*Diciembre
Era extraño no tener a Ericka en casa. Ahora la soledad se percibía enorme. Estar sola siempre había significado estar al menos en compañía de su mejor amiga. Pero ahora, con las cosas rotas o por lo menos algo chuecas, como cuando tratas de realizar una costura en línea recta con una máquina de coser. No. No. No. Eso era de por sí demasiado complicado. No. Aquello era más bien como cuando quieres escribir en línea recta sobre una hoja blanca de papel. Inicias bien, incluso puede que la primera línea esté bastante derecha. Casi perfecta. Pero la siguiente, comienza a declinar hacia algún lugar y así, sin darte cuenta y a medida que la escritura avanza, las letras están inclinadas hacia la dirección incorrecta. Así estaban las cosas con Ericka, inclinadas.
El peor temor era saber que ahora ella también estaba sola. Con Tony, sí pero, sola. No confiaba en Tony. Y no porque le faltara el dinero y Ericka pasaría penurias como las que vivían con sus familiares, no. Eso parecía ser lo que menos le faltaba a Tony, así como la astucia y la habilidad para meterme en problemas ilegales. Solo esperaba que sus sospechas nunca se volvieran realidad.
***
Era Miércoles, y eso sólo significaba una cosa. Contaba los minutos para que el turno terminara. Y miraba cada pocos hacia la puerta cada vez que la campanilla sonaba. Por fin, uno de los clientes era el que esperaba.
El apuesto policía se acercó hasta el mostrador no sin antes dedicarle una mirada a lo que Yaneth correspondió con una pequeña sonrisa antes de girarse y seguir lavando las tazas.
Estuvo al pendiente cuando llegó su turno y suspiró al escuchar su voz cuando ordenaba un capuchino y una orden de bollos de canela. Sonrió para sí al entender que los compraba porque era el postrecillo que compartían mientras iban camino a casa.
—Lo tomaré aquí — le escuchó decir. Inmediatamente, dirigió la vista al enorme reloj sobre su cabeza. Claro. Faltaban aún quince minutos y él llegó veinte minutos antes de su hora de salida.
No necesitaba seguirlo con la mirada para saber dónde estaba sentado. Había tomado como su lugar preferido las mesas para dos o la barra pegada al escaparate izquierdo, desde donde podía verla cuando iba y venía desde el mostrador y el área de despacho.
Su jefa se puso a preparar la orden. Estaba por marcharse con la bandeja cuando asomaron más clientes a ordenar.
—Iré a dejarlo yo — se ofreció rápidamente. La cajera le agradeció.
Luego de asegurarse de que el mandil estuviera limpio y sus mechones ordenados, aunque era un tanto imposible debido a sus rizos rebeldes con vida independiente unos de otros, tomó una bocanada de aire y se adelantó dando el primer paso en sus converse verdes hacia él.
***
Miguel miraba el teléfono. Por supuesto fingía. En realidad no veía nada más que la agenda telefónica y saltaba a los mensajes de texto que no tenían más que comerciales de promociones de la compañía telefónica. Entonces, ¿por qué fingía? Porque así era un poco más fácil disimular que estaba loco por Yaneth.
Sabía que se acercaba, podía sentir sus pasos aunque no hicieran ruido sobre el suelo brillante. Quizá era su perfume natural. Tenía un aroma mezclado. Entre el café y el caramelo de ese local y un tanto de frutos rojos. O algo así. Sabía que había sentido ese aroma antes. Quizá en algún shampoo. Pero al verla te daba la sensación de que la primavera y el otoño eran uno solo en ella. Quizá debido a su piel aceituna y esos rizos caramelo rojizos que parecían estar siempre acomodados de una forma sensualmente sutil sin esfuerzo.
—Su orden señor — le escuchó decir. Sonrió y apagó la pantalla del teléfono de inmediato. Aunque al instante se arrepintió. Debió esperar un momento más para darse un segundo a respirar.
Dios mío. Aún no la miraba y ya sentía su corazón acelerado.
Estaba por decir algo, una frase súper inteligente y coqueta pero la verdad es que cuando la vió la olvidó enseguida.
—Viniste temprano — observó ella ante su mudez.
—Eh, sí. Es que… estaba cerca. Y… quería verte — confesó.
Aquellos ojos chocolate se abrieron y sus labios melocotón se le antojaron demasiado. De nuevo se gritó: ¡Cobarde! ¡Bésala!
—También te extrañé — susurró ella tocando sus rizos que caían a un lado de su mejilla y mirando hacia el suelo. Era gracioso ver cómo se volvía tímida.
Alcanzó su mano y le acarició los dedos con suavidad.
—Esperaré a que termines para decirte algo — dijo sin dejar de mirar su rostro.
Yaneth alzó la vista y sus pupilas se clavaron en las suyas. Entendiendo que era algo importante, asintió y esbozó una pequeña sonrisa.
—Está bien. Yo… tengo que irme — dijo negándose a soltar su mano, al igual que él.
Por fin el contacto se perdió dejando una sensación extraña de vacío y cosquilleo en las palmas.
—Sí. Tiene que ser hoy — se dijo así mismo mientras bebía de la taza. Repasó mentalmente el plan pero se distrajo mirándola de nuevo.
Sonrió hacia ella cuando lo descubrió espiando y volvió la cabeza hacia el escaparate. Era mejor no distraerla o la pobre podría equivocarse o algo peor.