El set parecía un campo de batalla. En una mesa, retazos de tela reciclada; en otra, maniquíes descabezados; en medio, Grace y Vanessa mirándose como si estuvieran a punto de sacar espadas.
—Recuerda que debemos trabajar juntas —advirtió el presentador con una sonrisa maliciosa, sabiendo que el rating iba a explotar.
Vanessa cruzó los brazos.
—Está bien, torpecita. Yo tengo la visión. Tú… ejecuta.
—Perfecto —respondió Grace con una sonrisa nerviosa—. Yo tengo las manos. Tú… quédate quieta y no estorbes.
Las cámaras captaron cada segundo. El público online estaba encantado:
Sabotajes… que salieron mal
Durante las primeras horas, Vanessa trató de sabotearla discretamente: le escondió tijeras, le cambió los hilos, incluso se puso a cantar tan alto que Grace se desconcentraba.
Pero cada intento resultaba en un golpe de suerte:
—¿Qué clase de brujería es esta? —murmuró Vanessa, viendo cómo la torpeza de Grace se convertía en innovación pura.
El desfile final
Llegado el momento de la presentación, las dos entraron al escenario con un vestido que parecía salido de una editorial futurista: elegante, sostenible, brillante en colores y con un giro moderno que dejó a todos boquiabiertos.
Robert, desde el jurado, se inclinó hacia adelante sin disimular su interés.
—Y las ganadoras son… ¡Grace y Vanessa!
El set estalló en aplausos. Vanessa, que esperaba la gloria individual, no pudo ocultar la incomodidad de tener que compartir el triunfo.
El premio
Una suma nada despreciable de dinero en efectivo.
Las dos se miraron, tensas. Por contrato debían dividirlo en partes iguales.
—Mitad y mitad —dijo Grace, extendiendo la mano.
Vanessa dudó, pero terminó estrechándola.
—Disfruta tu parte, torpecita. Porque en la próxima, voy por todo.
Grace sonrió. Por primera vez, no había odio en sus palabras. Tal vez rivalidad, sí… pero también un mínimo de respeto.
Robert, viendo la escena desde lejos, pensó que ese dúo explosivo iba a ser su perdición… y su salvación.
Fuera de su zona segura
Un nuevo reto cayó como un balde de agua fría.
—Concursantes, prepárense para un nuevo reto —anunció el presentador, radiante—. ¡Deberán diseñar un atuendo de gala exclusivamente con los materiales suministrados por el programa! Seda, terciopelo, encaje, cristales… lo que quieran, siempre y cuando sean los que encuentren en las cajas sorpresas.
A Grace se le borró la sonrisa.
—¿Nuevos? ¿Completamente nuevos? —preguntó, horrorizada—. ¿Ni un botón reciclado, ni una costura rescatada?
—Nada de nada —respondió el presentador—. Moda fresca, sin pasado.
Vanessa soltó una carcajada venenosa.
—Esto te va a quedar enorme, torpecita.
Grace tragó saliva. Era como pedirle a un pez que escalara un árbol. Pero lo intentó. Pasó horas frente a telas lujosas, sintiéndose una impostora. Esto no es lo mío, pensaba, mientras se pinchaba un dedo con la aguja.
El accidente providencial
En medio del caos, Grace tropezó con un rollo de tela, se enredó como tamal y cayó encima de una caja de cristales de imitación. El golpe accidental creó un patrón brillante sobre la seda que llevaba en brazos.
Cuando se incorporó, su mente le gritó:
—¡Grace, eso es espectacular!
Y por primera vez, Grace pensó: Tal vez… puedo hacerlo.
El veredicto inesperado
La pasarela fue un show. Vanessa salió impecable con un vestido de encaje que parecía de alfombra roja. Pero cuando Grace mostró el suyo, todos se quedaron en silencio: elegante, moderno, con un brillo accidental que parecía intencional.
El jurado deliberó y… ¡la ganadora fue Grace!
El premio: una cita privada con Robert, patrocinada por una marca de lujo.
La cita
Grace apareció nerviosa, con un vestido sencillo pero favorecedor. Robert la esperaba en un restaurante exclusivo, rodeado de velas y copas brillantes.
—Pensé que odiabas todo esto —le dijo él con una sonrisa ladeada.
—Lo odio —confesó Grace, riéndose de sí misma—. Pero también odio perder.
Robert soltó una carcajada. Había tensión, sí, pero también chispa. Conversaron sobre moda, sobre sus visiones del futuro, y cuando Grace se apasionó hablando de cómo “cada prenda merece una segunda oportunidad”, Robert la miró en silencio, fascinado.
—¿Sabes? —dijo él al fin—. Eres la primera persona en años que me hace cuestionar lo que hago.
Grace se sonrojó hasta la raíz del cabello. La cita, que debía ser solo publicidad, se había convertido en algo más.