Era el segundo día de clases y esta vez Spencer cumplió con su tarea de hermano mayor trayéndome en su camioneta.
—Cuando finalices tus clases tendrás que irte con alguna de tus amigas. Tengo un compromiso y no podré llevarte —avisó, cuando descendimos del vehículo.
Ya decía yo que tanta amabilidad de su parte no podía ser cierta.
—Claro, el consentido de papá se moviliza en su propio transporte dónde y cuándo quiere, mientras yo tengo que sobrevivir de la caridad —refunfuñé, buscando con la mirada cualquier indicio de la presencia de alguna de mis amigas.
—¿Quién fue la que estrelló su auto nuevo aprendiendo a conducir? No es mi culpa que seas un peligro al volante.
Mis mejillas se sonrojaron ante el bochornoso recuerdo. Por supuesto que después de semejante caos papá no iba a malgastar dinero dándome un nuevo auto y más sabiendo que no contaba con gratos dones de conducción.
—No es mi culpa que mi maestro de conducción haya sido un completo pedante
—recriminé, refiriéndome a él.
—No era culpa del maestro que la alumna fuera cabeza hueca —contratacó él, dándome un coscorrón.
Me quejé, enseñándole el dedo medio. Tuve la intención de propinarle un puñetazo en la espalda, pero se escabulló antes de que pudiera hacerlo, burlándose de mí.
Continué con mi recorrido por el campus y mi mirada se estancó en una pequeña aglomeración. Como buena curiosa aquello no pasó desapercibido para mí, así que busqué la manera de descubrir qué era lo que tanto veían.
En una de las mesas de concreto habían dos muchachos jugando go.
Go era el juego favorito de mi padre y se destacaba por ser experto en el mismo. Además de él, nunca había visto a nadie más jugando con tanta destreza. Lo único que medio comprendía del juego era que se basaba en añadir piedras blancas y negras sobre el tablero, con el fin de conquistar territorios y esa “conquista” se hacía efectiva rodeando con piedras propias. Ganaba claramente el que mayor territorio conquistaba. Papá me lo intentó hacer entender muchas veces, sin embargo, siendo sincera, no se me daba. Ni siquiera a Spencer.
Conseguí acercarme más y ver los rostros de los dos jugadores. Mi rostro casi se desencaja al encontrarme con la mirada concentrada de él. El chico de eléctricos ojos azules. Nuestro héroe.
Sonreí por inercia y él hizo su último movimiento, el cual proporcionó su triunfo. Su mirada se elevó y empezó a celebrar con… ¿Harry?
—¡Parker! —Sophie me tomó por los hombros, haciendo que me sobresaltara—. ¿Estabas viendo la partida? ¡Calum es el mejor jugador de Go! A pesar de que saben que él siempre gana los demás siguen apostando su dinero en el juego. Se ha ganado grandes sumas gracias a eso.
—¿Él es Calum? —pregunté, esperando que continuara hablando de él.
Sophie y Lisa habían hablado de él en diferentes oportunidades. Las dos llegaron a la ciudad primero que Kenia y yo, por lo tanto, tenía entendido que habían salido juntos aprovechando el tiempo que quedaba antes de ingresar a clases.
—Sí, es él. Él es el famoso mejor amigo de Harry, ambos están en la misma carrera y semestre.
Kenia y Lisa fueron las próximas en acercarse a nosotras. Mi mirada se dirigió a donde estaban anteriormente Harry y él, pero ya se habían marchado. No terminaba de asimilar que lo que antes consideraba imposible, estuviera sucediendo. Lo había encontrado y podría agradecerle por su acto de generosidad hacia nosotros aquella noche.
—… Su cumpleaños es hoy y Harry quiere que le ayudemos con los preparativos —terminó de decir Sophie.
—¿Quién? —indagué, frunciendo el ceño.
—¿Andas en la luna o qué? —comentó Kenia, mirándome con sospecha.
Andaba en la luna fantaseando con Calum. Desde que lo vi en el restaurante su imagen se quedó grabada en mi memoria y me alegraba que no se tratara simplemente de una persona que por casualidad se cruzó en mi vida y se esfumó como la espuma.
—Bueno… lo que pasa es que ya lo había visto antes. A Calum —admití, logrando que la atención de las tres se posara absolutamente en mí—. El fue el chico que les dije que nos ayudó en el restaurante.
—¿Tu sexy salvador? —bromeó Sophie, levantando sus cejas.
—No dije que fuera sexy —repliqué, cuando para mis adentros sabía que no lo dije, pero sí lo pensé.
—Claro —canturreó Kenia, sin creerme.
—Calum es un espécimen masculino al que solo le falta un cabello para considerarlo perfecto —agregó Lisa, asintiendo con seguridad—. ¿No es así, Sophie?
La mencionada asintió. Si fue capaz de ayudarnos a los chicos y a mí sin siquiera conocernos, no dudaba de que así fuera.
—¿Entonces nos ayudarán con la fiesta sorpresa para Calum? —retomó Sophie, mirándonos a Kenia y a mí porque Lisa ya estaba más que dispuesta a participar.
—¡Por supuesto! Vamos a festejar la vida del adorable héroe de nuestra querida Parker —accedió Kenia, guiñando un ojo. Me reí, esta vez sin poner objeción alguna.
►►►
—Hola Parkie.
Le lancé una mirada asesina a la persona que osaba a llamarme por ese horrible seudónimo, quien evidentemente era mi hermano.
Luego del trajín vivido en la mañana y media tarde en la universidad, me encontraba en nuestro apartamento, saliendo de la ducha y dispuesta a buscar qué ropa usar para ir a casa de Sophie, ya que terminaríamos de organizar todo lo referente a la fiesta.
Mi hermano empezó a enrollar con sus manos su toalla de baño, amenazando golpearme con ésta.
—Ni se te ocurra, Kirkwood —advertí, entrecerrando mis ojos en su dirección y sosteniendo la toalla que cubría mi cuerpo.
—No puedo creer que en serio vayas a ir a organizarle la fiestecita a ese tipejo
—refunfuñó y ya presentía que se avecinaba una guerra campal.
Spencer no se llevaba bien ni con Harry ni con Calum. Bueno, con casi nadie en realidad. Mi hermano era un ser complicado.