Cáliz de Sangre

Capítulo XIV

Eleanor avanzó entre la multitud con la mirada perdida, el murmullo de voces y risas fundiéndose en un zumbido lejano. Sentía aún el peso de la mirada del hombre enmascarado, el eco de su voz envolviéndola como un susurro persistente. «Pregunte en vez de arrebatar», le había dicho con esa cadencia lenta, tan segura, como si el mundo no pudiera tocarlo.

El calor aún cosquilleaba en su muñeca donde él la había sostenido, y sus dedos se cerraron instintivamente sobre la piel, como si quisiera conservarlo.

—Eleanor.

No respondió. Sus pensamientos seguían atrapados en el balcón, en la brisa helada que había acariciado su cuello expuesto, en la manera en que aquel desconocido había logrado, con unas pocas palabras, despertar algo en ella que no lograba comprender.

—Eleanor.

Un toque leve en su hombro la arrancó bruscamente de su ensimismamiento. Parpadeó, desorientada, antes de girarse y encontrar el rostro de su madre, que la observaba con una mezcla de ternura y ligera preocupación.

—Hija, ¿me has escuchado? —Beatrice frunció el ceño con suavidad, aunque su tono era aún dulce, más inquisitivo que reprendedor.

Eleanor sintió el rubor ascenderle por el cuello.

—Lo siento, madre —se apresuró a decir, recomponiéndose. Hizo una leve reverencia, intentando ocultar su distracción—. ¿Qué decías?

Beatrice la estudió por un instante, como si tratara de descifrar qué pensamientos la habían alejado del presente. Luego, su expresión volvió a iluminarse con una sonrisa encantada.

—Decía que Lord Everleigh salió a buscarte —comentó con naturalidad—. Se veía… decidido.

Eleanor reprimió un suspiro y desvió la mirada.

—Oh.

—Pero no importa —añadió Beatrice, con un deje de emoción en la voz—, porque parece que has llamado la atención de más de un caballero esta noche.

Eleanor frunció levemente el ceño, sin comprender.

—Varios caballeros han preguntado por ti, y créeme, hija, algunos son verdaderos galanes. Refinados, apuestos, caballerosos. Justo como mereces.

Beatrice hablaba con un entusiasmo tan evidente que Eleanor no pudo evitar mirarla con cierta sorpresa. Sabía que su padre favorecía la unión con Charles por conveniencia, pero su madre rara vez opinaba sobre esos asuntos.

—De hecho… —Beatrice bajó un poco la voz, con el tono cómplice de quien comparte un secreto—. Hubo un caballero en particular que captó mi atención.

Eleanor sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Un caballero?

—Sí, el hombre con la máscara de lobo.

El estómago de Eleanor se encogió.

—Su porte era inigualable —continuó Beatrice, sin notar la repentina rigidez en la postura de su hija—. Tenía una gracia natural, una presencia que no podía ignorarse. Incluso tu padre lo notó. Su forma de moverse, de dirigirte en el vals… como si fuera un príncipe.

Eleanor sintió el pulso en la garganta.

—Con lo acontecido en el baile, si bien tu padre no está molesto, ha empezado a considerar que podrías tener otro pretendiente. Por ejemplo, ese hombre con la máscara de lobo.

Beatrice se inclinó apenas hacia ella, como si confiara un pensamiento que apenas se atrevía a pronunciar.

—¿Lo conocías de antes? —preguntó, con genuina curiosidad.

Eleanor abrió la boca, pero no encontró respuesta.

«¿Conocerlo? No, no lo conocía. No sabía su nombre. No sabía de dónde venía».

Pero lo sentía aún en la piel. Y algo dentro de ella le susurraba que volverían a encontrarse.

Una y otra vez.

Beatrice estrechó el brazo de su hija con afecto mientras descendían por la escalinata de la residencia Ravenshire. El murmullo de la música y las luces doradas del salón quedaban atrás, apenas un eco flotando entre los árboles del jardín. El aire nocturno les recibió con una brisa que despeinó suavemente los rizos sueltos del peinado de Eleanor.

Frente al carruaje familiar, con la postura impecable de quien no abandona jamás la elegancia, Charles aguardaba.

Eleanor se detuvo por un breve instante. Tan breve como para que su madre lo notara.

—Oh, qué amable —comentó Beatrice con una sonrisa—. Lord Everleigh insistió en acompañarnos hasta el carruaje.

Charles hizo una reverencia leve.

—Lady Whitemore. Lady Eleanor —saludó con corrección. Su mirada, sin embargo, se posó en Eleanor con una insistencia apenas disfrazada—. Me pareció oportuno despedirme como corresponde, después de lo acontecido esta noche.

Beatrice asintió y, tras decir algo al cochero, subió al interior del carruaje, dejándolos solos unos segundos bajo la luz temblorosa de los faroles.

Eleanor se disponía a seguirla, pero Charles extendió una mano y rozó su brazo con una suavidad calculada.

—Eleanor, un instante. Solo quería… disculparme.

Ella se volvió hacia él, manteniendo cierta distancia.




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