Calzones Rotos

Parte Ocho: Calzones Rotos.

{Noviembre}


 

A pesar de la promesa del oficial, Yaneth aún no lo había visto. De manera que su esperanza se reducía cada vez más. 



 

—Yaneth. Tenemos este pedido. Es algo lejos así que mejor toma taxi. Además que es un pedido  grande. 

—Eso veo — comentó ayudando a abrir más portavasos de cartón y rotulando las bebidas calientes. 

—Son cinco Lates. Cuatro capuchinos. Dos expresos. Dos macchiato. Seis americano y tres Moccas. Aquí están los postres. Diablos. Tendremos que conseguir mejor transporte para esto amor — dijo dirigiéndose al dueño, quien era su esposo. 

—Por ahora que se vaya en taxi. Ten mucho cuidado Yaneth. 

—Sí señor — contestó ante el tono formal de su jefe. 

—Aquí está la dirección. Dijeron que preguntes por Miguel Antonini — dijo leyendo con dificultad el apellido escrito con la letra de su marido —¿Antonini? ¿Es así amor? 




 

Él estaba ocupado en una llamada y le hizo señas de que era correcto. 




 

—Antonini — repitió Yaneth. 

—Sí. Parece que ya tenemos clientes extranjeros — dijo haciendo una mueca de incredulidad—. Ay. Ya vino el taxi. Vamos. Te ayudaré a subir todo. Metamos estos en las cajas. 




 

Le dió las indicaciones al taxista, que al parecer era amigo suyo, de esperarla para volver. 


 

Para su sorpresa, el pedido era de la estación policial del centro. La misma dónde Ericka estuvo detenida. 


 

***


 

—Tengo antojo — anunció O'Brien. Todos los compañeros hicieron un sonido de vítores —. Quiero decir que tengo hambre. No que estoy embarazada — explicó gruñona como siempre. 



 

Todos se rieron por la aclaración y le lanzaron bromas sobre cuál de todos los del precinto sería el padre. 



 

—Y de qué tienes antojo — quiso saber Miguel. 

—No lo sé. De un postre bueno. Algo rico y un buen café. 

—Aquí estoy yo. Sólo falta el café — anunció un compañero ganándose un empujón por parte de Robin. 

—Conozco un lugar donde venden buen café y hay postres. 

—¿De verdad? ¿Dónde? 

—Está en el centro. Matt y yo compramos café el otro día ahí. 

—A ver. Dame el número. 




 

El resto comenzó a decir que de ser bueno aquel lugar, también querían probar. Al final, el pedido se hizo enorme. 



 

—Y tú, ¿quieres algo? 

—Un capuccino. 

—Anotado — cantó alegre la oficial O'Brien. 



 

Miguel sonrió mirando el calendario. Era Jueves. No era muy posible que ella hiciera aquella entrega pero, no perdía nada con probar. 



 

***



 

—Busco a Miguel… ¿Antonini? 

—Tercera planta. Junto a: Registro. 



 

Sabía dónde era eso. Tomó el elevador haciendo malabares con todas las cajas esperando que no se derramaran los cafés o los clientes se podrían enfadar. Cuando llegó al piso, las puertas se le cerraron por tardar y tuvo que esperar a llegar al sótano para volver a subir. Estaba lista para poner un pie fuera cuando la caja de los postres  que colgaba de su hombro estaba por deslizarse. Pero de sujetar la correa, se vería en el riesgo de tirar los cafés. Sin mencionar que el elevador estaba por cerrarse y que aplastaría todo con ella en medio. Pero antes de que fuera tarde, unas manos aparecieron y detuvieron las puertas. 




 

—¿Necesita ayuda? — dijo tomándole la gran caja que traía al frente con los vasitos cuyo contenido se movía en el interior. Podía escucharse el líquido chocando. 

—Ay. Muchas gracias. Son muchos y…



 

El buen samaritano le sonrió cuando ella le miró. 



 

—Hola. 

—Hola — contestó maravillada por poder verlo. 

—¿Ibas hacia allá? 

—Ah sí — dijo despertando del sueño —. Se supone que debo buscar a un tal Miguel Antonini o algo así. ¿Sabes quien es? 

—Creo que sí. Es por aquí — le indicó con una sonrisa extraña en los labios.

—Espero el Sargento me de propina por venir tan lejos y con tantos pedidos. A quién se le ocurre pedir todo esto  — decía mientras se tambaleaba un poco. A pesar de los protectores de vasos, la caja estaba caliente y el calor ya le escocía las manos. 

—Aquí es — anunció él entrando primero.



 

Todos parecieron alegrarse cuando los vieron entrar. Yaneth se sacó la chaqueta debido al calor por el ajetreo y  comenzaron a repartir los vasos hasta que quedó un Capuccino. 




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