Dafne
Notó un persistente pitido en los oídos, sin embargo, no le prestó atención y trató de concentrarse en la clase, pero su profesor no cola- boraba. ¿Cómo esperaba que casi sesenta alumnos lo atendiesen con esa voz monótona y aburrida? Aunque lo peor no era la voz soporífera de su profesor, sino que este se limitaba a pasar diapositivas sobre… mmm… ¿Sobre qué dijo que iba a hablar hoy? Bah, qué importaba. Su madre era fiscal, podía preguntarle cualquier cosa.
Bostezó y se puso a mirar por la ventana mientras jugaba a lanzar el bolígrafo, para luego atraparlo con los dedos. ¿Damián habría visto ya el periódico? Estuvo esperándolo esta mañana a la entrada con un ejemplar para ver cómo su cara se contraía en una mueca de horror, pero por desgracia su profesor llegó antes que el falso pelirrojo. Así que la curiosidad estaba matándola.
—¡Dafne! —Al escuchar su nombre, ella y toda la clase voltearon hacia la puerta, donde estaba Damián con un periódico buscándola con la mirada; cuando por fin la encontró, la señaló con furia—. ¡Tú!
¡¿Es que has perdido el juicio?! ¡Maldita mujer salida del infierno!
—Damián, ¿qué te trae por aquí? —preguntó con amabilidad, el pelirrojo entrecerró los ojos y apretó el periódico que traía en su mano.
—¡Pusiste mi número! ¡Mi número! ¡No tenías suficiente con poner mi foto y ese absurdo anuncio, sino que pusiste mi número! ¡En lo que lleva de mañana me han llamado cuatro tipejos! —gritó el pelirrojo caminando hacia ella con fuertes y decididos pasos.
—No sé de qué hablas —se defendió fingiendo estar sorprendida, él le mostró el periódico casi abofeteándola con él.
—¡Claro que sabes de qué estoy hablando! —bramó él con furia enseñándole la página de contactos donde estaba su imagen impresa.
—Oye, oye… Damián, no sabía que en tu tiempo libre te dedicabas a este tipo de cosas —comentó de manera jovial mirando con admira- ción el anuncio como si fuera la primera vez en su vida que lo veía; el chico le lanzó una mirada asesina que acobardaría hasta a los marines estadounidenses, pero no a ella—. ¿Y tú padre lo sabe?
Quiso saber la morena mirándolo con media sonrisa; vio cómo poco a poco la cara del pelirrojo pasaba de mostrar un enfado total a estar completamente atemorizado.
—¡No habrás sido capaz! —gritó él con furia, pero con una gota de miedo, algo que solo ella notó; Dafne se limitó a llevarse la mano a la barbilla y a hacer que estaba pensando—. ¡Tú!
Damián sin previo aviso la tomó de la cadera, antes de cargársela sobre el hombro por la fuerza; Dafne tardó un segundo en asimilar lo que pasaba, antes de comenzar a darle patadas con todas sus fuerzas y golpearle la espalda con los puños.
—¡¿Pero qué demonios haces?! ¡Bájame ahora mismo stripper gay!
—gritó mientras se agarraba a una de las sillas y le pedía ayuda a Beca, pero por desgracia su «amiga» se limitó a entregarle su bolso negro y a despedirse de ella—. ¡¿Oye, oye… pero qué tipo de amiga eres tú?!
¡Que me están secuestrando!
—Sí, y no sabes lo que pagaría por estar en tu lugar —contestó Beca mientras suspiraba, Dafne puso los ojos en blanco.
Que su amiga idolatrase a ese hiperactivo chico era un fastidio. Ambos abandonaron la clase bajo la mirada sorprendida del profe-
sor y las miradas divertidas de sus compañeros, que ni esperaron a que
ambos se marchasen para comenzar a murmurar entre ellos. Una vez en el pasillo sujetó el bolso para golpear las rodillas de Damián e intentar que perdiese el equilibrio.
—¡Damián, o me bajas o juro que te arrepentirás! —amenazó con fiereza.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Publicar mi foto en un periódico y decir que soy un stripper gay? ¡Anda, pero si ya lo hiciste! —declaró el pelirrojo con enojo, ella bufó y se cruzó de brazos—. ¡Y soy Damien! ¡Damien para ti, «Oye, oye»!
—¡Socorro! ¡Un falso pelirrojo está secuestrándome! ¡Que alguien lo castre! —gritó mirando a un grupo de alumnos que los miraban, pero no la ayudaron, simplemente se pusieron a mirar las paredes en busca de una cámara oculta. Al ver que nadie le hacía caso, utilizó el bolso como arma y comenzó a golpearle la cabeza a su secuestrador.
—«Oye, oye», deja de comer dulces, estás más fondona de lo que pensaba; tienes suerte que sea un chico fuerte y atlético, cualquiera no podría cargar con semejante peso. —Ante tal comentario contra su es- tupenda figura, siguió golpeando a Damián con fuerza; pero al ver que no funcionaba decidió abrir el bolso y buscar algo útil con que atizarle.
¿Dónde estaba su pistola eléctrica cuando la necesitaba? Buscaba y rebuscaba y no la encontraba. ¡Demonios! Se la había prestado a Ann para algunos experimentos de psicología; continuó buscando el espray de pimienta, pero nada, hoy no era su día.
—¿Dónde lo escondiste? —preguntó Damián mientras subía las escaleras.
—No sé de qué hablas.
Claro que sabía de qué hablaba, se conocían demasiado como para entenderse con pocas palabras. Él sabía que su padre no había visto el periódico todavía, pero la conocía y sabía que, en algún lugar de su casa, o en los alrededores, había una copia esperando el momento oportuno para mostrársela al general y que este lo castigase de por vida, eso si no lo metía directamente en el ejército. Pero no pensaba hablar, no después del beso de ayer. ¡Ese chico había atentado por segunda vez contra sus labios, y esta vez sí que iba a tomar una venganza en condiciones! Ignorarlo estuvo bien por un tiempo, pero tras lo de ayer merecía morir y nadie, ni Ann ni Nora, iban a impedir que le diese su merecido.
—No estoy para tus juegos, sabes perfectamente que si mi padre ve eso me alistará en el ejército —habló el pelirrojo con voz seria mientras seguía subiendo escaleras, ella hizo oídos sordos y se puso a tararear—.
¡El ejército! ¡«Oye, oye», esta vez te pasaste!