Calum observó con desagrado su camisa blanca que ahora yacía adornada por esa mezcla dulce y perfumada de crema chantilly, con glaseado de chocolate y fresas. Todos los demás en la estancia comenzaron a cuchichear y la vergüenza era mi fiel compañera en ese instante.
Iba a tomar la palabra, cuando de repente, su mirada se elevó, conectando con la mía. Sus ojos azules eléctricos que contrastaban gloriosamente con su cabello negro, me dieron un arrasador golpe de realidad. Él nuevamente se topaba conmigo en medio de un incidente.
—¡Santa virgen de los pasteles! ¡Eres tú! —dije, con nerviosismo no solo por lo que acababa de acontecer, sino por el interés que había despertado en mí desde el primer día en que lo vi.
Él ladeó la cabeza, observándome con detenimiento, como si buscara identificar de dónde podría reconocer mi rostro.
—Bueno, tendremos que recurrir al plan B —anunció Harry, causando que los demás se concentraran en él.
Calum me señaló con la cabeza que lo siguiera.
No dudé ni un momento y juntos nos adentramos en la cocina, dejando que los demás siguieran en la estancia buscándole solución a la fiesta estropeada por mi torpeza.
—Lo siento, de verdad no era mi intención... pero es que yo, tú... Sophie... —mis palabras habían sido adueñadas por completo de la incoherencia, no podía articular frase alguna sin evitar que la voz se me cortara, y mis manos empezaron a sudar un poco debido a eso.
El silencio que se había formado entre nosotros, se vio interrumpido cuando el chico empezó a reír con fuerza, negando con la cabeza.
—Hubieras visto tu cara —mencionó el pelinegro luego de que su risa cesara. Mis cejas se arquearon, sorprendida, y exhalé ruidosamente para liberar la tensión que sentía.
—¿Qué? —pregunté desconcertada—. ¿No estás enojado? Esa camisa parece ser muy fina.
Y no solo estaba asumiendo que lo era, estaba segura de que sí, con solo ojearla podía inferir que se trataba de una camisa cara. Tenía similitud a las que solían usar mi papá y sus socios de la compañía de licor que le había heredado mi abuelo en Cyoville.
—Es realmente costosa, debería pasarte los datos de mi tienda para que me la repongas con una nueva.
El bolsillo me dolió cuando escuché su propuesta. No era una joven de recursos escasos, pero a pesar de que mi papá era propietario del monopolio de empresas licoreras en nuestro pueblo natal, siempre había tenido la convicción de que, si queríamos obtener algo, debíamos luchar por ello. Por lo cual, eso de pedir dinero y recibirlo tan solo con extender la mano, no era parte de mis derechos como hija.
Si me encontraba en la obligación de correr con gastos que no fueran estrictamente estudiantiles, tenía que trabajar para suplirlos. O en su caso, pedirle dinero al arrogante de Spencer, que me obligaría a realizar acciones humillantes para contribuir de cierto modo con su diversión y así sufragar, ya fuera en una minúscula parte, la deuda.
Última opción, descartada.
A pesar de aquello, no podía negarme a pagar la camisa si así él lo requería. Después de todo, yo fui la que la echó a perder.
—Emm... está bien, por ahora no tengo el suficiente dinero, pero si me das algunos días, puedo ver que...
Él puso su mano en mi boca, causando que me sobresaltara. Ahora estábamos muy cerca el uno del otro.
—Como que eres mala para captar la ironía, ¿no? —inquirió, brindándome una sonrisa burlona.
Empecé a balbucear rápidamente, esperando que esto surtiera efecto y él dejara de cubrir mis labios.
La verdad, no me disgustaba totalmente la posición en la que estábamos, porque siendo sincera, el chico estaba hecho un completo bombón. Desde este ángulo podía detallarlo casi que a la perfección. Sus pestañas largas y curvadas resaltaban más su mirada intensa, haciendo contraste con sus cejas negras y pobladas, tenía pecas espolvoreadas en la nariz y mejillas, y cuando las comisuras de sus labios se elevaban formando su radiante sonrisa, unos hoyuelos se hacían visibles en sus pómulos.
Si no estuviéramos conversando sobre su camisa arruinada por mí, quizás habría considerado el hecho de coquetearle sutilmente.
Aclaré mi garganta, y puse mis manos sobre la de él, dispuesta a retirarla de mis labios. Sentí un leve cosquilleo cuando su forma de mirarme cambió, pasando de algo divertido, a una fijeza penetrante.
—Oh cierto.
Chasqueó la lengua, captando por fin mi suplica, y dejando de cubrir mi boca.
Instintivamente pasé la palma de mi mano por mis labios, limpiándolos de su tacto.
—Entonces... —antes de que prosiguiera con mi enunciado, Lisa llegó a la estancia con rapidez, cerciorándose de que todo estuviera bien entre ambos.
Creo que notó lo nerviosa que me encontraba, porque sus palabras fueron bastante específicas. Más de lo que hubiese querido.
—Entonces ese residuo de pastel se quedará en la encimera. —Señaló el plato donde yacía el pastel arruinado, luego a Calum—. Tú dejarás de jugar con las pulsaciones cardíacas de mi amiga, tú Parker le ayudarás a limpiar su camisa, y le darás una de Harry para que se cambie. Mientras tanto iré de nuevo con los demás, para saber cómo va la ejecución del plan B.
No pude siquiera preguntar cuál era el dichoso plan B, porque Lisa tan pronto anunció las funciones que debía cumplir cada quién, desapareció de nuestro campo visual, esfumándose tan rápido como había llegado.
Calum se despojó de su camisa, dejando al descubierto su abdomen que no era menos perfecto que el resto de sus atributos físicos. Mi sentido de la visión reaccionó a ello, mis ojos no se podían despegar ni un segundo de él. Me sentí muy descarada por estar recorriendo su anatomía con la mirada.
—No tengo ni la mínima idea de cómo quitar manchas de pastel de ropa blanca —indicó, esbozando una sonrisa tímida.
—Quizás solo necesitemos un buen jabón. Yo me encargo. —Extendí mi mano en su dirección, esperando que me entregara la prenda. Al ser la responsable del desastre, yo me encargaría de lavarla.