Cinco años de edad…
—¡¿Qué le hiciste a Rambo1?! —exclamó con furia un niño de pelo negro y ojos azul oscuro señalando a un pequeño hámster, el cual es- taba teñido por completo de color fucsia y tenía una cresta, además de tener pegado al cuerpo una miniguitarra eléctrica.
—Ahora se llama Pinky y es una estrella del rock —respondió una niña de pelo castaño oscuro y largo con una sonrisa de felicidad, al ver como el hámster se sentaba y parecía que tocaba la guitarra.
—No es Pinky, es Rambo, y es un asesino cruel y sanguinario al que no le gustan las niñas tontas —rebatió el niño sacando al hámster de su jaula y enseñándoselo a la niña.
—Oye, oye… ¡¿a quién estás llamando niña tonta?!
—¡A ti! ¡Eres una niña tonta e inútil! ¡Y no vuelvas a acercarte a Rambo!
Dafne infló las mejillas con enfado antes de abalanzarse sobre Damián y tirarlo al suelo, para luego comenzar a pegarle en el pecho.
—¡¿Quién es el tonto y el inútil ahora?!
—¡Ah! ¡Suéltame, niña loca! —exclamó Damián soltando al hám- ster e intentando detener a Dafne, que lo golpeaba sin parar.
—Pídeme perdón y te dejaré en paz —ordenó Dafne.
—¡Nunca! —gritó Damián dándole un empujón a Dafne y hacién- dola caer hacia un lado; el pelinegro se levantó rápidamente y cogió una espada de juguete que su padre le había comprado esa misma ma- ñana, caminó hacia Dafne y la señaló con la espada—. Ríndete y di que yo soy mejor y más fuerte.
1 Personaje de ficción y protagonista de la saga de películas de acción «Rambo».
—Oye, oye… mi papá siempre dice que está mal decir mentiras
—contestó Dafne cruzándose de brazos; Damián frunció el ceño y le pegó con la espada en la cabeza—. ¡Me has pegado!
—Te dije que te rindieras, la culpa es tuya. Y ahora, arrodíllate ante mí y suplica por tu vida —ordenó Damián señalando el suelo, a lo que Dafne se cruzó de brazos y negó con la cabeza—. ¡He dicho que te arrodilles, niña tonta!
—¡Y yo he dicho que no voy a hacerlo! —exclamó Dafne tomando uno de los muñecos de acción que había en el suelo y lanzándoselo a la cabeza.
—¡Ay, eso duele! ¡Dafne, te vas a enterar! —proclamó Damián a gritos levantando la espada por encima de su cabeza; sin embargo, unos chirridos llamaron la atención de los dos niños, que comenzaron a bus- car como locos el origen del extraño sonido—. ¿Qué es eso?
—Mira, es Pinky —indicó Dafne.
—¡Te he dicho que se llama Rambo! —recordó Damián.
Ambos se arrastraron bajo la cama, donde estaba el pequeño hám- ster fucsia acostado y haciendo extraños movimientos y ruidos, hasta que, de repente, se quedó en silencio y muy tieso. Damián, extrañado, lo golpeó con el dedo, pero su mascota no se movió ni lo mordió como era habitual, por lo que volvió a darle un par de golpes, pero el hámster seguía sin moverse.
—Oye, oye… ¿por qué no se mueve? —preguntó Dafne apretán- dole la barriga al hámster y esperando que hiciese algún movimiento, pero al no hacerlo miró a Damián esperando que él supiese qué le pasaba—. Pinky, despierta.
—¡Que se llama Rambo! —recordó Damián una vez más a gritos tomando al hámster entre sus manos y acariciándolo, pero al ver que no se movía miró a Dafne con odio—. ¡Se murió por tu culpa!
—¡No está muerto, está dormido!
—¡Está muerto como el gato de la señora Navarro, al que le diste de comer chocolates! ¡Eres una asesina!
—¡Yo no soy una asesina, retíralo! ¡Y ese gato fue muy feliz cuando yo le di chocolate, no es mi culpa que se muriera!
—¡Eres una asesina, mataste a Rambo!
—¡Que yo no lo maté!
—¡Que sí!
—¡Que no!
—¡No quiero ser amigo de una asesina de mascotas!
—¡Que yo no lo maté, y tampoco quiero ser tu amiga! ¡Le voy a decir a mi papá que no me traiga más aquí!
—¡Bien!
—¡Bien!
.
Once años de edad…
—¡Devuélveme mi collar! —gritó Dafne con furia mirando hacia Damián, que tenía entre sus dedos un precioso collar con forma de co- razón, pero cuyos bordes eran formados por unas alas de color bronce.
—¡¿Y quién dice que es tuyo?! Estaba por ahí tirado, así que ahora es mío —contestó Damián poniéndoselo, mientras Dafne lo miraba con odio y buscando cualquier objeto en su habitación que le sirviera como arma.
—¡Damián, he dicho que me lo devuelvas! —gritó la morena con furia tomando la posición inicial de lucha al no encontrar nada útil como arma; su profesor de taekwondo le había dicho que no debía atacar a gente inocente, pero ese niño se lo estaba buscando—. Oye, oye… como no me lo des, te vas a enterar.
—¿Y qué vas a hacerme? —preguntó Damián con burla, Dafne en- trecerró los ojos antes de atacarlo con ira, sin embargo, él también estaba asistiendo a clases de defensa personal, por lo que paró cada uno de sus golpes con eficiencia—. No vas a ganarme, yo soy mejor.
—Eso ya lo veremos —dijo Dafne levantando la pierna e intentan- do pegarle una patada; pero, desafortunadamente, Damián paró el ata- que con la mano, y luego con el pie golpeó su otra pierna y la hizo caer.
Dafne lo miró con enfado y Damián se cruzó de brazos mostrándo- se superior, algo que irritó terriblemente a la morena, que se puso en pie de un salto y comenzó a atacarlo de nuevo.
—Ríndete «Oye, oye» —habló Damián echándose hacia atrás para esquivar una nueva patada de Dafne—. De ahora en adelante te llamaré «Oye, oye», porque eres una pesada y no haces sino repetir eso una y otra vez cuando hablas.
—Oye, oye… eso no es cierto —discutió Dafne parando un pu- ñetazo que iba directo a su estómago, Damián entrecerró los ojos y la miró.
—¡Lo has vuelto a decir! —exclamó el pelinegro subiéndose a la cama para luego lanzarse sobre Dafne, pero ella fue mucho más rápida y se apartó, haciendo que él se diese de bruces contra el suelo—. ¡Ay!
¡Voy a matarte!