—Pero mira quién viene allí, ¡Tu adorada hija! La que se jacta de que no bebe alcohol, pero se la pasó casi toda la primera semana de clases saliendo hasta el amanecer —comentó Spencer en un tono de vox lo suficientemente alto como para que tanto yo, como mamá al otro lado de la línea escuchara.
Estaban haciendo video llamada y yo me desplazaba con lentitud hacia la cocina, en pijama y somnolienta. Negué con la cabeza, lo señalé y luego llevé mi dedo al cuello, simulando que le cortaría la garganta.
—¡Es un chismoso, mamá! ¡Solo salí dos días! —me justifiqué, corriendo en dirección a él.
Iba a tomar la Tablet en donde sostenían la videollamada y Spencer atinó en manotearme, impidiendo que lo lograra.
—¡No toques! —aseveró, jalándome del cabello.
—Niños, dejen de pelear... —las palabras de mamá quedaron en el aire porque yo ya me encontraba estrujando a mi adorado hermano contra el sofá. La Tablet se cayó de sus manos—. ¡Spencer, Parker! Si no son capaces de convivir como dos buenos hermanos le diré a su padre que cancelé el alquiler del apartamento y los envío a casa de su tío Graham.
Solo escuchar el nombre del tío Graham me hizo sentir un escalofrío recorrerme el cuerpo. Y no solo a mí me pasaba, Spencer se aquietó apenas mamá dijo aquello. El tío Graham en realidad no era nuestro tío por lazos de sangre, pero sí nuestro padrino y mejor amigo de papá desde la infancia.
Graham Gosling era el hombre más estricto que podría existir sobre la faz de la tierra e inspiraba miedo solo con verte a los ojos un par de segundos. No por nada era un prestigioso General. El instituto militar sin duda endurecía a las personas. Sumado a eso, su esposa era una reconocida jueza, lo que significaba que vivir bajos sus normas era prácticamente como estar en una prisión.
Y yo no quería vivir en una prisión eh.
—Mamá, ¿Cómo se te ocurre que vamos a estar peleando? Parkie y yo nos adoramos —replicó Spencer, tomando de nuevo la Tablet y abrazándome de manera forzada.
Esbocé una sonrisa fingida, acariciando el hombro de mi hermano.
—Eso espero, jovencitos. Sobre todo tú, Spencer. Eres el mayor y confiamos en ti para que cuides a tu hermanita como es debido.
Me tuve que contener la risa que me provocó el resoplido que lanzó Spencer. En ciertas ocasiones servía ser la niña de la casa.
—¿Y dónde está papá? ¿Cómo ha estado todo en la casa y en la empresa? —desvié el rumbo de la conversación.
—Su padre está visitando a la abuela y todo ha ido bien. Las exportaciones aumentan cada vez más, de hecho, esta noche se hará la conferencia de ejecutivos de Cyoville. Sean ha sido elegido como ejecutivo del año —nos informó con una sonrisa de orgullo implantada en su rostro.
Era como el quinto año consecutivo en que papá obtenía ese título, no obstante, para ellos parecía como si fuera el primero.
—Wow, eso está genial —habló Spencer—. No me sorprende, pero felicidades.
Lo miré con hastío, golpeándole el hombro.
—¿Ves? —me señaló—. Ella es la que empieza.
Pestañeé con inocencia, originando que mi madre, la hermosa Janice Kirkwood, riera. Le lancé un beso a través de la pantalla.
—Te amo, madre.
—Eso, chantajéala con tus cursilerías —se inmiscuyó don fastidio, volcando los ojos.
—¿Qué dices, hijo? Sí, por supuesto que yo también te amo. —Spencer continuó con su expresión de gruñón—. Bueno, aparte de llamar para saber cómo estaban, quise enviarles algo que me encontré ayer en la mañana en el ático.
El timbre del departamento sonó, ladeé mi cabeza en dirección a la puerta.
—Ese debe ser mi paquete —avisó mamá, reluciente.
Spencer se levantó del sofá, tomando la labor de recibir el paquete. Firmó con rapidez el formulario que traía el mensajero y le agradeció.
Era una caja de tamaño mediano, que no dudamos en abrir con la mayor agilidad posible. En su interior estaba mi antigua cámara fotográfica, la cual me había heredado mamá. Empecé a husmear las fotografías y los vídeos que habían, en su mayoría de Spencer y yo de niños.
Spencer sonrió cuando en uno de los vídeos estaba ensayando conmigo para una de mis clases de ballet. Él daba giros descoordinados y brincos graciosos, casi al final de la grabación adoptó la postura de un gato empinado.
Rompimos en carcajadas, contagiándole la risa a nuestra madre. En ese instante, papá apareció a su lado, observándonos confuso.
—¿Qué les ocurre? —indagó nuestro progenitor, depositando un beso en la frente de mamá.
—Ya recibieron la cámara y estábamos recordando la etapa de Parker como bailarina y Spencer como su ayudante.
Una sensación de nostalgia me llenó por completo.
Estuve en una academia de baile por diez años. Desde muy pequeña mostré interés por el ballet y la danza urbana, y en mi familia apoyaron mi gusto artístico sin ningún inconveniente. Los problemas comenzaron cuando fallé en uno de los shows más importantes. Por razones que nunca comprendí, olvidé pasos de la coreografía, entorpeciendo los resultados de mi equipo. El profesor fue muy exigente, me hizo sentir culpable por tantos días que decidí retirarme, dejarlo.
Él me llevó a creer que el baile no era para mí. Tal vez tenía razón y por eso no fui obstinada en seguir sin importar las dificultades. Hoy en día, lo atesoraba como un buen recuerdo, aunque ya no fuera mi prioridad.
—Eran unos pequeños terremotos —dijo el señor Sean con felicidad—. Quisimos enviarles la cámara para que ahora que estén lejos, se sientan más unidos que nunca y recuerden los momentos bonitos que hemos vivido como familia. A pesar de estar separados, nuestros corazones nos conectan hoy y siempre, hijos.
Por primera vez después de mucho tiempo, vi a Spencer sonreír genuinamente. Le di un fugaz abrazo, agradeciéndole a mis padres por el regalo y dimos por finalizada la llamada.