El aire fresco de la noche la envolvió en cuanto cruzó las puertas hacia el balcón. Eleanor avanzó con pasos firmes, pero su respiración estaba agitada. Se detuvo junto a la baranda, apoyando ambas manos en el frío mármol. Aún sentía la presión en su muñeca, el roce forzado de los dedos de Charles al sostener su mano para el beso final.
Reprimió un escalofrío.
Todo el salón había presenciado aquel baile, la fuerza en sus giros, la manera en que él la conducía con más autoridad que elegancia. Y sus palabras…
«Ha rechazado dos veces mi invitación, pero no ha dudado en entregarse al vals con un completo desconocido».
Era la frustración de un hombre que no concebía el rechazo. Un hombre que siempre había obtenido lo que quería.
Eleanor cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tenso. La brisa nocturna le trajo el murmullo lejano de la música, el eco de las risas en el interior, pero aquí, en la penumbra del balcón, todo parecía más distante. Se llevó una mano a la frente, deslizó los dedos hasta su máscara de cierva, pero esta vez no se la quitó. Solo la sostuvo, como si de pronto se hubiera vuelto un objeto más pesado, más difícil de ignorar.
—No parece usted complacida con la danza, Lady Cierva.
La voz emergió de la penumbra, grave, sedosa, un roce en el aire. Eleanor giró con un leve sobresalto, su mirada encontrando una silueta enmarcada por las sombras. La máscara de lobo le cubría el rostro, pero los ojos… su intensidad la atrapó como un anzuelo.
—¿Debería estarlo? —respondió con una calma aparente, aunque sentía cómo la tensión le recorría la espalda.
El desconocido avanzó un paso, la luz de las lámparas doradas del salón perfilando su figura. Alto, elegante, envuelto en un misterio que la inquietaba y atraía a partes iguales.
—Depende —su voz descendió en un murmullo calculado—. Si la danza fue placentera, sí. Si fue una imposición, no.
Eleanor apretó los labios.
—Me temo que algunas reglas de sociedad no dejan lugar a esas distinciones.
—Ah, la sociedad —su tono tenía un deje de ironía—. Un juego de máscaras más elaboradas que las que llevamos esta noche.
Ella bajó la vista, su mano aún sobre la baranda. Se sentía observada con una intensidad abrumadora, como si aquel hombre viera más allá de lo que ella misma quería admitir.
—¿Quién es usted?
Él no respondió de inmediato. En cambio, se acercó lo suficiente como para que la brisa nocturna le trajera su aroma; una mezcla de maderas, vino y algo más profundo, más oscuro.
—Un lobo —susurró.
Eleanor frunció ligeramente el ceño.
—¿Y qué busca el lobo en la noche?
—A la cierva.
Su pulso tropezó.
Por primera vez en toda la velada, no supo si debía retroceder… o permanecer exactamente donde estaba.
Eleanor sintió que su respiración se volvía más lenta, como si el aire a su alrededor se espesara. La noche, antes fresca, ahora le parecía sofocante. Aquel hombre, envuelto en sombras y misterio, la miraba con una intensidad que amenazaba con desarmarla.
Demian giró la máscara de cierva entre sus manos, estudiándola como si en su forma pudiera encontrar respuesta a la pregunta que le había hecho.
—Entonces, milady… ¿qué tipo de cierva es usted?
Eleanor entreabrió los labios, pero no encontró respuesta. Su mente, usualmente ágil para lidiar con las expectativas sociales, se sentía torpe bajo su mirada. Quizás por eso, en un arrebato, reaccionó.
Su mano se alzó con rapidez, intentando alcanzar la máscara de lobo que cubría el rostro de su interlocutor.
Pero Demian fue más rápido.
Con un movimiento tan sutil como preciso, su mano se cerró alrededor de la delicada muñeca de Eleanor, deteniendo su avance. No con fuerza, pero sí con una firmeza que le dejó claro que no se lo permitiría.
El contacto fue un impacto.
Eleanor sintió una extraña sensación de su piel incluso a través de los guantes que llevaba. Su pulso se aceleró de inmediato, traicionándola. Demian, por su parte, deslizó su pulgar apenas sobre la tela que cubría su muñeca, como si memorizara su fragilidad.
—Curiosa, después de todo —murmuró él, su voz más baja, más contenida.
Eleanor trató de liberar su mano con un tirón leve, pero él sostuvo su muñeca un segundo más, suficiente para inclinarse apenas hacia ella.
—Si quiere ver lo que hay detrás de la máscara, Lady Cierva debe preguntarlo, no arrebatarlo.
Su tono no era de reproche, sino de algo mucho más peligroso, de desafío.
Eleanor sintió que su corazón tamborileaba contra sus costillas. No podía recordar la última vez que alguien le hablaba así, con un descaro disfrazado de cortesía.
—Eso supondría que quiero verlo —replicó ella, con una compostura que se desmoronaba en los bordes.
La sonrisa de Demian fue mínima, pero allí estaba, latente.