La atmósfera de la sala cambió apenas el mayordomo volvió a abrir las puertas. No fue el anuncio en voz baja lo que quebró el ritmo de la velada, sino la figura que avanzó con la serenidad de quien no necesita explicación. Demian Valcourt atravesó la sala con la misma elegancia con la que uno atraviesa un recuerdo. Vestía de negro, con detalles de terciopelo gris en el cuello y los puños, y su andar era tan impecable como pausado. No parecía incómodo, ni sorprendido, ni particularmente interesado en las miradas que lo seguían. Su rostro —sereno, contenido— no ofrecía más explicación que su mera presencia.
Henry se puso de pie con tranquilidad, como si la llegada no fuese una interrupción, sino una continuación natural de la velada.
—Duque Valcourt. Qué gusto tenerlo con nosotros —dijo, ofreciendo una breve inclinación de cabeza.
—El gusto es mío, Lord Whitemore —respondió Demian con cortesía irreprochable.
Beatrice alzó apenas las cejas, no por la presencia del duque —a quien ya había tratado ya en una ocasión—, sino por no haber sido informada. No dijo nada, por supuesto. Su expresión permaneció en calma, aunque un destello de desconcierto cruzó fugazmente su mirada. Habría preferido estar al tanto. Aun así, confió en que su esposo tenía sus buenas razones por haber ocultado la invitación.
Nicholas parpadeó una vez, como si necesitara confirmar que había oído bien.
—Duque Valcourt —saludó, más tenso de lo habitual—. Qué coincidencia.
—¿Coincidencia? —replicó Demian con amabilidad neutral—. No creo en ellas, Marqués.
Lady Rose inclinó apenas la cabeza, manteniendo la compostura.
—Siempre es un placer recibir visitas distinguidas.
Charles no se movió. No se puso de pie, ni habló, pero su espalda se irguió con una precisión apenas perceptible. La aparición del duque, sin anuncio previo, lo había tomado por sorpresa. Y el hecho de que su padre no reaccionara con más que una mueca discreta lo desconcertaba aún más. Se limitó a observar, en silencio, con la expresión del que intenta descifrar un juego sin conocer del todo las reglas.
Eleanor mantenía la mirada baja. Pero apenas oyó su nombre pronunciado con aquella voz inconfundible, alzó el rostro.
—Lady Eleanor —dijo Demian con una inclinación exacta, sin perder el aplomo.
Ella sostuvo la mirada solo unos segundos más de lo que consideraría apropiado su institutriz.
—Duque Valcourt.
Había en su tono una delicadeza cuidada, y algo más. No era sorpresa. No era miedo. Era reconocimiento. Como si lo hubiera estado esperando sin saberlo.
Henry extendió un brazo en dirección a uno de los sillones.
—Le ruego que se una a nosotros. Estábamos justamente hablando de nuevas rutas comerciales.
—Entonces llego en buen momento —repuso Demian, mientras tomaba asiento sin prisa.
Los murmullos de conversación se reanudaron lentamente, pero la armonía se había quebrado apenas. No por desagrado, sino por lo inesperado. Como cuando un instrumento nuevo se suma a mitad de una pieza de vals. Las tazas se llenaron una vez más, el murmullo del líquido cayendo sobre la porcelana apenas rompía el silencio momentáneo. El aroma a té de jazmín se mezclaba con las notas más densas de lavanda y canela, flotando en el aire cálido de la sala.
Henry retomó el tema con naturalidad, como si nada hubiese cambiado con la llegada del duque, aunque su mirada destilaba un leve brillo más alerta.
—Estábamos debatiendo las posibilidades que ofrece la nueva ruta marítima desde Southampton —dijo mientras giraba levemente su cucharilla en la taza—. Algunos creen que abrirá canales más directos con las colonias del este, incluso más eficientes que los actuales.
Demian asintió con leve interés.
—¿Y se planea complementarla con la red ferroviaria, como mencionó en nuestra última reunión?
Nicholas, que hasta entonces había permanecido en silencio, dejó su taza con más precisión que suavidad sobre el platito.
—Eso implicaría una inversión adicional considerable. No todos están en condiciones de asumir ese tipo de riesgo sin comprometer otros activos —dijo sin mirar al duque.
—Por supuesto —replicó Demian con una cortesía tan neutra que casi resultaba ofensiva—. Aunque es curioso cómo los riesgos más altos suelen ofrecer las ganancias más duraderas. Claro que no todos tienen el privilegio de pensar a largo plazo.
Nicholas entrecerró apenas los ojos. Su mandíbula se tensó. Beatrice, atenta en su silencio, notó el leve cambio en la atmósfera, como una corriente fría que se cuela por una ventana apenas entornada.
—El largo plazo también está hecho de pequeños pasos seguros, no solo de saltos al vacío —insistió Nicholas, el tono ahora un poco más seco.
Demian inclinó la cabeza con una sonrisa suave, como quien da la razón sin ceder en absoluto.
—¿Vacío? No lo consideraría un vacío. Hay estudios, rutas trazadas, informes detallados. Quizás la incertidumbre se deba más a la disposición de quien observa, que al terreno en sí.
Charles alzó ligeramente la mirada, atento. Eleanor también, aunque sin moverse. Sentía que cada palabra era una ficha que caía en algún tablero invisible.