Damián
¡¿Pero esa mujer qué se creía?! ¡¿Quién era ella para ignorarlo?! ¡A él! Pues bien por ella, si quería ignorarlo, ¡vale! Él también la ignoraría, a ver quién podía soportar más tiempo ignorando al otro. Miró hacia ella y vio como lo saludaba con alegría, la muy… Seguro que se estaba divirtiendo de lo lindo; levantó la mano derecha y le enseño su precioso dedo corazón, hasta que Ren le golpeó la cabeza.
—¿Te lo puedes creer? Está ignorándome, ¡a mí! ¡Al gran Damien!
—exclamó con indignación, Ren suspiró y tomó asiento enfrente de él.
—No deberías darle tanta importancia —contestó Ren con voz tranquila abriendo la tapa que cubría la tablet y poniéndose a teclear.
Damián le lanzó una mirada asesina.
—¡¿Y tú, desde cuándo te llevas bien con la «Oye, oye»?! ¡Te traje aquí como refuerzo, no para que te pusieras a hablar con ella sobre idioteces! —expuso casi a gritos y señalando a Ren con el dedo como si fuera el peor de los traidores. De hecho, lo era.
—¿Quieres calmarte? —preguntó el japonés sin apartar la mirada de la pantalla, Damián entrecerró los ojos y se cruzó de brazos con enfado.
Miró hacia Dafne con enojo y la vio hablando animada con Ann y Triz, no sabía de qué hablaban, pero seguro que no era nada bueno. La peliblanca sacó un folio y vio cómo se ponía a escribir en él a toda prisa, mientras las otras dos hablaban; Damián frunció el ceño, ¿qué estarían hablando con tanta emoción? ¿Una broma contra ellos, quizás? Con esas tres nunca se sabía.
—Están fundando un periódico —comunicó Ren, Damián lo miró con interés y su amigo le enseño el Facebook de Triz, donde ella había publicado un anuncio en el que decía que necesitaba estudiantes de periodismo para crear un nuevo periódico universitario.
—Lo que me faltaba, que la «Oye, oye» tenga acceso a los medios de comunicación —dijo con amargura devolviéndole la tablet al japonés. Si la conocía, y la conocía perfectamente, en la primera edición
saldría una foto suya vergonzosa. Mmm… debía esconder todas las
fotos de su infancia cuanto antes. Además, esa endemoniada chica se- guro que comenzaría a tomar fotos de todo el mundo en situaciones comprometedoras y luego pediría una exorbitante cifra de dinero para evitar su publicación.
—Hola. —Lo saludó una chica de cabellos rubios y rizados, él la miró con curiosidad y ella enredó uno de sus dedos en su cabello—. Voy a tu clase de Psicología Criminal y me preguntaba si podrías de- jarme tus apuntes.
—Vale, pero los quiero de vuelta mañana a primera hora; y no me escribas tu número de teléfono en ellos, porque no voy a llamarte
—indicó con seriedad sacando unos folios de su carpeta, ella asintió con vergüenza y Damián le entregó los apuntes. La chica le lanzó una última mirada antes de tomarlos e irse.
—¿Es que suelen escribirte los números de teléfono en los apuntes?
—preguntó Ren enarcando una ceja, él colocó las piernas sobre la mesa y se estiró hacia atrás antes de asentir.
—Sí, esto de ser tan sumamente atractivo e increíble a veces es un fastidio, esas mujeres lujuriosas no me dejan concentrarme en mi meta
—explicó colocando las manos detrás del cuello y bajando las piernas de la mesa cuando la camarera pasó a su lado.
—No vas a conseguir que ella diga que tú eres mejor, deberías darte por vencido de una vez —dijo Ren con voz monótona.
—¡Eso nunca! ¡Los Duarte jamás nos damos por vencidos! ¡Lo conseguiré, ya verás, espera y verás! La «Oye, oye» algún día dirá:
«Me rindo, Damien. Tú eres mucho mejor y más inteligente que yo»
—habló poniendo voz aguda y llevándose las manos a la cara mientras pestañeaba mucho, Ren puso los ojos en blanco y continuó pulsando teclas en la tablet.
—Eres un caso perdido —masculló su amigo con aburrimiento.
.
Cogió impulso con el monopatín y saltó por encima de un ban- co, mientras su monopatín hacia el recorrido por debajo, rápidamente volvió a saltar sobre la pieza de madera y tomó impulso de nuevo para adelantar a un par de mujeres mientras buscaba un nuevo reto, que, por suerte, encontró enseguida; unas pequeñas escaleras que saltó sin problema alguno. Sonrió con felicidad y levantó las manos al cielo con orgullo, sí que era un genio. En poco más de una semana había apren- dido trucos que a la gente normal le costaba meses y muchos golpes aprender. Se miró el brazo derecho y lo vio lleno de tiritas, bueno, puede que sí se diese un par de golpes.
Se colocó la muñequera y volvió a tomar impulso, atravesó un par de calles sin rumbo fijo y bostezó. Desde que él y Dafne habían decidido ignorarse su vida era muchísimo más aburrida; no es que la echase de menos, ni nada de eso, pero era difícil lograr que la morena reconociese que él era un ser superior cuando no se hablaban. Había intentado que la chica volviese a hacerle caso, pero ella simplemente lo miraba unos segundos antes de girar la cabeza o ponerse a leer sus apuntes de clase, como si eso fuera muy interesante. Y eso lo estaba irritando, y mucho.
¡No podía seguir ignorándolo porque sí! Sabía que había dicho que la iba a ignorar también, pero no podía, ¡no podía! Ignorar a una persona no iba con su carácter, ni aunque esa persona fuese la malévola Dafne Castillo. ¿Pero cómo iba a hacer para que ella volviese a hacerle caso?
Además, sin gritos ni bromas la universidad había pasado a ser un lugar triste, monótono y aburrido… al único al que le gustó ese cambio de ambiente fue al decano, que pululaba de un lugar a otro diciendo que ahora sí que eso parecía una facultad respetable y honorable. Ton- terías.
Sintió su móvil vibrar y lo sacó del bolsillo, hizo una mueca cuando leyó «Papá» en él.
—¿Sí?
—Te quiero en casa en media hora —ordenó su padre con voz enér- gica antes de colgarle el teléfono, Damián rodó los ojos y guardó el móvil en el bolsillo de nuevo.