Eleanor comenzó a relatar con voz pausada, cuidando cada palabra como si temiera que el aire pudiera distorsionarlas. Julius la escuchaba con la atención quirúrgica que reservaba a sus pacientes más delicados: cada pausa, cada titubeo, cada matiz de emoción era un indicio, un síntoma que debía observar, interpretar y ponderar. Sus ojos se movían con precisión sobre ella, analizando la tensión en los hombros, la manera en que sus manos se entrelazaban, y el temblor apenas perceptible en sus labios.
—La luz arrancaba brillos metálicos de los tapices… y proyectaba largas sombras en las paredes —comenzó Eleanor—. Había un hombre… con porte imponente, severo, que parecía juzgar cada uno de mis gestos. Me hablaba del deber, de un futuro que debía aceptar sin elección… —Hizo una pausa, tragándose el nudo en la garganta antes de continuar—. Le rogué, le supliqué que me dejara conocer al hombre con quien compartiría mi vida… pero él… él solo respondió con autoridad y desdén.
Cada palabra, cada estremecimiento en la voz de Eleanor, era absorbido por Julius con la precisión de un bisturí mental. Cuando ella describió cómo el despacho, la luz y los muebles se desvanecían en la penumbra, cómo la tensión se transformaba en un soplo que la rodeaba sin tocarla, él comprendió que no estaba narrando un simple sueño: era un episodio intenso, vivo, demasiado vívido para ignorarlo.
—Ese hombre ¿era su padre? —preguntó Julius con suavidad cuando se hizo silencio.
Eleanor comenzó a juguetear con el encaje de sus mangas, no por nerviosismo, sino por la incertidumbre que le generaba la pregunta y el recuerdo de aquel sueño.
—Eso parecía… —dijo ella en un hilo de voz— No era mi padre ese hombre que estaba frente a mí, imponiéndome el deber sin un atisbo de afecto o protección, no, mi padre no es de esos hombres, podré no estar muy de acuerdo con algunas de sus decisiones, pero sé que busca lo mejor para mí.
Se tomó un momento, bebiendo un poco de agua y dejando la copa en la pequeña mesa auxiliar.
—Pero en aquel despacho, ese desconocido lo era, es difícil de explicar, quizás lo considere una tontería —bajó la mirada con vergüenza.
—No, claro que no, milady —respondió Julius con tono sereno—. Los sueños deben interpretarse y nada de lo que diga de sus experiencias, debe tomarse a la ligera o ser ridiculizado y desestimado. No soy juez ni verdugo, soy doctor y estoy aquí para ayudarla.
Eleanor levantó la vista suspirando, encontró en los grises y calmos ojos de Julius un poco de consuelo, le daba una sensación de tranquilidad que era difícil de explicar, el saber que nada de lo dicho sería divulgado o tomado como argumento suficiente para poner en tela de juicio su lucidez mental, era como un respiro en la asfixiante compostura que debía mantener en sociedad.
Ella asintió y se relajó levemente.
—Entonces… —prosiguió Julius— Dice que se sentía como si fuera alguien más ¿verdad?
—Sí, en ese lugar, era la hija de ese hombre, recuerdo el calor de la habitación, el sonido del golpe de su puño contra el escritorio, el tono de su voz y la mía, un tono ajeno, pero las palabras no del todo… —dijo con pesadez.
Julius cruzó la pierna y se ajustó los lentes, más por un movimiento mecánico que por comodidad, su muñeca se desenvolvía con completa fluidez, trazando su marcada y precisa caligrafía.
«La paciente muestra cierta rigidez y miedo al juicio, persistente desde la primera consulta, aunque ha habido avance en compartir experiencias del sueño. Denota racionalidad y coherencia al hablar, salvo por aquella pregunta del reflejo. Hay más contacto visual, necesidad de mantener las manos ocupadas.»
—Señor Grey —dijo en un susurro.
—¿Sí, Lady Eleanor? —dijo levantando la vista de su cuaderno.
—Sé que me ha dicho que no tengo síntomas de locura, y siento insistir, pero esto no es normal.
—Nada de lo que se escapa a lo aprendido lo es —dijo para tranquilizarla, le sostuvo la mirada y percibió lágrimas acumulándose en sus ojos azules, se acomodó en su sillón y carraspeó—. Escuche, milady, no creo que haya desarrollado delirio, lo que veo aquí, es el fruto de la presión familiar y social.
Eleanor escuchó atentamente, se le había formado un nudo en la garganta, que no importaba cuanta saliva tragase, le era imposible deshacerse de esa sensación.
—Si me permite el atrevimiento de opinar—continuó—. Si estuviera en su posición, posiblemente también me sentiría tan… asfixiado. La sociedad espera cosas de usted, solo por haber nacido bajo un apellido y ciertas reglas impuestas. A pesar de que ha dicho que Lord Whitemore, no le haría semejante imposición, imagino que la presión de encontrar esposo y contraer matrimonio, en cierta forma, está presente.
Eleanor bajó la mirada, las palabras del galeno se incrustaron en su pecho como un puñal deliberado, tenía razón, a pesar de que el conflicto familiar se había apaciguado y sus padres estaban siendo más considerados con ella, la presión de casarse seguía presente.
—No se equivoca —confesó en un hilo de voz.
—Hay una gran posibilidad, que, debido a esta presión dé por consecuencia estrés y le atribuya esta clase de sueños y los daños colaterales.
—¿De verdad? —dijo Eleanor con una luz de esperanza en sus ojos.