El evento de eliminación siempre tenía un aire distinto: más cámaras, más brillo, más nervios. Los participantes estaban formados frente al jurado, con sonrisas tensas y las manos sudorosas escondidas detrás de sus espaldas.
Grace, con el corazón desbocado, no sabía si tenía más miedo de perder su lugar en el programa o de que alguien descubriera la escapada secreta con Robert la noche anterior.
Robert, sentado en la mesa de jueces junto a las demás personalidades, parecía imperturbable, pero sus ojos se desviaban hacia Grace más de lo permitido. Sarah, la abuela, no perdió detalle y sonrió como la zorra astuta que era.
Los resultados
El productor tomó el micrófono.
—Hoy, dos participantes deberán dejar la competencia. Y los finalistas que queden estarán a un paso de la gran final.
Los nombres comenzaron a anunciarse. Primero, quienes estaban seguros. Vanessa avanzó con seguridad, lanzando a Grace una mirada de triunfo. Otro participante respiró aliviado al escuchar su nombre.
Finalmente, quedaron cuatro en riesgo: Grace y tres más.
Robert apretó el bolígrafo que tenía en la mano, como si eso pudiera influir en la decisión.
—La primera persona que abandona la competencia es… —pausa dramática— …Dylan.
Sus compañeras suspiraron, algunas lloraron. Dylan salió con la frente en alto, saludando al público.
El productor prosiguió.
—Y la segunda eliminación de esta noche es… —otra pausa, más larga, las luces enfocando a Grace y a la otra participante— …Claudia.
Grace casi se desplomó de alivio. Amelia, viéndolo desde el público, aplaudió como si le hubieran dado un Oscar.
El veredicto final
El productor sonrió.
—¡Y así, solo quedan tres participantes para la gran final!
El público estalló en aplausos. Grace temblaba, sin poder creer que seguía en la competencia.
Robert, disimulando, la observó desde la mesa. No podía sonreír abiertamente, pero la chispa en sus ojos la hizo sentir que no estaba sola en ese escenario.
Cuenta regresiva a la gloria
El set se transformó de la noche a la mañana. Pasarelas extendidas como autopistas de luz, estantes repletos de telas brillantes, accesorios de todo tipo y un ejército de maquilladores y estilistas esperando órdenes.
La gran final estaba a la vuelta de la esquina, y la presión podía cortarse con tijeras de modista.
Grace entró al taller con los ojos abiertos como platos.
—Esto parece Disneylandia… pero para gente con estrés crónico.
Vanessa pasó junto a ella, con paso firme y una sonrisa venenosa.
—Disfrútalo, querida. Para ti será la primera y última vez.
La tercera finalista, intentó suavizar el ambiente con una risa nerviosa.
—Podrían dejar el drama para el desfile, ¿no?
Pero nadie escuchó.
Los retos anunciados
El productor reunió a los finalistas.
—En esta última fase deberán presentar una colección completa de cinco looks cada una. No habrá excusas, no habrá segundas oportunidades. Y recuerden: no solo diseñan ropa… están mostrando quiénes son.
Grace sintió que se le encogía el estómago. No tenía problema con mostrar quién era, pero ¿qué pasaba si no era suficiente?
El dilema de Grace
En su mesa de trabajo, Grace desplegó bocetos, telas recicladas que había guardado como tesoros y algunos materiales nuevos.
El reglamento le permitía usarlos, pero en menor proporción.
Ese era su sello: moda circular. Su propuesta. Su todo.
Robert apareció detrás de ella, fingiendo estar allí “solo para supervisar como jurado”.
—Vas a contrarreloj, Taylor. ¿Ya sabes hacia dónde vas?
Grace suspiró, con el lápiz entre los labios.
—Tengo dos caminos: jugar seguro con materiales nuevos y encajar en lo que todos esperan… o arriesgarme con lo mío, con reciclaje y moda circular, aunque se rían de mí.
Robert se inclinó, tan cerca que ella pudo sentir el calor de su voz en la oreja.
—Juega a ser tú. Esa es la única forma en que ganas de verdad.
Grace lo miró, sorprendida por la sinceridad en sus ojos.
La conspiración
Mientras tanto, Sarah Walker, la abuela, estaba en pleno modo estratega.
En una llamada telefónica misteriosa, daba órdenes como general de guerra.
—Sí, sí, quiero a mi nieto en portadas, pero también quiero a esa chica en la final. No, no Vanessa, la otra, la torpe adorable. Sí, Grace. Ustedes encárguense de que las cámaras la sigan… yo me encargo del resto.
Colgó con una sonrisa traviesa.
—Ay, Robert, si no me das bisnietos, por lo menos me das telenovela.
La tensión final
La última noche antes del gran desfile, Grace se quedó sola en el taller, cosiendo hasta que las manos le temblaron.
En un descuido, se pinchó con una aguja. El dolor fue mínimo, pero la frustración la hizo llorar.
Robert apareció en silencio, con dos cafés en la mano.
—Sabía que estarías aquí.
Ella intentó ocultar las lágrimas.
—No es nada. Solo estoy cansada.
Él dejó un café frente a ella y tomó asiento.
—No tienes idea de lo increíble que eres cuando trabajas.
Grace lo miró, con el corazón latiendo como tambor. El peso de la final, el secreto de su escapada, la rivalidad con Vanessa… todo se mezclaba en una sola pregunta:
¿Podía ganar sin perderse a sí misma?