Damián
Revisó por segunda vez los resultados de su análisis de sangre y frun- ció el ceño al no encontrar nada sospechoso. ¿Cómo podía ser que es- tuviese sano como un roble? Esos resultados debían de estar mal, él no podía estar sano, estaba completamente seguro de que Dafne le había pasado alguna enfermedad mortal; si no, ¿por qué iba a acelerársele el pulso y a sentir ese cosquilleo en el estómago cuando la besó?
Hizo una bola con el papel y lo encestó en la papelera, a lo mejor se lo había hecho demasiado pronto y el virus aún no se había desa- rrollado; esperaría un par de semanas más y se haría otro chequeo. Se puso en pie y agarró su monopatín, o se daba prisa o llegaría tarde a la universidad. Abandonó la habitación y se despidió de su madre.
—¡Espera, cielo, yo te llevo! —le gritó su madre saliendo a toda prisa del dormitorio y sonriéndole con cariño.
Al contrario que su padre, su madre era una persona dulce y muy cariñosa, aunque acompañaba a la madre de Dafne y Nora a las ma- nifestaciones a favor de los derechos animales. La siguió en silencio y se subieron al coche, era raro que su madre se ofreciese a llevarlo a la universidad, así que decidió que lo mejor era no relajarse y mantenerse alerta. Puede que su padre fuese el duro y el de los castigos, pero era mejor no enfadar a su madre.
—Cariño, ¿puedes abrir la guantera y sacar mis gafas? —le pidió señalando la guantera, él asintió y la abrió haciendo que una página de periódico cayese sobre sus piernas.
Reconoció de inmediato la página de contactos del estúpido periódico de Triz y maldijo a Dafne mentalmente. No era cuestión de blasfemar delante de su madre.
—Lo encontré por casualidad en la calle —comentó su madre mirándolo de reojo con los ojos azul oscuro que él había heredado, Damián gruñó y arrugó el papel con odio—. Tranquilo, no se lo diré a tu padre, no quiero que mande a mi único hijo al ejército. ¿Tan poco dinero te damos de paga que tienes que recurrir a estas cosas?
—¡Mamá, esto no es cierto! ¡Yo no hago estas cosas! ¡La culpa es de la maldita Dafne, te lo juro, esa chica está mal de la cabeza! —gritó con enfado y cruzándose de brazos con furia.
De verdad que iba a matar a Dafne, desde que publicó su número de teléfono no había parado de recibir llamadas de personas que soli- citaban sus servicios; por Dios, pero si incluso una vez le preguntaron si estaba dispuesto a actuar en una despedida de solteros. Escuchó a su madre reír y miró hacia ella con la ceja enarcada; si su padre pensaba que Dafne era una maldita santa, a su madre las bromas de ese demo- nio le hacían gracia. ¡¿Pero qué tipo de padres tenía?!
—Esa chica cada vez es más imaginativa —dijo su madre sin poder parar de sonreír.
—¡No es divertido! ¡Esa mujer es el diablo! —chilló con enfado—.
¡Por su culpa no he parado de recibir llamadas pidiendo presupuestos!
—Eso quiere decir que eres muy guapo —alabó su madre con or- gullo, por lo que rodó los ojos y comenzó a golpear la cabeza contra el salpicadero—. Por cierto, este sábado os vais de excursión.
—¿Quiénes? —preguntó temiendo que su madre le respondiese que su padre y el padre de Dafne organizaron otra de sus estúpidas salidas. Sin embargo, al ver cómo su madre dibujaba una sonrisita divertida, supo que era eso—. ¡¿Otra vez?! ¡Pero si no hace ni un mes nos fuimos de pesca!
—Creo que esta vez no vais a pescar —habló su madre tras unos segundos pensativa, él suspiró resignado—. Tu padre está muy emo- cionado con la idea, creo que llevan organizándolo desde hace un mes.
—Genial —masculló con sarcasmo.
La última vez que sus padres habían planeado algo con antelación, él, Dafne y Nora acabaron ayudando en un ejercicio para entrenar a la policía y a los soldados. El trabajo encomendado por sus padres consistía en hacerse pasar por atracadores de bancos, que habían sido ro- deados por la policía en el banco y que tenían quince rehenes, bueno, maniquís con cartelitos con nombres y edad.
El ejercicio duró bastante más horas de lo esperado, ya que se atrin- cheraron tan bien que los alumnos de sus padres no sabían cómo sa- carlos de ahí sin causar bajas, de hecho, al final ellos ganaron. Dejaron que los policías irrumpieran por una de las entradas de atrás, momento en el que lanzaron su ataque de gas y bombas de luz, luego tomaron a varios rehenes y los lanzaron contra los policías para escabullirse con las bolsas llenas de falso dinero.
Ahora que lo pensaba, fue realmente divertido. El único inconve- niente fue que tuvo que pasar todo el día con la «Oye, oye», y esa mujer lo sacaba de sus casillas. Además, puede que esa «excursión» no estuvie- se mal, pero el resto era un completo desastre; no había día en el que no acabasen en el hospital o gritándose de todo.
—Ya estamos aquí —anunció su madre deteniendo el coche y vol- teando hacia él—. No puedo creer que mi niño ya esté en la universi- dad, mírate tan guapo y tan grande.
—Me voy a clase —declaró bajándose del coche rápidamente para evitar que su madre montase una escena, ella lo saludó desde el coche y él huyó al interior de la facultad.
Debía hablar con Dafne cuanto antes, para él era imposible librarse de la excursión, pero ella quizás pudiese inventarse algo para escapar del asunto. Correteó por los pasillos soportando las miradas de los demás estudiantes, pero nada, no había ni rastro de esa odiosa mujer. Miró la hora y decidió abandonar la búsqueda, ya la encontraría en la cafetería luego. Caminó hacia las escaleras y vio una melena familiar subiendo.
—¡Eh, tú! —gritó asustando a la chica, que comenzó a mirar de un lado a otro dudando que estuviese hablando con ella—. ¿Tú no eres la amiga de «Oye, oye»?
Ella asintió ruborizada.
—Sí, me llamo Rebeca. Pero mis amigos me dicen Beca —se pre- sentó ella extendiendo la mano y mirándolo con interés—. Tú eres Damien, ¿verdad? Encantada de conocerte.