Calum
Estacioné el auto en la entrada de la casa de Julianne y a la primera persona que vi fue a su madre. Parecía nerviosa, como si buscara descifrar mis emociones y descubrir si me había enterado de las malas nuevas.
—Hola, Calum, ¿Cómo estás? —preguntó apenas me bajé del vehículo, con una sonrisa tan falsa como mi relación con su hija.
—Bien, señora Frederick —mentí, poniendo ante todo la cordialidad. Sabía que como madre era un asco y que su esposo era aun peor, pero ellos no eran conscientes de que yo lo sabía, así que mi desagrado por su familia debía mantenerse bajo reserva—. ¿Se encuentra Juli?
Ella guardó silencio por un corto lapso de tiempo y su sonrisa seguía allí, sin esfumarse.
—Claro, pasa —me indicó, escoltándome hasta el interior de la casa—. Iré a pedir que les suban algo de comer a la habitación.
Simplemente asentí, desplazándome hasta la planta superior mientras ella se dirigía a la cocina.
La habitación de Julianne se hallaba al final del pasillo izquierdo, y de camino hacia su puerta los floreros esparcidos en las mesitas del corredor eran mi única compañía. No tuve que tocar porque la habitación estaba abierta. El cabello rubio de Julianne se encontraba atado en una coleta, despeinado como no era lo acostumbrado, sus ojos estaban rojos y tenía la colcha llena de pañuelos usados, junto a una caja de los mismos.
—¡Calum! —chilló al verme, en medio de la limpieza estruendosa de su nariz—. ¡Todo es un desastre! ¡Odio mi vida!
Hice una mueca de molestia, sin embargo, más que enojo sentía pena por ella. Recuerdos de nuestra niñez se colaron por mi mente, imágenes donde una pequeña rubia llorona venía corriendo hacia mí, pidiéndome que la ayudara con la tarea o que la salvara de los castigos de su madre. Siempre fuimos buenos amigos y siempre estuve para ayudarla en los momentos difíciles. Pensándolo de una manera más detallada, la acostumbré a ser la persona que le solucionaba la vida, cuando ella misma era la encargada de hacerlo. No permití que Julianne afrontara las consecuencias de sus acciones, incluso cuando dejó de ser esa niña quejambrosa y se convirtió en una joven caprichosa. Aun cuando ayudarla significaba mi perjuicio.
Ella se aferró a mi cuerpo, envolviéndome en un abrazo de consuelo. No sabía si pretendía confortarme o que yo la confortara. Lo más predecible sería que se tratara de la segunda opción.
—Te convertiste en la noticia del día, Julianne —mencioné, apartándola de mi lado—. Y a mí en la burla de todos, te felicito.
Se cubrió el rostro con las manos, siguiendo con su papel de la chica que se hundía en su miseria. Ella se dejó caer sobre la cama y yo me senté en el mueble que hacía juego con su tocador.
—Perdóname, no pensé que esto fuera a suceder —se lamentó, todavía con su rostro cubierto.
—Sí, claramente no usaste el cerebro —repliqué, entornando los ojos.
Julianne se incorporó en su lugar, en un impulso repentinamente vigoroso.
—Pero yo averiguaré quién se encargó de hacer esto, nadie sabía que yo estaría en ese lugar y si llegaron paparazis fue porque alguien se los contó —me señaló, asintiendo de manera insistente.
—Claro, nadie sabía… solo tú y Lukas —dije, haciendo referencia a lo evidente.
Si ninguna persona tenía conocimiento de que ella estaría allí, su acompañante era Lukas, y de los dos Julianne era la menos interesada en ser expuesta, solo nos quedaba un posible autor intelectual.
—¡No! Lukas sería incapaz de hacerme eso, olvídalo. —Negó con la cabeza, frustrada y poniéndose de pie como si el solo hecho de escucharme fuera un insulto—. Tal vez ellos no recibieron información de alguien y simplemente llegaron allí por coincidencia.
—Por favor, Julianne, eso ni tú misma te lo crees —le reproché con la mirada, esperando que al menos dejara de fingir que no veía lo evidente.
—Conozco a Lukas y sé que él sería incapaz de hacer algo así —siguió incrédula hacia mi suposición, demostrándome que la confianza que tenía depositada en ese tipo era más grande de lo que me esperaba—. Él me ama.
—Jul…
—Él fue el primer chico que pudo enamorarse de mí por lo que soy —concluyó con amargura, y de inmediato sentí el peso de su mirada clavándose en mí como una acusación silenciosa.
No entendía a qué podía deberse porque desde el comienzo Julianne era consciente acerca del afecto que sentía por ella y que se limitaba únicamente al plano fraternal.
—¿Por qué siento un tono sospechoso en lo que estás diciendo, Julianne?
—Porque si tú te hubieras fijado en mí nada de esto estaría pasando —espetó sin rodeos, reafirmándome que, a pesar de que pasaban los años, Julianne seguía sin hacerse responsable de sus errores.
Respiré hondo, obligándome a mantener la calma.
—¿Perdón? No creo que deba recordarte que si montamos toda esta farsa de nuestro noviazgo fue para evitar que tus padres te obligaran a casarte con un hombre mucho mayor que tú y que no amabas —pronuncié con hastío, sintiéndome molesto por su actitud de mártir.
—¿Y crees que para mí fue fácil besarte durante meses y no sentir nada? —su grito irrumpió en la habitación, rompiendo cualquier intento de mantener la conversación bajo control. Entonces, de golpe, se dejó caer sobre la cama y se cubrió el rostro con las manos. Su pregunta me silenció. ¿Julianne se había interesado en mí? Verdaderamente no podía creerlo—. Sí, sé lo que estás pensando y la respuesta es sí, empecé a sentir cosas por ti, Calum.
Me levanté de mi lugar y me senté junto a ella, aunque manteniendo cierta distancia.
—Julianne… —dije su nombre con cautela, sin saber exactamente qué pretendía al confesarme eso ahora—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Te conozco desde que éramos niños, Calum, no planee que eso ocurriera —su voz se quebró—. Pero dime, ¿cómo confesarle amor a alguien que parece tener el corazón de hierro? Jamás te has enamorado.