Cáliz de Sangre

Capítulo LXVII

Julius mantuvo la mirada fija en Eleanor, intentando leer cada pequeño matiz en su expresión. Sus cejas se fruncieron apenas, no por reproche, sino por la necesidad de comprender. Cada palabra de ella era un indicio, un vestigio de cómo su mente procesaba lo imposible. Sus dedos se entrelazaron sobre el apoyabrazos del sillón, y por un momento pareció debatirse entre ofrecer consuelo y mantener la precisión de su observación clínica.

«El cuerpo responde a las inquietudes del ánimo, y sin embargo… que dejen huella visible, eso revela algo más profundo en su delicadeza nerviosa».

—Su pregunta… es inusual —dijo finalmente, con voz calmada y medida—. Pero comprendo su inquietud. No puedo asegurar que la mente produzca señales visibles como las que describe, aunque sí he observado que el espíritu altera los nervios y el cuerpo de manera notable. Palpitaciones, tensiones, sudor… incluso leves contusiones o marcas podrían surgir de movimientos que la persona realiza sin darse cuenta durante el reposo.

Observó cómo Eleanor mantenía los ojos fijos en él, buscando seguridad, esperando quizá una confirmación que no podía darle. Julius respiró hondo, midiendo cada palabra.

—En cualquier caso —continuó—, debemos atender cuidadosamente lo que usted describe y diferenciar entre lo que puede observarse y lo que refiere sentir. No hay prueba de que un sueño por sí mismo cause heridas como las que menciona. Sabemos, sin embargo, que el temor intenso o la agitación pueden producir cambios visibles en el cuerpo: palidez, sudoración, temblores… efectos que escapan al control consciente.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, suavizando su postura, intentando transmitir más seguridad que autoridad.

—Lo importante, Lady Whitemore, es que intentemos comprender qué provoca estas sensaciones y cómo responde su cuerpo ante ellas. Nada de lo que me relate será tomado a la ligera, y no hay motivo para que se sienta juzgada. Aun cuando las experiencias del sueño no puedan dejar evidencia visible, debemos atenderlas con cuidado y observar sus efectos, paso a paso.

Julius hizo una pausa, evaluando la tensión en los hombros de Eleanor y la ligera inquietud en sus manos. Su silencio no era vacío; estaba lleno de atención, de un análisis profundo, de la preparación para cada posible siguiente palabra, cada gesto que ella hiciera.

—Entonces… ¿cómo sabré qué es real o imaginación? —dijo Eleanor con un leve tono de frustración—. ¿Está seguro que no hay alguna respuesta?

Julius inclinó levemente la cabeza, sus ojos aún fijos en ella, como si midiera la carga de cada palabra. No era un simple cuestionamiento sobre fisiología; había en su tono un dejo de desesperación, de necesidad de certezas que él no podía dar con facilidad. Respiró hondo, intentando ordenar sus pensamientos antes de responder.

—Milady —comenzó con voz suave y pausada—, la mente distingue entre lo que percibimos con los sentidos y las impresiones que nos vienen del espíritu. Sin embargo… cuando una visión es muy intensa, y el ánimo se ve fuertemente afectado, el cuerpo puede reflejar esa impresión como si fuese verdadera. Los estados de reposo y vigilia a veces se confunden, y los nervios responden con fuerza. No hay explicación cierta que permita atribuir marcas visibles a tales impresiones del espíritu.

Su mirada no se apartaba de Eleanor, y Julius percibió cómo la joven procesaba cada palabra con lentitud, aferrándose a la seguridad que su explicación le ofrecía, aunque de manera incompleta. Cada respiración contenida, cada leve temblor en sus manos, le daba indicios más claros que cualquier descripción verbal: había miedo, sí, pero también una necesidad de comprender, de retener control sobre aquello que parecía escaparse de su alcance.

«Busca explicaciones que escapan a nuestra comprensión, al menos según las reglas conocidas de la fisiología y del temperamento».

—Podemos, eso sí —continuó él con cuidado—, observar los indicios que le proporciona su cuerpo y su mente, atenderlos con precaución, y tratar de entender cómo reacciona ante ellos… Así quizá logremos guiarla a un estado más sereno, aun cuando lo que experimenta le resulte inexplicable.

Se mantuvo en silencio unos segundos, dejándole espacio para absorber la idea, observando cómo sus hombros se relajaban apenas, cómo su respiración se volvía un poco más uniforme. No era consuelo absoluto, pero era un paso; un hilo que él podía ofrecerle para anclar su mente al presente sin desestimar lo que la había perturbado.

—Si me permite preguntar… ¿hubo algún acontecimiento en su infancia que pueda haber dejado una impresión duradera? Algo que explique, en parte, estas experiencias —dijo con tono profesional, pero cálido, evitando cualquier juicio.

Eleanor desvió la mirada pensativa, intentó hurgar en los recuerdos de su mente, las clases con la institutriz, las veces que se escondía en el despacho de su padre, cuando corría por los jardines, incluso la vez que se escondió por haberse comido las galletas horneadas para el té, su madre la buscaba con el ceño fruncido y Charles asumió la culpa para que no la castigaran.

—No… no recuerdo nada significativo —respondió con timidez—. Nada que pueda asociar con estos sueños o… estas sensaciones.

Julius asintió con suavidad, procesando la información y dejando que el silencio llenara un instante la habitación. Luego retomó con delicadeza otro asunto que había surgido antes.




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