Robert Walker no estaba acostumbrado a recibir órdenes. Él las daba.
Por eso, sentarse frente a Sarah Walker mientras ella desplegaba un cuaderno de notas rosas con corazones dibujados, le parecía un nivel nuevo de humillación.
—A ver, querido —dijo Sarah ajustándose sus gafas de pasta color esmeralda—. Si vas a estar en un reality show, debes aprender a sonreír.
—Sé sonreír —gruñó Robert.
—No, cariño, tú frunces el ceño con cortesía. Eso no enamora a nadie.
Sarah se levantó y, sin previo aviso, le colocó un sombrero ridículo con plumas rosas.
—¡Sonríe!
Robert la fulminó con la mirada.
—¿Quieres que arruine mi reputación antes siquiera de empezar?
—Quiero que el público vea que tienes carisma. Mira, la nueva generación no compra revistas, compra experiencias. Necesitan sentir que eres humano, no una estatua con abdominales.
Robert suspiró y se quitó el sombrero.
—Abuela, esto es absurdo. Tengo reuniones, campañas pendientes, un equipo que dirigir. No puedo perder tiempo en un programa de citas.
—Oh, sí puedes. Y lo harás. —Sarah sonrió satisfecha, cruzando las piernas—. La revista necesita atención. Tú necesitas una esposa. Yo necesito bisnietos. Esto es una jugada maestra.
Robert sabía que discutir era inútil. Así que se concentró en lo que sí podía controlar: mantener la compostura.
—Muy bien —dijo al fin—. ¿Qué esperas que haga exactamente en ese… espectáculo?
—Fácil —Sarah levantó un dedo pintado de rojo brillante—. Sonríe más, habla menos, y recuerda: las cámaras lo captan todo.
—¿Y si no encuentro a nadie que me interese?
—Entonces finge, querido. El público ama los dramas, los malentendidos, los amores imposibles. Y si de paso encuentras a alguien real, pues mejor.
Robert no contestó. La sola idea de enamorarse en televisión le parecía tan improbable como que Sarah dejara de comprarse zapatos extravagantes.
Pero, muy en el fondo, algo le decía que este “espectáculo” estaba a punto de desordenar el orden perfecto de su vida.
Sarah cerró su cuaderno con un golpe triunfal.
—Listo, Robert. Estás preparado para la fama.
Robert se pasó la mano por el rostro.
Si esto era estar preparado, prefería enfrentarse a una junta de accionistas furiosos.