Robert Walker había cerrado tratos millonarios, enfrentado juntas directivas hostiles y salvado la revista familiar de más de una crisis.
Pero nada de eso lo había preparado para ser convertido en sticker de WhatsApp.
—Señor Walker, ¿ha visto esto? —preguntó su asistente, dejando sobre la mesa un iPad lleno de memes.
Robert lo miró de reojo. Era él, en cámara lenta, sonrojado, con subtítulos que decían: “Cuando tu Excel se convierte en PowerPoint”.
—No pienso… darle importancia a esto —dijo, tenso.
Pero en cuanto estuvo solo, deslizó el dedo para ver más. Ahí estaba Grace, riendo con los cachetes rojos, y él, mirándola como si hubiera olvidado que había cámaras.
El estómago se le apretó.
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La abuela Sarah, metiendo más leña al fuego
—¡Ay, Robert, pero si están preciosos! —exclamó su abuela, irrumpiendo en su oficina como si fuera dueña del lugar—. ¡Míralos, parecen sacados de una comedia romántica!
—Abuela, por favor… esto es un programa televisivo. Marketing, exposición… nada más.
—¡Tonterías! —replicó ella, golpeando el bastón contra el suelo—. Yo he vivido lo suficiente para reconocer una chispa. Y esa muchachita torpe tiene algo que ninguna de esas modelos huecas tiene: autenticidad.
Robert quiso responder, pero las palabras no salieron.
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El CEO frente al espejo
Esa noche, en su apartamento, se quedó mirando su propio reflejo en el espejo del baño.
—No puedes sentir nada —se dijo en voz baja—. Es una concursante. Una estrategia. Una distracción peligrosa.
Pero en su mente no aparecía Vanessa, con todo y su vestido rojo perfecto. Solo veía la risa desbordada de Grace, sus manos manchadas de pintura, la mirada brillante cuando hablaba de su proyecto de moda circular.
Suspiró, resignado.
El hombre que jamás dejaba que nada interfiriera en su trabajo… estaba cayendo en el juego del reality.