El correo llegó un martes cualquiera, justo cuando Grace intentaba descifrar si podía sobrevivir otra semana comiendo pasta instantánea.
Asunto: “¡Felicidades! Has sido seleccionada para participar en Éxito o Amor”.
Grace parpadeó. Abrió el archivo adjunto.
Doscientas páginas. No, esperen… dos mil.
—¡Ameliaaaaaa! —chilló, corriendo hacia la sala con el portátil en las manos—. ¡Mira esto!
Amelia, que estaba tirada en el sofá viendo una serie, se incorporó de golpe.
—¿Qué pasó? ¿Nos demandaron por plagiar el peinado de Shakira?
—¡Me aceptaron en el reality! —Grace agitó la computadora—. Pero… hay un contrato.
Se sentaron juntas a leerlo.
—Cláusula 57 —leyó Amelia en voz alta—: “El participante se compromete a ceder el uso perpetuo de su imagen, voz, risa, lágrimas, gestos y posibles ronquidos a la cadena televisiva en cualquier plataforma existente o por inventar en el futuro”.
Grace abrió los ojos como platos.
—¿Cómo que ronquidos? ¡Ni siquiera ronco!
—Bueno, quizás sí, y no te has enterado —replicó Amelia con una sonrisa traviesa.
Grace pasó la página y casi se desmaya.
—“El participante autoriza la recreación digital de su persona en animaciones, muñecos, hologramas y videojuegos derivados”. ¡Voy a terminar como una barbie defectuosa!
Amelia carcajeó.
—Eso sería adorable. Imagínate: Grace Taylor, edición torpeza extrema.
Grace se dejó caer en la silla, tapándose la cara.
—No puedo firmar esto, Amelia. Es vender mi alma.
—Cariño, ya la vendiste cuando aceptaste audicionar. Ahora solo estás firmando los papeles.
Grace suspiró. El peso de la decisión la golpeó de repente: esto era real. Ya no era un chiste de cafetería. Estaba a punto de exponer su vida frente a millones de personas… todo por su sueño.
Amelia le dio un codazo cariñoso.
—Míralo así: cada cláusula absurda es un paso más hacia tu pasarela sostenible. Y además, ¿qué es lo peor que podría pasar?
—Que me caiga frente a todo el país.
—¡Exacto! Y entonces serás trending topic.
Grace rió nerviosa. Apretó los labios, respiró hondo y firmó digitalmente.
Con un clic, selló su destino.
No sabía si iba rumbo al éxito, al amor… o al mayor ridículo de su vida.