la conversación con interés, pero con la calma de quien tiene mucho en mente, aunque no lo diga abiertamente.

—El número tres parece prometedor —comentó Nicholas, señalando con un gesto suave hacia el caballo de al lado, un animal robusto que parecía ganar ventaja sobre el resto.

—Sí, es un buen caballo —dijo Henry, pero su tono era distraído, como si sus pensamientos estuvieran más allá de la pista—. Aunque yo he apostado por el número cinco. Creo que tiene una mejor oportunidad de sorprendernos.

—Un riesgo, sin duda —dijo Charles, sonriendo con suavidad, sin mirarlo completamente—. Pero a veces, en las apuestas, es lo que da la verdadera recompensa.

Henry no respondió de inmediato, sumido en sus pensamientos. Nicholas, al notarlo, entrecerró los ojos con la perspicacia de un hombre que conocía bien a su amigo.

—Te ves preocupado, Henry. Si el riesgo de ese caballo te inquieta tanto, quizá deberías considerar una apuesta más segura —comentó con tono ligero, observando con aparente indiferencia cómo los jinetes se acomodaban en sus sillas de montar.

Finalmente, Henry se inclinó un poco hacia adelante y, con una mirada más seria, dijo;

—No es solo la carrera lo que me preocupa hoy.

Nicholas levantó la vista con una expresión indescifrable.

—Ah ¿no? —Su voz era baja, casi un murmullo, mientras sus ojos permanecían en el horizonte, como si la conversación fuera solo una pequeña distracción para él.

Henry suspiró, mirando la pista sin realmente verla.

—No, no lo es. Es Eleanor. Ya tiene 20 años, y aún no está casada. He hablado con ella, pero no parece interesada en los bailes y presentaciones en sociedad, ni en los compromisos que la sociedad espera de una joven de su posición.

—Interesante —respondió Nicholas con suavidad, sin apresurarse a dar su opinión—. Las mujeres jóvenes siempre tienen sus propios ritmos, ¿no? —Su tono era deliberadamente vago, aunque su mirada se alzó momentáneamente hacia Henry, como buscando una señal.

Henry, claramente preocupado, continuó;

—Lo que me preocupa es que... no sé si se da cuenta de lo que está en juego. La época que estamos viviendo, la ascensión de la Reina Victoria, ha cambiado muchas cosas...

Apenas pronunció el nombre de la monarca, un silencio tenso pareció extenderse en el palco. Aunque las apuestas y la algarabía del hipódromo continuaban, entre los hombres reunidos se percibió un cambio casi imperceptible. Algunos intercambiaron miradas, otros apretaron la mandíbula, y unos pocos hicieron comentarios en voz baja, como si temieran ser demasiado abiertos en su descontento.

—Una niña en el trono... —murmuró alguien más atrás, lo suficientemente bajo como para que no pareciera una queja abierta, pero lo bastante claro para que todos lo oyeran.

—Inexperta, sin marido... —añadió otro, girando su copa de coñac con lentitud.

El aire se cargó de escepticismo. Para muchos de los hombres presentes, el gobierno de una mujer era una anomalía, un riesgo incierto en la estabilidad de la nación. Se dudaba de su capacidad, de su temple, de su derecho mismo a gobernar sin un esposo que la guiara.

Henry carraspeó, acomodándose la chaqueta con cierto malestar.

—Ese es mi temor —continuó, manteniendo la vista en la pista para no mirar directamente a ninguno de los presentes—. Que Eleanor haya sacado ideas erróneas de todo esto. Su comportamiento ha sido cada vez más... desafiante.

Charles, hasta ahora callado, se permitió hablar, aunque con cautela.

—¿No es natural que una joven de su edad tenga inquietudes? —preguntó con voz neutra, aunque su mirada permanecía fija en los caballos, evitando la intensidad de la conversación.

—No cuando esas inquietudes la alejan de lo que es apropiado para ella —replicó Henry con severidad—. Prefiere leer en su habitación o pasear por el bosque, como si todo eso fuera más importante que lo que sucede en nuestra sociedad.

Nicholas asintió lentamente, su expresión imperturbable.

—Es difícil ver a los más jóvenes crecer, ¿verdad? —dijo finalmente, su tono más reflexivo—. Uno espera que sigan el camino, el que siempre ha estado ahí, pero cada generación tiene su propio modo de interpretarlo.




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