Calum

D o s

—Jamás en mi vida volveré a tener una cita a ciegas —declaró Lisa, causando que Albert y Charlie rieran.

—Te lo advertí. Siempre he pensado que si tienes la oportunidad de conseguir pareja por internet tienes que desaprovecharla
—mencioné, fijándome en la hora.

Ya casi era tiempo. Hoy comenzaba a tener verdadero sentido nuestra mudanza a la ciudad.

—Todo es culpa de Sophie, ella me engañó
—prosiguió Lisa con su indignación.

Sophie y Kenia salieron de la cocina, la segunda atándose el cabello y la primera saboreándose una porción de pizza.

—¡Sophie! Te dije que no te metieras con mi alacena —refunfuñó Charlie, cruzándose de brazos.

La mencionada sonrió con inocencia.

—Cariño, es hora de irnos —se inmiscuyó Albert, desligándola del regaño.

—Ella es así, le gusta engañar a sus amigas y comerse lo ajeno —aseveró de vuelta Lisa, evidenciando la gran molestia que le dejó la cita a ciegas.

Kenia y yo nos reímos. Sophie por el contrario, se mostró enfadada.

—Cállate, Lisa —la interrumpió, empujándola y haciéndola caer del mueble.

Lisa le enseñó el dedo medio,

—A veces no puedo creer que sean mejores amigas —comentó Albert, negando con la cabeza.

Siendo sincera, ni nosotras mismas lo creíamos a veces.

—Bueno, nosotros nos vamos —avisó Charlie, tomando su abrigo del perchero—. No se maten en nuestra ausencia y deja bien cerrado el apartamento, Lisa.

—Adiós, suerte en su día —respondió Kenia, lanzándoles besos. Yo moví la mano en el aire.

—¡Mundano, eres hombre muerto si llego tarde a la inducción por tu culpa! —y esa era Sophie en el teléfono, teniendo la discusión del día con Harry, su hermano mayor y nuestro conductor designado porque ninguna de las cuatro tenía auto propio.

—Seguramente se desveló toda la noche dándole amor a una de sus chicas —agregó mi mejor amiga, lanzando un suspiro.

—No creo que lleguemos a tiempo, ¡Debiste decirle a Saúl, Kenia! —se quejó Lisa, mostrándose irritada.

La castaña entornó los ojos.

La disputa que comenzaba a propiciarse en el apartamento, tenía su origen en que hoy comenzaba nuestra etapa como universitarias en la BCU —Burdoff Campus University—. Universidad en la que las cuatro habíamos sido aceptadas.

En vísperas de navidad, cuando nos llegó la carta de admisión no pudimos pensar en otra mejor forma de haber finalizado el año con broche de oro. Mi hermano, el de Sophie y Saúl, el novio de Kenia, estudiaban allí y nos darían asilo; y Lisa contó con hospedaje por parte de Albert y Charlie. Todo había sido perfectamente planeado.

—Meta del año: Comprar un auto —manifesté, poniéndome de pie y asomándome por la ventana.

No creía que Harry tardara mucho en llegar, sus padres, los señores Freeman, solían ser muy estrictos con todo lo referente a la universidad y él como hermano mayor debía darle el ejemplo a Sophie. Eso fue lo que se encargó de recalcarle su madre para la cena de acción de gracias del año pasado.

—Si no tienen ustedes que sus padres son magnates, menos lo tendré yo —recalcó la pelinegra, la cual se acomodó muy bien en el suelo.

—Son dueños de empresas de pueblo, Lisa. Tampoco es para tanto —contrarió Kenia.

El sonido del claxon de un auto se escuchó y comprobé desde mi lugar que era la camioneta de Harry.

—¡Llegó! —anuncié, tomando mis cosas con rapidez.

Ellas hicieron lo mismo.

Para suerte de todos, el apartamento de Albert y Charlie era céntrico, lo que nos facilitaba que el trayecto no se hiciera tan largo.

—Déjame adivinar, ¿Se te pegaron unas cobijas con senos protuberantes y piernas largas?
—cuestionó Sophie cuando Harry se bajó del vehículo, abriéndole la puerta del copiloto.

Ver a Harry era como ver a Sophie en versión masculina, solo que, en lugar del cabello rubio, lo tenía tinturado de tonalidad marrón oscuro.

—Me habría encantado ser hijo único —admitió el muchacho, haciendo una mueca de desagrado.

Lancé una risita.

—Dímelo a mí que tengo que soportar al querido Spencer —añadí mientras abría la puerta trasera. Eso causó aún más que él hiciera un mohín de fastidio.

Spencer, mi hermano mayor, tenía veintiún años y ambos cursaban quinto semestre de la carrera de leyes. Ninguno de los dos se soportaba. Según tenía entendido, Spencer se acostó con Charlotte, la última novia de Harry, y desde ese día el chico se había convertido en un completo picaflor.

Comprendía el motivo de la enemistad, pero, después de todo, Spencer nunca dejaría de ser mi familia.

Durante el recorrido me concentré en admirar las calles y los edificios, así como los autos y las personas que transitaban. Lisa siguió diciendo por el camino que su cita a ciegas había resultado un fetichista de lo peor y que Sophie debía retribuirle de alguna manera el desagrado que le había tocado soportar.

—Te prohíbo que vuelvas a hacer eso, Sophie, ¿Acaso quieres resultar encontrándote con algún depredador sexual? —advirtió Harry tras enterarse de todo lo ocurrido.

—Eso no pasará, Lisa es una exagerada
—comentó la rubia, restándole importancia.

—Claro, dile eso a los noticieros —me entrometí, haciendo alusión a los crímenes diarios en el país.

Harry detuvo el auto, haciéndonos inferir que ya habíamos llegado. Los primeros en bajar del vehículo fueron los hermanos, luego Kenia, por últimas Lisa y yo.

En el campus se podía percibir poco a poco la aglomeración de los alumnos, tanta afluencia debido a que era el primer día de clases y habían cientos de personas nuevas que, como nosotras, caminaban por doquier.

Se hallaban casetas de madera a lo largo del camino de césped que daba la entrada principal a la edificación universitaria, algunas con logos de fraternidades populares del país, y otras con afiches de motivación para que alumnos tanto nuevos como antiguos se inscribieran a los clubes de arte, teatrales, musicales, grupos de investigación, equipos deportivos y de debate.



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En el texto hay: mafia, romance, secretos

Editado: 03.12.2024

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