Calum

D i e c i s é i s

Calum

Le di una última repasada al pequeño sobrecito, con la mente desbordada de pensamientos y la duda carcomiéndome. Todavía me parecía increíble aceptar que esta droga perteneciera a Mawi. Sabía que debía hablar primero con él, antes de seguir acusándolo, pero mi instinto me decía que mi idea no podía estar más cercana a la realidad.

Me hallaba en mi habitación, esperando que él llegara a casa. La sobriedad permitió que mi madre se percatara de que actuaba extraño, pero no quise darle detalles, simplemente fingí estar un poco enfermo. Afortunadamente papá no estaba porque sabía que engañarlo a él no era tan sencillo. Era tan perspicaz que para mentirle debías empezar por creerte la mentira tú mismo.

Escuché unos leves toques en la puerta y me levanté de manera perezosa. Al abrir me encontré con la mirada cálida de mamá, quien sostenía una bandeja de charol, con un vaso de agua y unas pastillas. Era encantador ver a Yvonne en su faceta de madre y esposa dedicada. Lastimosamente, no era algo de lo que pudiera deleitarme todo el tiempo.

—Te traje una pastilla para el dolor de cabeza —me avisó, esperando que tomara la capsula.

—Gracias, mamá. Comeré algo primero y luego la tomo —dije, intentando distraerla—. ¿Mawi ya llegó?

—Sí, está en su habitación.

Tomé la bandeja y le di un beso en la frente.

—Entonces iré a la cocina. De nuevo gracias, mamá —hablé, alejándome con paso presuroso hacia la primera planta.

Al dejar la bandeja sobre la encimera, me serví un poco de jugo de naranja, tratando de calmar los nervios. "Sé directo, pero no agresivo", me repetía. Cuando subí de nuevo, oí ruidos familiares provenientes de la habitación de Mawi: los sonidos de su videojuego, seguidos de un grito de frustración.

—¡Maldito juego! —exclamó, lanzando el control sobre la cama.

Toqué ligeramente la puerta antes de empujarla.

—¿Puedo pasar?

—Claro —respondió, encogiéndose de hombros—. ¿Acaso vienes por más consejos?

—Sabes que si necesitara un consejo con la última persona a la que acudiría eres tú
—mencioné con obviedad.

Me senté en el borde de su cama, notando el desorden habitual: ropa tirada por doquier, una caja de pizza vacía sobre la alfombra y una lata de refresco sobre la mesa de noche.

—Eso no parecía esta tarde que estabas hablándome sobre tu chica —se jactó, lanzándome un cojín.

—Te hablé de ella porque tú mismo lo preguntaste.

—Patrañas —bufó, haciéndose el indignado.

Ambos nos quedamos en silencio por un momento que se sintió eterno.

—Y bueno, ¿Qué quieres? Tu cara me dice que no estás aquí solamente porque sí —preguntó, cortando con el mutismo.

—¿Quién te llamó esta tarde? —consulté, conservando un timbre de voz calmado, que le permitiera sentirse en confianza para hablarme.

—Un amigo del instituto, teníamos que estudiar para un examen —respondió con simpleza; no obstante, la sensación de que me seguía mintiendo no se apartaba de mí.

—Claro —musité, empuñando mis manos repetidas veces—. Sucedió algo bastante curioso cuando te fuiste.

Sus ojos se posaron con atención sobre mí, mostrándose interesado por lo que estaba contando.

—¿Qué sucedió?

—Me encontré esto. —Me metí la mano al bolsillo, entregándole el sobrecito.

Me asombró la calma que mantuvo al verlo, no demostró nerviosismo en absoluto, solo un desgano que me causó molestia.

—Tiene la M de tu nombre —proseguí, esclareciendo el sentido por el que estábamos llevando a cabo esta conversación.

Mawi arqueó una ceja y lanzó una risa sarcástica.

—Sabías que existen miles y miles de personas que tienen un nombre que empieza por M, ¿no?

—Sí, pero de esos miles que mencionas solo te conozco a ti.

—Y a Marc —recordó, como si hubiera ganado algún punto.

—Marc no tiene nada que ver con el club.

Él chasqueo la lengua y tronó los dedos.

—Cierto —me señaló, mostrándose pensativo.

—Dime la verdad, Mawi. ¿Esa droga es tuya?
—mi pregunta generó un absoluto silencio. Mi hermano se mostró serio, pero seguía sin poder identificar inquietud en sus gestos.

—Si así lo fuera creo que no es algo que te competa —contestó, entrelazando sus manos y mirándome fijamente—. Que seamos hermanos no significa que no haya espacio para secretos entre nosotros. Cada quien tiene su vida.

Negué con la cabeza, sin evitar que uno sonrisa de incredulidad se me escapara.

—Debes estar bromeando —pronuncié, poniéndome de pie—. ¿Solo eso dirás?

Lo observé con severidad, imponiendo mi rol de hermano mayor. Sin embargo, Mawi siempre había sido el rebelde, el que actuaba siguiendo sus impulsos y sin importarle lo que los demás dijeran. Era prácticamente un caso perdido.

—Es lo único que puedo decirte. Hay cosas que es mejor que no sepas, Calum.

—Si papá se enterara… ¿Recuerdas todo lo que hemos tenido que lidiar con la adicción de mamá?

—Por Dios Calum, no me hagas decir cosas que no quieres escuchar…

No podía comprender a qué se refería con esas frases rebuscadas. ¿Qué se suponía que sabía él y que yo no? ¿Cuáles eran esas cosas que por mi bien tendría que seguir ignorando?

—Dilo, ilústrame porque no entiendo cómo un joven de diecisiete años, con una vida por delante, hijo de uno de los hombres más ricos de este país y con el talento vocal que tú tienes, decide arruinar su vida metiéndose en el corrosivo mundo de las drogas.

Él se quedó en silencio y su mirada se refugió en uno de los cuadros de su pared. Una pintura de maui el semidiós de la mitología polinesia por el cual llevaba dicho apodo. Tenía entendido que esa pintura la había realizado su madre cuando era un pequeño niño y que ella siempre le contaba la leyenda de aquel héroe carismático y sus hazañas.

—¿No es suficiente todo lo que nuestro padre ha hecho para darnos un buen futuro?
—continué reclamando y esta vez conseguí que sus emociones fueran reflejadas.



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En el texto hay: mafia, romance, secretos

Editado: 03.12.2024

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