Eleanor se alejó lentamente del lago, donde el reflejo del cielo comenzaba a desdibujarse en las aguas tranquilas. El sonido de los caballos y el bullicio de las carreras quedaban atrás a medida que caminaba hacia el quiosco de los jardines del hipódromo, un espacio abierto y aireado, rodeado de exuberante vegetación. El aroma a flores y el murmullo suave de las conversaciones se mezclaban en el aire fresco de la tarde.
Al llegar al quiosco, vio a su madre, Beatrice, sentada entre las demás mujeres de la alta sociedad, todas charlando animadamente alrededor de una mesa llena de tazas de porcelana y bandejas de pastelillos. La suave luz del sol filtrándose a través de los árboles daba un toque sereno al ambiente, y el tintineo de las tazas se unía al canto de los pájaros que se deslizaban entre las ramas cercanas.
—Querida, ven —dijo Beatrice con una sonrisa tensa, levantando la vista al ver a su hija acercarse—. Algunas de las señoritas están comentando sobre los últimos eventos en Londres.
Eleanor se acomodó en la silla, aunque su mente aún flotaba en los recuerdos del encuentro con Julius Grey. Algo en su actitud, su presencia, la había inquietado, pero no quería pensar más en ello ahora. En lugar de eso, intentó centrarse en las mujeres que la rodeaban, quienes hablaban con ligereza sobre el clima, los vestidos y, por supuesto, los hombres.
Las risas y los chismes abundaban en esa mesa. Aunque todas compartían el mismo espacio, la división de intereses era evidente. Las mujeres casadas discutían las últimas tendencias y la reciente ascensión de la Reina Victoria al trono, mientras que las jóvenes solteras y recién casadas preferían los rumores sobre las familias aristocráticas y la realeza europea.
Eleanor, sin saber bien en qué conversación sumergirse, decidió escuchar a las jóvenes de su edad. Entre ellas estaba Lady Lucienne, quien siempre intentaba incluirla en las charlas, un gesto que a veces le hacía sospechar que su madre tenía algo que ver en ello.
De repente, una de las mujeres, Lady Adelaide, cuyo tono de voz era lo suficientemente alto como para captar la atención de todos, lanzó una afirmación que hizo que Eleanor dirigiera su atención hacia ella.
—Dicen que el Duque Valcourt ha vuelto a Londres —comentó Lady Adelaide con una mezcla de intriga y desdén mientras tomaba un sorbo de su té—. Nadie lo ha visto en años, y ahora lo vuelven a ver en los eventos más selectos. Hay algo muy extraño en él.
El comentario flotó en el aire, provocando una ligera tensión entre las mujeres cercanas. Eleanor, algo perdida en la conversación, levantó una ceja.
—¿El Duque Valcourt? —preguntó, mirando a las demás con curiosidad.
Lucienne, que estaba cerca de ella, sonrió ligeramente al notar la falta de reconocimiento en su rostro.
—Oh, querida, seguro que lo conoces, aunque quizás no lo sepas por su nombre completo —comentó con suavidad y un tono ligeramente enigmático—. Demian Valcourt, su título completo es «Duque de Hatfield», si no me equivoco.
Eleanor lo pensó un momento, aún sin lograr ubicar al hombre en su mente, pero Lucienne, al notar su desconcierto, continuó.
—Es difícil no notar a un hombre como él —dijo con cierta cautela, pero con un dejo de fascinación—. Tiene una presencia imponente y, por supuesto, esos ojos avellana, como si pudieran ver a través de todo.
Una oleada de comprensión atravesó a Eleanor cuando los detalles encajaron en su mente. Su respiración se detuvo un instante y sus ojos se abrieron ligeramente, como si un velo se hubiera levantado frente a ella.
«Demian Valcourt, Duque de Hatfield».
Algo en su pecho se apretó, una tensión inesperada que la dejó rígida. Un escalofrío recorrió su columna vertebral y, por un segundo, sintió un leve calor en sus mejillas. El brillo de aquellos ojos avellana, tan penetrantes que parecían leer hasta el más recóndito de sus pensamientos, se formó en su mente con inquietante claridad.
—¿Y por qué se dice que no lo vemos a menudo en sociedad? —preguntó otra de las mujeres, Lady Lilian, con un toque de especulación en su voz.
Lucienne inclinó la cabeza levemente, como si compartiera un pequeño secreto.
—Es un hombre muy reservado. Solo asiste a eventos privados... cenas íntimas de la alta sociedad, esas cacerías organizadas por las grandes familias y rara vez en eventos públicos. Nadie sabe mucho de él más allá de lo que se rumorea —comentó en un tono bajo y misterioso.
Eleanor, pensativa, se sintió aún más atraída por la figura del duque. Algo en el aura de misterio que lo rodeaba parecía especialmente intrigante. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la descripción de su carácter solitario, casi distante, que contrastaba con la vida bulliciosa de Londres.
Y aunque no había hecho más que escuchar fragmentos de su vida, la figura del duque de Hatfield le parecía tan inalcanzable, tan diferente a lo que conocía, que no pudo evitar sentir una creciente curiosidad.
Lucienne, al notar la expresión de Eleanor, sonrió con perspicacia.
—No es de extrañar —continuó—. El duque tiene una presencia difícil de olvidar. Muchos lo encuentran cautivador, aunque su carácter sea reservado. Es un hombre que no se deja conocer fácilmente, y eso, claro, alimenta todos los rumores.