Grace
Grace se miraba al espejo por décima vez y, por décima vez, se arrepentía de haber firmado ese contrato.
—Me veo como un espantapájaros de lujo —murmuró, intentando domar un mechón rebelde que se negaba a quedarse quieto.
Amelia, que estaba sentada en la cama comiendo cereales, alzó una ceja.
—Te ves increíble. Ese blazer reciclado de tu colección es una genialidad.
—¿Y qué tal si me tropiezo apenas entre al set?
—Entonces conviertes la caída en pasarela. Ya te lo dije, ¡hazlo viral!
Grace suspiró, recogió su bolso y trató de ignorar el nudo en el estómago. Por un instante pensó en la colección que soñaba presentar, en los vestidos hechos con telas rescatadas de segunda mano, en cómo podría demostrar que la moda podía ser sostenible y glamurosa al mismo tiempo. Eso le dio fuerzas.
Pero cuando el taxi se detuvo frente al enorme edificio del canal, todo su valor se esfumó. Cámaras, reporteros, fanáticos con pancartas. Ella solo quería desaparecer bajo tierra.
—Tranquila —le susurró Amelia, dándole un empujón suave—. Respira. Hoy empieza tu gran historia.
Grace sonrió débilmente y pensó: O mi gran ridículo.
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Robert
Mientras tanto, Robert Walker bajaba de su auto de lujo con la serenidad de un general que se prepara para la guerra. Su traje estaba perfectamente planchado, su reloj brillaba con precisión suiza y su expresión decía: No estoy aquí para perder el tiempo.
A su lado, Sarah caminaba como si fuera la estrella del show. Vestía un conjunto fucsia con plumas, gafas gigantes y un sombrero imposible. Los flashes de las cámaras se dirigieron a ella como abejas al néctar.
—¡Abuela, por favor! —murmuró Robert entre dientes.
—Cariño, sonríe. —Sarah le dio un codazo—. Recuerda: las cámaras aman la autenticidad.
—Yo soy auténtico.
—No, tú eres un mueble carísimo. Vamos a darle chispa a ese rostro, ¿sí?
Robert rodó los ojos, ajustó la corbata y entró al edificio con paso firme. Por dentro, sin embargo, no podía evitar preguntarse qué clase de mujeres encontraría en ese circo televisivo. Influencers, actrices, modelos… Todas buscando fama.
Y ahí estaba él, obligado a participar en algo que consideraba la definición misma de lo absurdo.
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Paralelo
Mientras Grace luchaba con su credencial de participante que no quería pasar por el escáner, Robert saludaba con un gesto frío al director del programa.
Mientras Grace se tropezaba con un cable y casi derribaba una cámara, Robert se acomodaba en su camerino impecable con un café importado.
Dos mundos opuestos, dos caminos que en pocas horas iban a cruzarse de manera inevitable.
Y aunque ninguno de los dos lo sabía, ese encuentro iba a cambiarlo todo.