Calzones Rotos

Parte Nueve: Casas de muñecas.

El nuevo trabajo no estaba mal. Buena paga, generosas propinas y buen ambiente. Y todo sin tener que quitarte la ropa o propasarte con los clientes. La única desventaja era que los turnos acaban a altas horas de la madrugada y el día se le iba más en dormir que en algo más. Pronto comenzó a sentir el cansancio luego de un par de semanas de aquel ajetreado ambiente de fiestas interminables. Parecía que los ricos vivían así, fiesta tras fiesta. Trago tras trago. 

 

 

Por lo menos el dinero fluía y ahora que su padre no podía trabajar confinado en casa por la pierna rota y su madre se encontraba delicada de salud debido a la impresión por el accidente de su padre, podría apoyarlos pues su hermana decía tener que invertir lo que ganaba en sus propios estudios. Y su hermana, bueno, ella estaba y no estaba al mismo tiempo. Viviendo a dos casas de la de sus padres con sus cuatro hijos y su marido fantasma que seguía en el extranjero y que, aunque le enviaba dinero, decía nunca alcanzarle para ayudar a sus padres y alegar que todo se le iba en sus hijos. 

 

 

A veces, como hoy, en que el club estaba un tanto vacío, sentía que, aunque ya no vivía ahí, tenía los mismos problemas, las mismas preocupaciones, la misma presión por la escasez económica. Recogió los vasos de la mesa y los llevó atrás cuando alcanzó a ver a Tony quien se dirigía hacia una pequeña oficina ubicada al fondo del pasillo donde la anunciaba un rótulo de: Solo personal autorizado. Los otros tres hombres que le siguieron no se parecían a ninguno de sus clientes. Más bien tenían pinta de ser usureros, ladrones o por lo menos ese tipo de hombres a quienes evitas en las calles por temor a ver lo que no debías o que te ocurra algo por su causa. Decidió evitar mirar y seguir con lo suyo pero no pasó mucho para que Ericka viera que se repetía aquel suceso pero con diferentes personas. 

 

 

 

 

—¿Quienes eran esos? — preguntó cuando Tony subió a la camioneta luego de pedirle que le aguardara ahí cuando dos hombres los esperaban fuera del club en la madrugada. 

—Unos amigos — contestó encendiendo el auto y mirando por el retrovisor para salir del estacionamiento. 

—Y qué querían — inquirió en tono serio. 

—Solo son amigos, princesa. Nada de qué preocuparse — le dijo acariciando su mentón —. Oye. Te tengo una sorpresa. 

 

 

 

 

Sacó del bolsillo de su chaqueta de cuero un rollo de billetes. 

 

 

 

 

—Dile a tu padre que espero que se mejore — agregó tendiendole el dinero. Ericka dudó en cogerlo esta vez pues ahora había visto de dónde venía ese dinero cuando Tony chocaba las palmas con aquellos tipos y parecían intercambiar objetos discretamente entre sus abrazos y despedidas —. Anda. Tómalo. Tu mamá lo va a agradecer. 

 

 

 

 

Lo aceptó aún no muy convencida y lo metió en la cartera. El paquete se fue hasta el fondo y chocó con el resto del dinero. Siempre le pagaban en efectivo. 

 

 

 

 

—¿Qué tienes? ¿Te sientes mal? 

—Solo estoy cansada — dijo mirando por la ventana sin dejar de pensar lo peor sobre Tony y sus "amigos". 

—¿Siempre quieres que vaya contigo mañana a ver a tus padres? Bueno, hoy, más tarde. 

—Sí. ¿Por qué? — preguntó extrañada. 

—Nada. Es solo que tengo que hacer algo antes. No tardaré mucho pero, te veré ahí. ¿De acuerdo? 

—Sí — contestó volviendo a su tono aburrido. 

 

 

 

 

Sintió como Tony le cogía la mano y le besaba los nudillos sin dejar de conducir. 

 

 

 

 

—Todo va a estar bien — prometió. 

—No me gustan tus amigos — dijo, pero sin apartar la mano de la suya. 

—Te prometí que sería cuidadoso. Y eso hago. Y que esto es por nosotros. ¿Recuerdas? Cuando sea suficiente me retiraré. 

—Y eso cuándo será Tony. ¿Cuando vuelvan a arrestarte? — soltó ahora enfadada. 

 

 

 

 

Tony estacionó repentinamente a un lado de la carretera. Se soltó el cinturón y giró su cuerpo hacia ella. 

 

 

 

 

—Oye. ¿Qué ocurre? Creí que estabas de acuerdo. Además, tú no estás involucrada. No hay nada de qué preocuparse — decía acariciando su hombro.

—Me preocupo por tí — admitió con tristeza. 

 

 

 

 

Tony sonrió y se acercó para alcanzar sus labios. 

 

 

 

 

—Estaremos bien — dijo acariciando su rostro. Se quedó un momento en silencio y luego volvió a hablar más animado —. Quiero enseñarte algo. 

—¿Qué cosa? — preguntó con recelo. Aún no se sentía muy tranquila. 

 

 

 

 

Tony sonrió animado. 

 

 

 

Se incorporó rápidamente a la carretera principal pero luego se desvió hacia un paso desnivel que llevaba al Este de la ciudad. Aquella zona era desconocida para ella. Las calles eran más amplias y las marcas de los autos eran conocidas y costosas. Siguieron aquella línea de autos luego de pasar por largos tramos donde no había más que muros iluminados con farolas y algunos grandes portones con nombres de las residenciales. 

 

 

 

 

—¿Qué hacemos aquí? — preguntó al notar que cada vez se alejaban más de las zonas conocidas. 

 

 

 

De pronto retornaron a través de un redondel donde se erigía un enorme árbol. Salieron frente a un centro comercial pequeño dónde todo el suelo era adoquinado en lugar de ser pavimentado. 

 

 

 

 

—¿Te gusta? — preguntó él tamborileando los dedos en el volante al ritmo de la música de la radio. 

—No había estado por aquí — dijo sin dejar de observar lo diferente que era ese nuevo vecindario. 




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