{Finales de Octubre}
—¿Segura que no puedes faltar? Va a estar tremenda la fiesta — rogaba Ericka poniéndose el resto de los accesorios para el traje pues sería una fiesta de disfraces.
—No. Hoy termino tarde. Y no puedo decirle a Damaris a última hora que no puedo llegar.
—Dile que te enfermaste.
—No me creerá. Me vio en la mañana en la cafetería.
—Diablos — protestó haciendo una mueca.
—¿Y segura que es del trabajo esa fiesta? Parece que vas a un club o discoteca.
—Ah sí. Es que la cena será en un restaurante. Nos llevarán a Tram-Tram. ¿Te lo imaginas? Y luego nos iremos a la fiesta. Quería que vinieras conmigo — añadió al final con un puchero buscando hacer sentir mal a su amiga.
—Ve tú. Disfruta de tu "cena empresarial" — se burló haciendo las comillas con sus dedos.
—Ya te dije que es verdad — protestó empujándola.
—Yo ya me voy. No bebas mucha champagne y no olvides la llave.
—¡Lo prometo! — gritó camino al baño con su copia en la mano agitándola en el aire provocando el tintineo metálico.
—¡Y no me despiertes si vuelves de madrugada!
—¡No! — prometió desde lejos.
Esa noche fue bastante ocupada. Entraba y salía con los pedidos en su bicicleta a toda velocidad rompiendo el aire frío. El pronóstico decía que la temperatura descendería notoriamente esa noche. Podía percibirlo en lo fría que estaba la punta de su nariz.
Ya solo quedaba menos de una hora para salir del trabajo. Una entrega más y a lavar platos y luego al cálido cobijo de sus colchas calientitas en casa. De pronto su teléfono sonó. El número en la pantalla era desconocido. Imaginando que podría tratarse de algún cliente o de algún otro empleo, contestó a pesar de ser casi las doce de la noche.
—¿Diga?
—Yaneth. Gracias al cielo contestaste — decía una desesperada Ericka desde el otro lado de la línea.
—¿Ericka? ¿Y éste número? ¿Qué pasó con tu teléfono?
—Me lo han quitado. Estoy en la estación de policía. En la del centro. ¿Puedes venir por mí? Por favor. Por favor. Por favor — rogaba con desesperación.
—¿En la policía? Pero qué pasó. ¿Estás bien? ¿Te asaltaron? ¿Que no estabas en la fiesta del trabajo?
—Sí pero todo se complicó. Ni siquiera sé bien qué pasó. De repente llegó la policía y dijo que se llevaba a todos. Y ahora no me dejan ir. Por favor. Tienes que venir y decirles que yo no hice nada. Por favor. Por favor.
—Okey. Okey. Okey. Pero yo todavía no he terminado. Y tendré que tomar taxi. Es muy tarde y ya no hay buses hacia el centro.
—Está bien. Yo estaré aquí — dijo echándose a llorar.
—Pero, ¿estás bien? Digo, ¿no te pasó nada malo?
—No. Estoy bien — decía entre lágrimas —. Sí. Sí. Ya voy. Oye. Ya quieren que cuelge. Por favor no te olvides de mí — rogó.
—No. No. Llevaré algo de dinero por si hay que pagar algo. Ve conquistando a los guardias mientras llego — sugirió en son de broma para tratar de calmarla pero Ericka se puso a llorar con desconsuelo —. Ay. Ya. No te preocupes. Ya llegaré.
Corrió a casa y luego de darle vuelta al tarro con la viñeta: "Emergencias" salió a toda velocidad en el taxi que llamó.
La estación estaba llena. Luego de esperar su turno para hablar con la mujer de recepción y pedir indicaciones de dónde buscar a la pobre de Ericka y perderse al menos veinte veces en el edificio de cuatro pisos, logró dar con quién debía chocando con un enorme policía que salió de la nada.
—Perdón. Perdón. Busco a los que trajeron de la fiesta. Me dijeron que estaba en este piso pero…
—Por allá. El de recepción le dará información— contestó de forma automática señalando el escritorio custodiado por otro de azul.
Corrió hasta el oficial preguntando por Ericka esperando que no fuera muy tarde.
—¿Cómo dijo que se llama su amiga?
—Ericka. Ericka Batres. La trajeron temprano y…
—No. No hay nadie aquí con ese nombre. Vaya abajo y pregunte en recepción — decía hablando como si fuera una máquina con un mensaje programado. Sin pausas, sin sentimientos y sin mirarla a la cara.
—No. Escúcheme — intervino golpeando el mueble —. Ya fui tres veces a preguntar y esa señora me dijo que estaba aquí y tengo más de una hora dando vueltas como estúpida en este edificio y todo lo que quiero es ver a mi amiga.
El hombre torció el gesto por tener que dejar a un lado la taza de café y la mitad de su cena.
—¿Todo está bien señorita? — preguntó una voz masculina a su lado.
—No oficial. Necesito encontrar a mi amiga y nadie me dice dónde está.
—De acuerdo. Venga conmigo — dijo extendiendo un brazo y haciéndole una señal al colega del escritorio para que se relajara. El pobre asintió y volvió a su improvisada cena sin inmutarse en lo acabado de ocurrir.
—Se llama Ericka. Ericka Batres. La trajeron de una fiesta. Creo.
—¿Sabe por qué la trajeron? — preguntó el hombre con las manos en la cintura en esa postura tan de policía.
—No. No lo sé. Tal vez estaba borracha e hizo un escándalo. No lo sé. ¿Entiende? Solo se que estaban en el restaurante y luego irían a una fiesta del trabajo y usaba un vestido de tigre o pantera. Qué sé yo. Antes de salir de casa.
—M. Ya. Sí. Son los de la quinta — dijo caminando hacia el frente y dejándola atrás.
—Y eso qué significa — quiso saber siguiéndolo—. ¡Oiga! Le estoy hablando.
—Max. Me pasas la lista de los que trajo la unidad cinco.
El tal Max asintió. Le dió un mordisco a lo que parecía ser una torta mexicana con mucho aguacate y le pasó los papeles sin dejar de ver la pequeña televisión. Aunque luego contestó una llamada.