Calzones Rotos

Parte Diez: La Familia.

—Lamento haber arruinado el día — se disculpó Miguel cuando ya estaban llegando a los límites de la ciudad. El viaje en autobús les había tomado casi una hora. Aún faltaban otros cuarenta minutos por lo menos. 

—No lo hiciste. Además, estoy acostumbrada a los dramas y emergencias familiares así que… no te sientas mal — dijo recordando algunas de las ocasiones. 

—¿Los hay seguido en la tuya? — quiso saber mirándola. Aún seguían tomados de la mano. Miguel se había rehusado a soltarla y Yaneth parecía más que cómoda con aquello. 

—Algo así. A veces siento que yo era la que les debía resolver todos los problemas. Bueno, creo que aún. Pero ya no tanto como antes — habló con el ceño fruncido confundida por sus mismas palabras. 

—Te entiendo — dijo. Acarició con su pulgar el dorso de la mano de Yaneth quien ponía atención a su rostro —. Por eso creo que es sano estar un tanto separado de la familia. Te preocupas demasiado cuando estás cerca. 

—Sí — admitió con tono bajo. 

—¿También huiste de casa? 

—No. ¿Y tú? — preguntó extrañada por la confesión en su interrogante. Pero Miguel sonrió. 

—Más o menos. Primero avisé que me escaparía y luego le dije a mis tíos que me iría a vivir con ellos — contestó mirando sus manos unidas y con una sonrisa. 

—Creo que eso no cuenta como escape. 




 

Aquello lo hizo reír. Parecía que lo peor ya había pasado. 



 

—Yo dejé una nota de rescate — soltó Yaneth. 

—¿Te llevaste al perro? 

—No. Solo la licuadora. Mi mamá ya no la usaba pero sabía que era su electrodoméstico favorito y que pondría el grito en el cielo cuando no la encontrara. 



 

Miguel soltó una carcajada. 



 

—Sí. A veces la familia es complicada — meditó de nuevo apoyando la cabeza en su asiento sin dejar de dibujar las líneas en el dorso de la mano de Yaneth —. ¿Y? ¿Tomarás el curso de administración de empresas? 

—Sí — respondió de golpe cuando Miguel la miró sorprendiendola observandolo —. Es bastante económico y mis jefes dicen que pueden acomodar mi horario para que pueda estudiar y trabajar así que, creo que sí. 

—Me alegro. Siempre es bueno tomar las oportunidades para progresar en la vida — dijo en un tono de sabiduría ahora mirando al frente. 



 

Se preguntó si eso fue lo que lo hizo tomar la decisión de marcharse de su casa. Una oportunidad para progresar. 



 

*** En el hospital. 



 

—Gracias por llamarme Morales. 

—Ya sabes. 

—¿Y? ¿Qué pasó esta vez? 

—Posesión de drogas. Estaba en la celda cuando se desmayó. Tuvieron que hacerle un lavado de estómago. 

—A este paso me sorprende que tenga estómago todavía — dijo con decepción —. Voy a entrar a verlo. 

—Sí, pasa. Yo me quedo aquí. 



 

Asintió y respiró hondo antes de enfrentarse al mismo decepcionante lugar donde venían a converger los líos de su hermano. Si no era el hospital era una celda. 



 

—¿Cómo estás? — preguntó al verlo despierto. 

—Mejor — dijo con esfuerzo. Tenía la voz ronca. Le acercó un poco de agua con lo que se quejó de dolor —. Diablos. Esta vez me dolió más. 

—Y la próxima podría ser peor — dijo con dureza. 

—Oye no empieces. Casi muero y tú apareces aquí solo para regañarme — se quejó haciendo sus típicos ademanes exagerados a pesar de seguir conectado a la bolsa de suero. 

—Entonces cuando vas a aprender. ¿Quieres acabar como el sujeto que fue nuestro padre? 

—No hables de él así. Sólo porque tú te fuiste y ahora eres policía te crees mejor que nosotros. 

—Murió de cirrosis. Lo encontraron tres días después de que murió. Ahogado en una zanja con su propio vómito — le recordó con dureza. 

—Tú no viviste lo que yo — se defendió. 

—No. Me fui antes de ver la desgracia que sabía que venía. Y ahora tú vas por el mismo camino — pero el enfermo no habló —. ¿Es que no quieres nada más? ¿Algo mejor? 

—No todos somos perfectos como tú don Robocop. 

—Deja esa basura entonces. 

—Sí. Sí. Ya te he dicho que eso no es problema. Lo dejo cuando quiera. 

—Y por qué no lo has dejado aún.

—Porque no quiero, maldición — espetó alzando la voz. 




 

Miguel negó con la cabeza exasperado. Siempre era lo mismo. Excusas y excusas. Un círculo sin fin. 



 

—Morales te llevará a la comisaría cuando te den de alta — dijo ya dándose la vuelta. 

—Oye — le llamó—. Te ves bien. ¿Saliste? — Miguel frunció el ceño sin entender —. Siempre estás uniformado y es raro verte de civil. 




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